Tossal de Sant Miquel. Llíria, Valencia
Durante el Bronce Final (siglos VIII – VII a.C.), el territorio que terminará controlando la ciudad íbera de Edeta no era más que una amplia extensión de tierras prácticamente deshabitadas; unos parajes donde el asentamiento de la futura capital edetana, con amplio registro de vida continuada desde el II milenio, centralizará las escasas importaciones, resultado de los contactos comerciales esporádicos, que hasta el lugar llegaban. El asentamiento humano se situará en una posición elevada y defendido por unas primeras murallas. Sus viviendas se alzarán sobre planta rectangular y zócalos empedrados, fabricados con los mismos materiales heredados de los modelos precedentes.
Realmente, sobre la superficie de este cerro convivieron dos asentamientos claramente diferenciados. Uno, la futura Edeta, ocupando muy probablemente su cima y parte de las laderas. Y otro, un pequeño poblamiento en otra de las laderas y próximo al primero.
Será sólo a partir del siglo VI a.C. cuando, realmente, se produzca una transformación en el panorama poblacional de esta parte de la Península, fechas en las que a partir de las mismas su ocupación comenzará a ser más constante. Surgen, pues, nuevos asentamientos, de pequeño tamaño y manifiesta dedicación agrícola, sobre espacios llanos y a las faldas de los cerros antes deshabitados.
A la par que se van produciendo estos cambios, el sudeste peninsular ya empieza a definirse como un área donde se entrelazan los influjos culturales y comerciales de procedencia variable: fenicios que incorporan sus avances tecnológicos procedentes de Oriente, como son el hierro o el torno alfarero, o la excelente calidad de las importaciones realizadas por los comerciantes griegos llegados de las colonias de Massalia y Emporion. Nuevos núcleos humanos se establecerán próximos a la costa, en las cercanías de los fondeaderos, cumpliendo la función de cabeza de puente entre esta actividad comercial mediterránea y la que se va configurando como Edeta.
Durante este periodo convivirán dos corrientes culturales distinta en la misma zona: una que es la heredada por los influjos anteriores y otra de origen orientalizante o influenciada por ella. Por su tamaño, ocupación y trayectoria, la ciudad se va perfilando, poco a poco, como un importante centro neurálgico, aunque aún sin un horizonte claramente definido.
El siglo V a.C. comenzará de la misma forma en la que se fue desarrollando el territorio edetano durante la centuria anterior. Cada vez son mayores y mejor urbanizadas las concentraciones de pequeños y medianos núcleos de población dentro del proceso constitutivo de nuevos asentamientos. Será hacia la mitad de este nuevo siglo cuando Edeta, por fin, se defina como un modelo de organización territorial cumpliendo la función de ciudad-estado sobre el resto de poblaciones repartidas por todo su entorno. La ciudad se constituirá en oppidum o emplazamiento fortificado, donde residirá la élite que controlará este extenso territorio íbero.
Pero la gran transformación y el inicio de su desarrollo tendrá lugar entre finales del siglo V y principios del IV a.C., periodo en el que Edeta busca explorar y controlar, de forma más precisa y eficiente, los recursos agrícolas y metalúrgicos dentro de la progresiva colonización. Este cambio en el planteamiento organizativo generará una clara y evidente jerarquización social, así como la especialización de los grupos humanos residentes.
Es durante el período Ibérico pleno cuando Edeta ya articula política y económicamente su territorio. Aparte de la expansión territorial que ha ido conformándose, se lleva a cabo una organización jerárquica y especializada sobre los nuevos asentamientos. Pero el ordenamiento político no se llevará a cabo a partir de amplias regiones, sino desde la propia ciudad y sobre sus asentamientos subordinados dedicados a las explotaciones agrícolas y al control de las fronteras.
De esta forma aparecen las aldeas o asentamientos amurallados de mediano tamaño, situados en cerros de poca altura o en llano y rodeados por amplias extensiones de tierras fáciles de explotar. Su urbanismo se basará en viviendas rectangulares distribuidas a lo largo de calles y la comunidad será la encargada de aprovisionar a la capital de cereales, olivo y vid, ya que su principal cometido es la explotación agrícola y la transformación de alimentos. Entre sus instalaciones contarán con almazaras, lagares, molinos, etc.
Después se encuentran las granjas, también amuralladas, repartidas por todo el territorio edetano. Estas pequeñas explotaciones agrícolas funcionarán a modo de graneros y almacenes, además de servir de residencia a las familias aristocráticas desplazadas hasta el lugar. Era esta élite dominante la propietaria de las tierras que explotaba, compartiendo su hábitat con la clientela encargada de trabajarlas.
Y, por último, los fortines, pequeños recintos distribuidos a lo largo de la cordillera montañosa, en los limes del territorio edetano, y siempre localizados en puntos estratégicos (como sería el Puntal dels Llops); formarán una especie de cordón de seguridad para el control y vigilancia del territorio. Fueron ocupados por grupos humanos no superiores a las 40 personas, todas clientes de un caballero aristócrata que estaba al frente. Estas residencias fortificadas explotarán su entorno a través de la caza, la recolección de productos silvestres y la extracción de minerales.
Será entonces a partir de estas fechas, ya en el considerado como Ibérico Pleno, cuando la capital del territorio edetano gozará de su mayor apogeo, un esplendor que, desgraciadamente, también coincidirá con el inicio de su completa desaparición.
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