En tiempos de conjuras y delaciones
“Mira, esto te lo envía el Senado.”. Interesante cita la de Dión Casio (Historia Romana, L.XXI), en boca del cándido Claudio Pompeyo Quinciano, para dar comienzo a nuestro relato.
En tiempos de conjuras y delaciones
“Mira, esto te lo envía el Senado.”. Interesante cita la de Dión Casio (Historia Romana, L.XXI), en boca del cándido Claudio Pompeyo Quinciano, para dar comienzo a nuestro relato.
Existen pasajes de nuestro pasado que lograron alterar el ritmo de la Historia y, tal vez, sea este uno de ellos. Seguro que lo conoces… o puede que no.
Hoy día los restos del antiguo foro de Itálica duermen sepultados bajo el que es considerado como el casco antiguo de Santiponce, Sevilla. Algo se conoce de aquella plaza pública levantada en la ‘Vetus Urbs’ republicana, pero, siendo honestos, más bien poco. En el presente artículo realizaremos un pequeño esbozo de lo que pudo ser el majestuoso foro italicense a través de las distintas piezas que actualmente podemos admirar en el Museo Arqueológico de Sevilla.
Higuera la Real, Badajoz
Se escucharon las tubas mientras resonaban gladios contra los escudos. Desde el ocaso, las caligae romanas marcharon en columna allá donde los estandartes señalaban su nuevo objetivo: un asentamiento céltico en la rica y verde Baeturia.
Villa romana dels Munts. Altafulla, Tarragona
Desde el pórtico de las estancias superiores, Caius Valerius Avitus, recién nombrado duoviro de la Colonia tarraconense, pensativo, mantenía la mirada perdida en un horizonte cubierto esa noche por un manto de estrellas. Sobre su hombro derecho, como en aquellos primeros años de casados en Augustóbriga, su mujer, Faustina, apoyaba la cabeza mientras le envolvía el brazo con sus delicadas manos. Este rincón de la villa siempre había sido el lugar preferido del matrimonio a la hora de contemplar juntos la costa de Tarraco bañada por las aguas del Mediterráneo. Distanciados de ellos, el esclavo, buen conocedor de sus obligaciones, esperaba paciente la llamada para su probable requerimiento.
Campamento romano de Ciadella. Sobrado dos Monxes, A Coruña
A lo largo de los dos primeros siglos del Imperio, contingentes de soldados galos, germanos e hispanos fueron reclutados para suplir las bajas que, dentro de las filas romanas, se iban generando. Bien como unidades de apoyo a las legiones, bien operando de forma autónoma, estos cuerpos de auxiliares actuaron en territorios cuyas fronteras parecían cada vez más inabarcables.
Tercer cuarto del siglo III d.C., en cualquier rincón del Imperio nace un nuevo usurpador, un rebelde local o un autoproclamado rey de un territorio. Los nuevos imperators son nombrados por la guardia pretoriana o se proclaman apoyados por sus legiones. Algunos se suicidan, otros son simplemente asesinados.
El Imperio se hace viejo y envilece. Roma se siente incapaz de hacer frente a todas sus amenazas y las fronteras, desde el Rin hasta el Éufrates, se contraen cada vez más. Ya no nacen emperadores de gran carisma como Augusto, Trajano o Antonino. El Senado se manifiesta abiertamente infiel y traidor, corrupto. La única garantía que sobrevive en este tiempo es la nueva estirpe de combatientes procedentes de las lejanas tierras del Danubio; una nueva casta de líderes a las que se aferran sus legiones para intentar mantener el poder sobre el resto de pueblos, aun sacrificando parte de sus antiguas tradiciones.
B.H. Capítulo VI
Julio César había fracasado. Sus dos objetivos principales para acabar con las contiendas civiles antes de arreciar el crudo invierno, y por el que se había visto obligado a trasladarse hasta la provincia de la Ulterior hispana, se le habían esfumado de las manos. Corduba resistía y Cneo Pompeyo evitaba enfrentarse a él en encuentro directo a campo abierto. Era muy consciente que con la decisión que acababa de tomar, aunque inevitable, acabaría reforzando el ánimo de sus enemigos.
El general ordenó abandonar el cerco del bastión pompeyano para buscar un nuevo escenario que le fuera más favorable a sus intereses. Además, resultaba prioritario dar solución al aprovisionamiento de sus legiones si quería ganar esta guerra.
Corría el año 206 a.C. No hacía más de un trienio que Qart Hadast, la principal ciudad cartaginesa en la Iberia y base central de aprovisionamientos púnicos en territorio hispano, había caído bajo la contundencia y arrojo de las legiones de la República. Al frente de ellas, el joven general Publio Cornelio Escipión, el mismo que pasaría a la historia con el sobrenombre de ‘El Africano‘.
Controlado este bastión, importante como estratégico, se inicia la conquista final de Hispania, uno de los escenarios más cruentos en las luchas que mantienen Roma y Cartago a lo largo de todo el Mediterráneo. Tras la derrota en Baecula, Asdrúbal Barca, junto a sus guerreros númidas, consigue huir. Su intención siempre había sido la de reunirse con su hermano Aníbal en tierras italicenses y continuar la guerra en territorio romano.
Poco a poco, los contingentes cartagineses que permanecen en Hispania van siendo acorralados en la Baetica, tierras donde aún mantienen su dominio; poco a poco los caudillos indígenas, que los han apoyado hasta ese momento, deponen sus armas o son derrotados. Así ocurre con Orongis o Ilipa, entre otros.
Ha llegado el momento de la venganza romana en la vieja Iberia, la ocasión de dejar escapar toda la ira contenida contra aquellos que traicionaron a los procónsules anteriores, Publio y Cneo Cornelio Escipión; represalias sobre los mismos que se dedicaron a masacrar a todo legionario huido tras las anteriores derrotas y buscaron refugio en los que hasta entonces estaban considerados como oppidum aliados.
Una a una, las ciudades, primero simpatizantes de Roma y después unidas a los cartagineses en su lucha y resistencia, son castigadas. Una a una, las ciudades bases empleadas por los generales cartagineses en la guerra librada en Hispania están siendo tomadas: Iliturgi, Cástulo.