B.H. Capítulo III
En las fechas en las que Julio César llegaba al oppidum de Obulco, Sexto Pompeyo controlaba la plaza fortificada de Corduba, base principal del reducto optimate en la Hispania Ulterior. Su cometido no era otro que el de proteger la que entonces estaba considerada como la capital de la provincia.
Como apoyo en sus funciones, tras las murallas del imponente bastión lo acompañaban el grupo de possesores o élite de la ciudad que integraban la Conventus civium Romanorum. Esta facción de la aristocracia local se había posicionado claramente a favor de la causa de los hijos del Magno; aún perdurando abiertas las heridas provocadas por los abusos de poder del anterior gobernador, Quintus Cassius Longinus, elegido directamente por César. Con esta decisión, el máximo poder de Corduba se declaraba enemigo acérrimo del Dictador.
Mientras tanto, su hermano Cneo continuaba con el cerco sobre una de las pocas ciudades de la campiña cordobesa que aún se mantenía leal a César: la fiel Ulia. Siendo informados de la presencia del general romano en la región, los sitiados de Ulia acordaron enviar emisarios quienes, después de burlar las líneas enemigas, lograron llegar ante él para pedirle que los socorriese a la mayor brevedad posible.
César, consciente de la prioridad que suponía no perder una plaza tan importante desde el punto de vista estratégico, oppidum que se emplazaba en pleno territorio controlado por los pompeyanos, y siendo la fidelidad de sus habitantes inquebrantable hasta esos momentos, ordenó partir de inmediato para reforzar sus líneas y defensas. Sería en torno a la segunda vigilia cuando el general envió seis cohortes de infantería, junto a otras seis de caballería, para intentar levantar el cerco impuesto por Cneo. Como oficial al mando de la expedición, Julio César designó al praefectus L. Vibius Paciaecus, hombre experimentado de su máxima confianza y militar gran conocedor del territorio por dónde debían moverse.
La relación de César con la familia Paciaecus, élite local de la ciudad de Corduba, venía desde tiempo atrás. Su padre, Vibius Pacoaecus, en el año 85 a.C. fue quien ayudó a esconderse en una cueva del Sur de Hispania y salvar la vida a un joven llamado Marco Licinio Craso (pulsa aquí para conocer esta historia) durante el transcurso de las guerras sertorianas, justo antes de su malograda expedición contra Sertorio en tierras norteafricanas.
Desde que salieron del campamento hasta alcanzar la zona hostil, los miembros de la infantería, despojados de la carga innecesaria que les proporcionaban sus armaduras, montaron sobre las grupas de los caballos. De esta forma, cargando cada animal con dos hombres simultáneamente, consiguieron aligerar la marcha y llegar hasta su objetivo.
Cuando las tropas de Paciaecus se aproximaban a Ulia, una inesperada tormenta nocturna irrumpió en el lugar. Eran tan fuertes sus vientos y la lluvia tan cerrada, que apenas podían intuirse los unos a los otros y, menos aún, saber qué soldado marchaba al lado de quién. Pero este inesperado contratiempo supo convertirlo el prefecto de César en una gran ventaja a su favor. Conforme se iban acercando al campamento enemigo, L. Vibiusa Paciaecus ordenó que las monturas se emparejaran unas con otras y que todas fuesen juntas, en línea recta, dirección al oppidum.
Al preguntar la guardia quiénes eran los que por las inmediaciones se acercaban, Paeciaecus pidió a los suyos que permaneciesen en completo silencio. Con voz firme instó al centinela enemigo a mantener silencio porque, siguiendo órdenes expresas del comandante Cneo, iban a intentar tomar la ciudad por sorpresa. Los hombres de Pompeyo, impedidos en su visión por los efectos de la tempestad, siendo incapaces de reconocer a los militares que a las murallas se dirigían, quedaron conformes con la respuesta dada.
Con este ardid las cohortes de César cruzaron, sin complicación, las líneas enemigas hasta alcanzar las puertas de Ulia. Una vez allí, realizaron señas a la guardia de ronda, solicitándoles que le facilitaran el acceso al interior del recinto rápidamente.
Logrado el objetivo principal, tan sólo quedaba por reforzar las maltrechas defensas en los puestos necesarios. Y, organizada y dispuesta la caballería e infantería efectiva, L. Vibius Paciaecus, a voz en grito, dio la orden de atacar el campamento enemigo sin clemencia alguna.
Esa noche el ejército de Cneo Pompeyo fue cogido por sorpresa; sus hombres, desorientados en un primer instante, huyeron ante el brutal ataque que estaban padeciendo. Sólo cuando consiguieron recomponer las filas, pudieron responder y restablecer la situación para, a continuación, continuar con su asedio. Pero Ulia había sido guarnecida de nuevos militares con los que resistir.
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