Tierra, sudor y sangre

El desastre de al-Araq (IV)

Los yelmos de los castellanos ya se reconocían a la distancia. Abu Yahya, el jeque almohade, a voz en cuello gritó su primera orden. Entonces los estandartes califales se agitaron, señal que fue interpretada, rápidamente, por los jefes de las diferentes cábilas que pasaron a transmitirla a sus hombres. En una impecable maniobra sincronizada, al unísono las líneas de lanceros más avanzados hincaron rodilla en tierra y, pertrechados tras sus escudos, asomaron picas hacia el exterior, clavando el otro extremo de las astas en el suelo.

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En orden de batalla

El desastre de al-Araq (III)

… que todos los que he consultado antes que a vosotros, aunque son los primeros por su valor, por su pericia en las guerras y por su esfuerzo y poder, no conocen la manera de guerrear de los cristianos como vosotros, que sois sus vecinos y estáis acostumbrados a combatirlos y sabéis de sus estratagemas y costumbras.”. (Libro de la increíble historia de los reyes de al-Andalus y Marruecos. Autor: Ibn Idhari)

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El acceso al Forum Provinciae

Fue entrar a la domus mi amigo y fundirnos en un efusivo abrazo. En un principio Caecilius se sorprendió el verme desayunando en la cocina, pero rápidamente recuperó su compostura habitual. Esa mañana se había vestido de manera impecable, con toga de lino blanca y pliegues cuidadosamente ordenados. Era evidente que se había preparado meticulosamente con el objeto de causar buena impresión a alguien.

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Qart Hadast

La ciudad púnica de Cartagena

Invierno del año 209 a.C. Conquistada la ciudad, quiso celebrar un sacrificio en honor a su padre y tío caídos en aquellas inhóspitas y lejanas tierras; el oficio se prolongaría durante tres días. También festejará un triunfo con sus hombres donde no faltaron arengas y elogios de todo tipo, así como el reparto del cuantioso botín y la distribución de los prisioneros capturados tras el asalto. Publio Cornelio Escipión, general de la República romana, quien pasará a los anales de la Historia como ‘el Africano’, había hecho suya la importante plaza de Qart Hadast ante la sorpresa de sus enemigos. Era esta la capital púnica en territorio íbero, puerto de contacto más cercano entre la Península y Cartago.

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La caída de Sagunto

La caída de Sagunto. Capítulo X

Las calles permanecen desiertas, los hogares vacíos y los puestos de guardia desatendidos. Nadie vigila en las murallas porque todos, de viva voz, quieren escuchar las necesitadas condiciones de paz que trae el mercader de manos del general cartaginés. Todos se arremolinan alrededor de la vivienda donde se está celebrando la asamblea pública, puede que sea esta la última. Allí se encuentra congregada lo que queda de la población de Arse. Todos excepto yo que, sentado en un banco, continúo afilando mi falcata pausadamente. Tal vez porque ya no espero nada de nadie y presienta que muy pronto volveré a utilizarla, aunque sea por última vez. Va siendo hora de ir concluyendo esta triste y amarga historia. En estos momentos sólo deseo que tanto sufrimiento vivido no caiga en el olvido y sirva para algo en generaciones venideras.

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Intentos de negociación

La caída de Sagunto. Capítulo IX

Afortunadamente pudimos renovar algo nuestras fuerzas, tomar cierto respiro para estos maltrechos cuerpos. En los últimos instantes de la batalla, los muros consiguieron contener las embestidas en oleadas y casi imparables de los cartagineses. Coincidió también que durante algunos días los ánimos de muchos de nosotros se recuperaron al conocer la noticia de la partida de Aníbal, habiendo dejado a cargo del cerco a su comandante númida sólo con parte de los efectivos.

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La torre móvil

La caída de Sagunto. Capítulo VIII

Tras el último intento frustrado por irrumpir en la ciudad y ya recuperado de la herida de su pierna, Aníbal decidió que, llegados a estas alturas del asedio, lo mejor era dar descanso a sus hombres. Únicamente se preocupó por vigilar los manteletes y arietes empleados en el anterior ataque con algunos destacamentos, ahora repartidos por las laderas del cerro. También se les había visto hacer acopio de ingentes cantidades de madera, las cuales transportaban desde los bosques más alejados que Balcaldur, previo al cerco, no había tenido tiempo suficiente de destruir.

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El derrumbe de las defensas

La caída de Sagunto. Capítulo VII

Durante algún tiempo, mientras sanaba la pierna del Bárquida, disfrutamos de cierta tranquilidad en las defensas. El bloqueo permanecía, eso es cierto, impidiendo con su cerco que nadie pudiera entrar o salir de la ciudad. Pero también es cierto que se produjo una especie de tregua no pactada, un leve respiro necesario a la población que permitió la continuidad en las obras de fortificación interna con todos los brazos disponibles.

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Se inicia el asalto

La caída de Sagunto. Capítulo VI

Sereno e impasible, desde el adarve de las murallas Balcáldur observaba los movimientos de tropa que realizaban los cartagineses ante su inminente ataque. En retaguardia, al amparo de los manteletes y las vineas, los arietes traídos expresamente desde Qart Hadast se mantenían a la espera de una infantería hispana encargada de portar las escalas con las que llevarían a cabo el asalto. O por lo menos eso era lo que se podía intuir desde la distancia y con una vista desgastada por el paso de los años.

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Aníbal llega a Sagunto

La caída de Sagunto. Capítulo V

Espoleando sus pequeñas y ágiles monturas – sin bridas, ni bocados, ni tampoco sillas; tan sólo el uso de una vara y una cuerda alrededor del cuello -, un cuerpo bien nutrido de caballería ligera númida avanzó hasta alcanzar las proximidades del oppidum. A sus espaldas dejaban una densa polvareda que terminaba fundiéndose con las altas columnas de humo de unos campos envueltos en llamas.

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