Fue entrar a la domus mi amigo y fundirnos en un efusivo abrazo. En un principio Caecilius se sorprendió el verme desayunando en la cocina, pero rápidamente recuperó su compostura habitual. Esa mañana se había vestido de manera impecable, con toga de lino blanca y pliegues cuidadosamente ordenados. Era evidente que se había preparado meticulosamente con el objeto de causar buena impresión a alguien.
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Qart Hadast
La ciudad púnica de Cartagena
Invierno del año 209 a.C. Conquistada la ciudad, quiso celebrar un sacrificio en honor a su padre y tío caídos en aquellas inhóspitas y lejanas tierras; el oficio se prolongaría durante tres días. También festejará un triunfo con sus hombres donde no faltaron arengas y elogios de todo tipo, así como el reparto del cuantioso botín y la distribución de los prisioneros capturados tras el asalto. Publio Cornelio Escipión, general de la República romana, quien pasará a los anales de la Historia como ‘el Africano’, había hecho suya la importante plaza de Qart Hadast ante la sorpresa de sus enemigos. Era esta la capital púnica en territorio íbero, puerto de contacto más cercano entre la Península y Cartago.
Begastri, una ciudad episcopal
Cabezo Roenas. Cehegín, Murcia
«Abd al-Aziz, hijo de Muza, hijo de Noseir a Teodomiro, hijo de Gabdus , en virtud de la cual queda convenido, y se le jura y promete por Dios y su Profeta (a quien Dios bendiga y salve) que tanto a él, como a cualquiera de los suyos, se les dejará en el mismo estado en que se hallen respecto del dominio libre de sus bienes; no serán muertos, ni reducidos a esclavitud, ni separados de sus hijos, ni de sus mujeres; se les permitirá el culto de su religión, y no serán incendiadas sus iglesias, ni privadas de su propiedad libre, en tanto que observe y cumpla fielmente lo que pactamos con él, a saber: que entregará por capitulación las siete ciudades, Auriola, Villena, Alicante, Muía, Begastro, Ello y Lorca; que no se dará hospitalidad a los que huyan de nosotros, ni a los que nos sean hostiles, ni se molestará a los que nos sean fieles adictos, ni nos ocultarán las noticias que tuvieren respecto de nuestros enemigos; que él y los suyos pagarán cada año un dinar, cuatro almudes de trigo, cuatro almudes de cebada, cuatro azumbres de vinagre, dos azumbres de miel y dos azumbres de aceite, y la mitad de esto los siervos. Fueron testigos. Otman, hijo de Abuabda, el Corcixí; Habib, hijo de Abuobaida, el Fihrí; Abdala, hijo de Meicera, el Falimí; y Abucain, el Hadalí; fué escrito en el mes de Racheb del año 94 de la hégira«
Pacto de Teodomiro. Abril de 713.
La extravagante tumba de un panadero
Que cruel es la ignorancia cuando así lo pretende, momentos en los que uno tiene ante sus ojos una joya, un verdadero tesoro, y es incapaz de percibirlo. Claro, que si el elemento en cuestión da pie a confusas interpretaciones, nada se puede hacer para evitarlo. A decir verdad, esto lo llamo yo ‘consuelo de tontos’.
La Cartima romana
Cártama, Málaga
Siempre dominando el valle del Guadalhorce, controlando las rutas comerciales costeras y hacia el interior, hizo que, en época romana, el viejo asentamiento íbero gozara de un inmejorable desarrollo. La privilegiada ubicación estratégica, unido a la excelente fertilidad de sus tierras, motivará la llegada de los miembros de las familias más influyentes de la Baetica, lo que se traducirá en el periodo de mayor esplendor de la historia antigua cartamitana. La ciudad malacitana de Cartima, como no podía ser de otra forma, acabará convirtiéndose en municipio Flavio en el siglo I d.C.
La torre móvil
La caída de Sagunto. Capítulo VIII
Tras el último intento frustrado por irrumpir en la ciudad y ya recuperado de la herida de su pierna, Aníbal decidió que, llegados a estas alturas del asedio, lo mejor era dar descanso a sus hombres. Únicamente se preocupó por vigilar los manteletes y arietes empleados en el anterior ataque con algunos destacamentos, ahora repartidos por las laderas del cerro. También se les había visto hacer acopio de ingentes cantidades de madera, las cuales transportaban desde los bosques más alejados que Balcaldur, previo al cerco, no había tenido tiempo suficiente de destruir.
Se inicia el asalto
La caída de Sagunto. Capítulo VI
Sereno e impasible, desde el adarve de las murallas Balcáldur observaba los movimientos de tropa que realizaban los cartagineses ante su inminente ataque. En retaguardia, al amparo de los manteletes y las vineas, los arietes traídos expresamente desde Qart Hadast se mantenían a la espera de una infantería hispana encargada de portar las escalas con las que llevarían a cabo el asalto. O por lo menos eso era lo que se podía intuir desde la distancia y con una vista desgastada por el paso de los años.
Aníbal llega a Sagunto
La caída de Sagunto. Capítulo V
Espoleando sus pequeñas y ágiles monturas – sin bridas, ni bocados, ni tampoco sillas; tan sólo el uso de una vara y una cuerda alrededor del cuello -, un cuerpo bien nutrido de caballería ligera númida avanzó hasta alcanzar las proximidades del oppidum. A sus espaldas dejaban una densa polvareda que terminaba fundiéndose con las altas columnas de humo de unos campos envueltos en llamas.
Una larga espera
La caída de Sagunto. Capítulo IV
De forma tranquila y apacible transcurrió el final de temporada en Sagunto. Las naves apenas fondeaban en su portus desde que se declarara el cierre de las aguas. Sólo alguna que otra embarcación, de carácter menor y procedentes del área de influencia púnica, se atrevía a arribar en nuestras costas. Estos navíos, utilizados para cabotaje, arriesgaban la mercancía que fletaban al navegar por el océano encrespado, pero siempre lo hacían cargados de armas y defensas. La guerra parecía próxima e inminente y, desgraciadamente, resultaba todo un suculento negocio muy a tener en cuenta.
Medidas preventivas
La caída de Sagunto. Capítulo III
Las intenciones de Aníbal no están para nada claras. Puede que el general cartaginés tan sólo esté jugando con nosotros, utilizándonos ante su eterna enemiga Roma, aunque sea a costa de nuestras vidas. Si esto fuera así, creo que se trataría de un juego un tanto cruel, ¿no crees?