La caída de Sagunto. Capítulo V
Espoleando sus pequeñas y ágiles monturas – sin bridas, ni bocados, ni tampoco sillas; tan sólo el uso de una vara y una cuerda alrededor del cuello -, un cuerpo bien nutrido de caballería ligera númida avanzó hasta alcanzar las proximidades del oppidum. A sus espaldas dejaban una densa polvareda que terminaba fundiéndose con las altas columnas de humo de unos campos envueltos en llamas.