Cabezo de las Minas. Botorrita, Zaragoza
Hasta entonces sólo habían combatido como fuerzas mercenarias fuera de su territorio. Indistintamente, tanto en el bando cartaginés como en el romano, allí donde se había requerido la presencia de sus armas, caballos y valor, cosecharon grandes riquezas y enorme prestigio; eran pueblos que vivían por y para la guerra.
Cuando Roma se convirtió en la verdadera amenaza para todo el territorio peninsular, muchas de las comunidades celtibéricas firmaron alianzas entre ellas; se unieron bajo una gran coalición para volver a cruzar sus fronteras más meridionales e intentar mantener lejos de los hogares la opresión que, por aquel entonces, empezaban a padecer las ciudades del sur.
Derrotados, regresaron a su tierra preparándola para la inminente contienda. Se levantaron nuevas ciudades fortificadas, además de puestos avanzados en las montañas; todo era poco a fin de alertar la presencia enemiga con suficiente antelación. Ante su esperada llegada, realizarían señales de humo para movilizar a la población y a los distintos contingentes militares e intentar contenerlos entre riscos y escarpes. Ese era el verdadero campo de batalla que sus infantes y jinetes dominaban.
Pero con las insignias de sus legiones ondeadas al viento, apoyados por aquellas tropas auxiliares que se habían visto obligadas a engrosar las filas romanas, el nuevo ejército invasor logró alcanzar el corazón de este agreste territorio.
Tras aceptar su cargo en el año 181 a.C., el nuevo pretor de la Hispania Citerior, Tiberio Sempronio Graco, continuó con la misma estrategia iniciada por su predecesor Quinto Fulvio Flaco a la hora de estabilizar las fronteras de aquellas ciudades sometidas al poder de Roma, aunque sensibles a las incursiones de pueblos próximos aún sin pacificar: los lusitanos y los celtíberos.
Controlados los caminos vadeables del Tagus (como así daban a conocer los romanos a este río que desde tiempos inmemoriales se constituía como una frontera estratégica y simbólica de las diferentes comunidades celtíberas) y bloqueado definitivamente el corredor carpetano hacia el sur y el este, Graco volvía a emprender una nueva ofensiva en pinza con ataques continuados desde la Carpetania y desde el valle del Ebro. El pretor buscaba hostigar y arrinconar, aún más, al ejército enemigo en su propio territorio.
Mientras Tiberio Graco lanzaba sus continuos ataques, de forma coordinada el pretor de la Hispania Ulterior, L. Postumio Albino, penetraba en el valle del Duero desde la Lusitania y marchaba hacia el encuentro con el máximo responsable de la Citerior; la idea había sido combinar ambos ejércitos en un único ataque.
Tiberio Sempronio Graco llevó a cabo un ataque por sorpresa sobre la ciudad de Munda, a la que acabó sometiendo y de la que recibió rehenes en garantía, estableciendo en ella una guarnición. A continuación, marchó a sitiar la bien fortificada Certima. En esta ocasión, su población sí logró solicitar ayuda a un campamento celtíbero levantado en las proximidades, pero cuando la caballería de auxilio se acercó hasta el lugar y comprobó la envergadura del ejército romano, desistieron en el intento y dejaron la ciudad a su suerte. Incapaces de resistir tan magno asedio, la población de Certima claudicó, debiendo pagar tributo y entregar varias decenas de nobles a cambio de salvar sus vidas.
Antes de trasladar la ofensiva final al valle del Ebro, el pretor de la Citerior se aseguró de devastar la Celtiberia y conquistar gran número de asentamientos. Puntualizar que muchos de ellos no eran más que meras poblaciones menores, dependientes de otras ciudades centrales. De sus gentes temerosas obtuvo un cuantioso botín y la aceptación voluntaria hacia el nuevo dominio impuesto. Después puso sus miras sobre el campamento celtíbero levantado en las inmediaciones de la ciudad de Alce. Una cruenta lucha entablaría contra los nueve mil guerreros celtíberos que lo ocupaban y a los que finalmente derrotó. A continuación, sometió a esta ciudad a un duro asedio y su población acabó rindiéndose.
Según se cuenta, de esta última victoria lograda por Graco, aparte de riquezas, buen número de prisioneros le fueron entregados. Entre ellos, muchos nobles, destacando dos hijos y una hija del reyezuelo Thurro. Cuando este último supo de la caída de su ciudad, pidió autorización para entrar en el campamento romano y mantener audiencia personal con el pretor. Era Thurro un monarca celtíbero poderoso e influyente que ofreció su colaboración al general romano a cambio de respetar su vida y la de los suyos. “Os seguiré contra mis aliados ya que ellos se han negado a socorrerme”, le prometió en un acto de completa sumisión.
Por su parte, Ercavica, grande y poderosa, aterrada por la suerte que estaban corriendo las ciudades vecinas, libremente decidió abrir sus puertas al ejército invasor. Fue entonces cuando Tiberio Sempronio Graco, satisfecho con los resultados obtenidos en sus distintas campañas, decidió levantar el asedio que sufría Caravis, ciudad aliada, y derrotar a un poderoso ejército en el mismo centro de la Celtiberia, el mons Chaunus.
Un duro enfrentamiento tuvo lugar entre el ejército que habían conseguido reunir para la ocasión los pueblos celtíberos de la zona y las legiones romanas. El combate se mantuvo desde el amanecer hasta el mediodía y tanto de una parte, como en la otra, se sufrieron incontables bajas. Casi derrotado, Tiberio Sempronio Graco decidió atacar al día siguiente, mientras se dedicaba a la recogida de despojos en lo que restaba de jornada. Sería al tercer día cuando se entablará un choque aún más sangriento que las ocasiones anteriores, siendo vencido definitivamente el ejército de los celtíberos y su campamento tomado y saqueado.
El pretor de la Citerior marchó entonces hacia la ciudad de Complega, cuya población también se había sublevado. Ante la llegada de las legiones y levantar el castrum de campaña en las inmediaciones, los habitantes de este oppida salieron a recibir a las fuerzas del general romano en un acto de súplica aparente. Pero cuando se encontraban cerca de la fortificación, generando una enorme confusión, corrieron a atacar de inmediato. Graco, fingiendo huir, volvió sobre sus pasos para realizar un ataque frontal contra los sublevados en el momento en el que más inmersos estaban saqueando las pertenencias legionarias. Allí mató a muchos celtíberos y acabó tomando la ciudad de Complega y todo su territorio dependiente.
Afianzada la frontera, quiso reafirmar sus logros a través de una serie de pactos y alianzas con los nuevos pueblos que acababa de conquistar. Dictó las cláusulas donde se especificaba las obligaciones de las comunidades celtíberas con Roma: prestación de servicio militar como auxiliares, fijación de un tributo anual y la prohibición de fortificar ciudades. Pero, a diferencia de sus antecesores, también buscó suavizar esa opresión invasora de la que era consciente, llevando a cabo un reparto más equitativo de la propiedad y distribuyendo parcelas de tierra cultivable entre la población indígena más desfavorecida; Graco sabía con certeza que la pobreza padecida por determinados sectores de la población era lo que los había empujado hacia el bandolerismo en las ricas tierras del sur. En definitiva, concedió y recibió juramentos de paz que, en los conflictos venideros, siempre serían recordados.
La ciudad de Ilurcis fue renombrada como Graccurris en honor al pretor de la Citerior. Este fue uno de los enclaves desde el cual quiso mantener bajo control a las recién sometidas ciudades cercanas, esperando que terminaran abrazando la cultura romana. En Roma, Graco sería recibido con grandes honores triunfales por los logros cosechados en Hispania.
Todos los hechos narrados hasta el momento son relatados por Apiano y Tito Livio en sus respectivas obras y dentro del contexto de la Primera Guerra Celtibérica. Siguiendo la línea de estos textos clásicos, muchos autores han querido ver en la mencionada ciudad de Complega a Contrebia y, por ende, a la Contrebia Belaisca de la que hoy nos hacemos eco. Desde mi punto de vista, nada más lejos de la realidad.
En muchos de los documentos consultados se hace referencia al duro ataque que sufrió Contrebia Belaisca, de raíz Bela, bajo la dirección despiadada e inmisericorde de Tiberio Graco. Por otro lado, el hallazgo de una treintena de bolas de catapultas en los restos excavados no ha hecho más que legitimar este error. En las siguientes líneas intentaremos demostrar cómo la historia de un viejo asentamiento no es, a priori, lo que quisiéramos que fuese.
Para empezar, el objetivo prioritario del pretor en la Hispania Citerior, al igual que el de su antecesor Quinto Fulvio Flaco, fue el de estabilizar las fronteras meridionales de la Península y, con ello, evitar nuevas incursiones en el territorio de la Ulterior donde Roma explotaba en esos momentos sus ricas minas. Ni mucho menos buscaba iniciar una nueva política de conquistas sobre un territorio del que apenas tenía conocimiento y de la que, estaba seguro, no obtendría ningún resultado en los años de su mandato. En este sentido, se vería obligado a pactar con otras comunidades indígenas para lograr acceder a los confines del territorio celtíbero.
Por contra, para llevar a buen fin sus propósitos, se marcó la siguiente estrategia: una vez controlada la frontera natural del Tajo y cortadas las rutas hacia la Carpetania, se propuso descabezar el organismo político de las comunidades celtíberas de esta parte del territorio, evitando nuevos llamamientos a las armas de los oppida aún libres del control romano. Su objetivo fue simple, desmantelar el nivel jerárquico más alto de los celtíberos cuyas tomas de decisiones militares dependían el resto de pueblos, según los acuerdos de colaboración establecidos. Además, las ciudades de nivel inferior, ricas y potencialmente de gran desarrollo, se convertirían, de facto, en oppidas estipendarias y peregrinas bajo la política de pactos y acuerdos impuestos por Graco. Es decir, el poder romano buscaría sustituir a los consejos de notables celtíberos superiores e intentar romanizar aquellas ciudades situadas en el siguiente escalafón, según su grado de importancia y autonomía.
Algo bastante parecido lo vemos en la Celtiberia Ulterior, al otro extremo del corredor carpetano, donde el gobierno del territorio dependiente pasó de la capitalidad de Contrebia Carbica, fulminada de la Historia, a un oppidum de orden menor, pero potencialmente rico y romanizable como era Segobriga. Esta segunda ciudad quedaría definida como peregrina y estipendaria, clientela de la República Romana, pero municipium en periodos del Imperio.
Lo que no tiene mucho sentido, en las teorías que comparan la ciudad de Complega con Contrebia Belaisca, es que una ciudad supuestamente devastada por las legiones romanas, gozara, a la vez, de su mayor esplendor entre los siglos II y la primera mitad del siglo I a.C. En este periodo de colonizaciones, o te sometías libremente bajos las condiciones e imposiciones romanas, o eras destruido, caso de Complega, y toda su población aniquilada o esclavizada. Es más, según acontecimientos posteriores, podríamos afirmar que tanto el asentamiento de Contrebia Belaisca, como la de su vecina y fronteriza Sekaisa (Segeda), pudieran estar sometidas al control romano (como sucediera en el caso de la sitiada Caravis) desde el mismo gobierno de Flaco. Tal vez, estas dos ciudades belas, junto a otras más, se acogieran a las cláusulas de Graco cuando este tomó el control de la zona.
Entonces, ¿desde qué estatus superior suplantado serían ahora gobernadas? Sencillo, desde la recién creada veteris Latii de Graccurris (en el valle del Ebro otras fueron Cascantum, Osicerda y Leonica), no siendo colonia romana (recordemos que la primera ciudad en el valle del Ebro bajo este estatus típicamente romano fue Colonia Victrix Iulia Lepida), sino latinas. Entre los objetivos de Gracurris estaría su condición de puesto fortificado y barrera al servicio de la vía que desde Cesse/Tarraco pudo recorrer el valle del Ebro, además de vigilar el estricto cumplimiento de los pactos suscritos. Esta era una fórmula previamente ensayada con éxito en la conquista y pacificación del territorio itálico y la Gallia Cisalpina que ahora se llevaba a cabo tras el final de la Primera Guerra Celtibérica; un requisito imprescindible para la temprana e intensa romanización cultural y política del conjunto de las comunidades peregrinas de esta zona.
Lo que pudo suceder a continuación fue que Tiberio Graco firmara pactos con las comunidades belas, Sekaisa y Contrebia entre ellas, y los pueblos Titos, consiguiendo una cierta pacificación y atracción de sus élites indígenas hacia el interés de Roma. A cambio, podrían mantener la autonomía. Aunque, en este sentido, las dos comunidades belas correrán suertes bien dispares.
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