En tiempos de conjuras y delaciones
“Mira, esto te lo envía el Senado.”. Interesante cita la de Dión Casio (Historia Romana, L.XXI), en boca del cándido Claudio Pompeyo Quinciano, para dar comienzo a nuestro relato.
En tiempos de conjuras y delaciones
“Mira, esto te lo envía el Senado.”. Interesante cita la de Dión Casio (Historia Romana, L.XXI), en boca del cándido Claudio Pompeyo Quinciano, para dar comienzo a nuestro relato.
Campamento romano de Ciadella. Sobrado dos Monxes, A Coruña
A lo largo de los dos primeros siglos del Imperio, contingentes de soldados galos, germanos e hispanos fueron reclutados para suplir las bajas que, dentro de las filas romanas, se iban generando. Bien como unidades de apoyo a las legiones, bien operando de forma autónoma, estos cuerpos de auxiliares actuaron en territorios cuyas fronteras parecían cada vez más inabarcables.
Tercer cuarto del siglo III d.C., en cualquier rincón del Imperio nace un nuevo usurpador, un rebelde local o un autoproclamado rey de un territorio. Los nuevos imperators son nombrados por la guardia pretoriana o se proclaman apoyados por sus legiones. Algunos se suicidan, otros son simplemente asesinados.
El Imperio se hace viejo y envilece. Roma se siente incapaz de hacer frente a todas sus amenazas y las fronteras, desde el Rin hasta el Éufrates, se contraen cada vez más. Ya no nacen emperadores de gran carisma como Augusto, Trajano o Antonino. El Senado se manifiesta abiertamente infiel y traidor, corrupto. La única garantía que sobrevive en este tiempo es la nueva estirpe de combatientes procedentes de las lejanas tierras del Danubio; una nueva casta de líderes a las que se aferran sus legiones para intentar mantener el poder sobre el resto de pueblos, aun sacrificando parte de sus antiguas tradiciones.