Fue atravesar la puerta monumental del flumen Anae y desbordarme el enorme bullicio que la propia Augusta Emerita generaba en su interior. El gran alboroto de sus calles provocó el despertar de mi letargo y tranquilidad del que venía disfrutando a lo largo de todo el viaje.
Ciudadanos, libertos, esclavos, viajeros, comerciantes y demás gentes de a pie transitaban las viae de la urbe a través de sus amplias aceras porticadas. Los que iban sobre monturas y carruajes, utilizaban cómodamente el ancho de las calzadas. Igualmente ocurría con aquellos que se desplazaban recostados en literas portadas por sus esclavos. La gente iba y venía de un lado para otro, cruzando las insulae y recorriendo las calles en distintas direcciones. Se trataba de uno de los puntos principales y mayor concurrencia de la colonia: el inicio del decumanus maximus.