“… Bajo el consulado de Tiberio Nerón y Publio Quintilo, cuando regresé a Roma de mi viaje a Hispania y la Galia y después de haber llevado a cabo afortunadas empresas en estas provincias, el Senado decretó que se debía consagrar en honor a mi llegada el Ara Pacis en las proximidades del Campo de Marte y dispuso que los magistrados, sacerdotes y vírgenes Vestales celebrasen cada año un sacrificio en él.”. (Res Gestae Divi Augusti, 12.2)
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La débil llama de Vesta
Tercer cuarto del siglo III d.C., en cualquier rincón del Imperio nace un nuevo usurpador, un rebelde local o un autoproclamado rey de un territorio. Los nuevos imperators son nombrados por la guardia pretoriana o se proclaman apoyados por sus legiones. Algunos se suicidan, otros son simplemente asesinados.
El Imperio se hace viejo y envilece. Roma se siente incapaz de hacer frente a todas sus amenazas y las fronteras, desde el Rin hasta el Éufrates, se contraen cada vez más. Ya no nacen emperadores de gran carisma como Augusto, Trajano o Antonino. El Senado se manifiesta abiertamente infiel y traidor, corrupto. La única garantía que sobrevive en este tiempo es la nueva estirpe de combatientes procedentes de las lejanas tierras del Danubio; una nueva casta de líderes a las que se aferran sus legiones para intentar mantener el poder sobre el resto de pueblos, aun sacrificando parte de sus antiguas tradiciones.
Acinipo: El trazado urbano
Acinipo. Capítulo V
Justo después de la designación de Augusto como emperador, ya con la dinastía Flavia en el poder, se inicia el proceso de monumentalización, o engalanado de obras públicas, en las distintas ciudades romanizadas. Acinipo sería una de ellas.