Casares, Málaga
En anteriores publicaciones explicábamos como el viejo oppidum prefundacional a Baelo Claudia (pulsa aquí para visitar el yacimiento Silla del Papa), situado sólo a cinco kilómetros de esta ciudad hispanorromana, ejercía las funciones de control sobre aquellos antiguos caminos que atravesaban su territorio y comunicaban la costa del Mediterráneo con los asentamientos del interior. En realidad, fueron muchos los recintos fortificados gobernados por reyezuelos que se erigieron para controlar estos viejos pasos; rutas que se utilizarán en la antigüedad con fines comerciales y transporte de minerales. Tras la colonización romana, todos estos emplazamientos acabarán entrando en la órbita de la nueva cultura y la ciudad de Lacipo será uno de ellos.
Dispuesta como una atalaya natural, sobre la superficie de un alto promontorio cubierto hoy por abundante vegetación, los restos de la antigua ciudad hispanoromana de Lacipo continúan impasibles vigilando el curso fluvial del valle del Genal a la espera de avistar la última embarcación. Porque fue esta ruta (Guadiaro – Genal – Hozgarganta) una de las vías de penetración utilizadas por las naves comerciales que, partiendo desde el portus de Carteia, conectaba con los núcleos poblacionales de la serranía rondeña: Acinipo, Arunda y Saepo.
Una función de vigilancia y control que compartió con su vecina Oba (actual Jimena de la Frontera, Cádiz), con la que mantenía comunicación a través del antiguo camino que tomaba dirección a la ciudad de Barbesula (localizada esta última en el margen derecho del Rio Guadiaro, Campo de Gibraltar. Término municipal de San Roque, Cádiz). En realidad, esta ruta formaba parte de una extensa red de pasos y senderos interiores que acababan enlazándose con la vía principal Carteia – Corduba.
Tal y como sucediera con otros oppidum prerromanos (400 – 200 a.C.), el asentamiento de origen turdetano de Lacipo vendrá definido por unas laderas inaccesibles (en su caso, la Sur y la Este bien tajadas) y la construcción de murallas ciclópeas sólo en aquellos puntos donde se consideraron vulnerables y la propia naturaleza no pudo cumplir sus funciones defensivas. Desde esta posición privilegiada, y con carácter puramente estratégico, sus pobladores pudieron controlar el comercio que se practicó vía terrestre y fluvial, en un primer momento, y sobre la circulación de metales en tiempos de la ocupación púnica. En este sentido cabe reseñar que las explotaciones mineras de la zona fueron transportadas hasta Malaka para, desde su puerto, conducirlas directamente hacia Qart Hadast.
Sería tras la derrota de Aníbal en la Segunda Guerra Púnica y la consiguiente huida de los últimos contingentes cartagineses bajo suelo hispano, cuando Roma pusiera sus miras en Iberia dentro de su política de expansión y colonización más allá del territorio itálico. Con la llegada de los nuevos colonizadores a la Península Ibérica, también desembarcarían nuevas formas administrativas de organización territorial.
Ante este cambio en el panorama peninsular, muchos fueron los pueblos que se opusieron a la dominación romana. Este pudo ser el caso de Lacipo, una resistencia que acabaría en su posterior deditio (rendición por la fuerza) sin condición alguna para los pueblos sometidos.
Desde esos momentos, las ciudades hispanas como Lacipo perdieron su autonomía de gobierno sobre el territorio que habitaban y pasaron a a convertirse, irremediablemente, en ager publicus. Sus habitantes quedaron a merced de las autoridades romana quienes pudieron decidir libremente sobre el destino de estos nativos: exterminados, esclavizados o respetados. Fue, por tanto, Lacipo una civitas stipendaria más de la época que quedaba vinculada a Roma con el pago de un tributo anual, proporcionar tropas auxiliares a sus ejércitos, consentir guarniciones militares en sus dominios y hacerse cargo de las correspondientes soldadas. A cambio, los nuevos colonos no interferirían en los asuntos internos de cada poblado.
La ciudad hispanorromana, que llegó a formar parte del conventus Gaditanus, se constituyó como ceca entre los siglos II-I a.C., momento de la historia que vendrá determinado por las sucesivas guerras civiles acontecidas en Roma. Precisamente a este periodo corresponde la leyenda de los Baños de la Hedionda, una zona termal natural situada en el término de Casares y en el que Julio César, durante el trascurso de las Segundas Guerras Civiles, ordena construir unas termas cuyas aguas contaban con propiedades salutíferas.
Consecuentemente a estos conflictos bélicos, se generará una escasez en la emisión de moneda fraccionada en la ciudad itálica; monedas necesarias, por ejemplo, para el pago de soldadas. Lacipo, como tantas otras ciudades hispanorromanas y para paliar esta carencia, llegará a acuñar semises de imitación en sus talleres locales. En su caso, se emitieron con una iconografía propia de los pueblos iberorromanos asentados en la costa mediterránea. En algunos de los casos, en el anverso quedará plasmada la imagen del toro y en otros la del delfín, pero siempre acompañados por la simbología de un astro. Por tanto, se deduce que, en este periodo en concreto, la ciudad siguió manteniendo su sentimiento de identidad primitiva, hecho que se dilatará en el tiempo favoreciendo la transición entre las dos culturas y su convivencia dentro del mismo espacio habitado.
En este sentido, la figura del taurus vendrá determinada por el reflejo ancestral al culto íbero de este animal, entendido como sagrado, además de a la fertilidad de unas tierras ricas y propicias para la ganadería. La imagen del delfín, símbolo de la navegación, es entendida como la importancia en las relaciones marítimas comerciales de las que seguiría beneficiándose la ciudad gracias al curso de la vía fluvial. O lo que es lo mismo, el río seguía siendo el eje vertebrador de este territorio en su comunicación entre la costa y las ciudades del interior como Acinipo. Por su parte, el uso en la iconografía del astro, a veces sol y otras lunas crecientes, también quedará vinculado a los cultos íberos astrales.
Lacipo se había levantado sobre unas tierras aptas para la agricultura y la cría de ganado, por lo que resulta bastante lógico y probable que sus pobladores buscaran la protección de los astros a través de las representaciones de antiguas deidades consagradas. Así, la luna creciente queda relacionada con el culto a la Dea Luna practicado también en Malaca (cerca de Málaga, bajo dominio fenicio, existió una isla dedicada a la diosa Luna que quizás sea la misma a la que otras fuentes llamaron Noctiluca) y el astro sol a Helo(n), Helios, etc. A partir de esta simbología numismática se ha desprendido la hipótesis que el oppidum pudo contar con algún templo o santuario dedicado al dios Sol o a la diosa Luna.
En conclusión, el panorama que presenta la ciudad en periodos de la República es la de un asentamiento bien fortificado. Sus actividades principales fueron la ganadería y la agricultura, y continúa beneficiándose de su privilegiada ubicación estratégica a la hora de intervenir en el comercio que se sigue practicando por las viejas rutas fluviales, respetadas ahora por los romanos. Sus habitantes se resisten a abandonar sus antiguas creencias y cultos, pero quedan obligados a convivir con los nuevos colonos.
Bajo dominación romana, Lacipo y Oba continuarán ejerciendo sus funciones de control sobre el territorio dependiente. Como ciudades gemelas, ambas alcanzarán su máximo esplendor en los primeros siglos de la nueva Era.
Por otro lado, Carteia, situada en el Estrecho de Gibraltar y no muy distanciada de Lacipo, seguirá manteniendo sus estrechas relaciones de índole económico. Prueba de ello es la dedicación que ordenó realizar el ciudadano laciponense Rufo Servilio Probo en honor de su esposa Canuleia, hija de Quinto Canuleio, y que se llevó a cabo a costa de Lucio Valerio Rufo como heredero del primero. Cabe indicar que la gens Canuleia no fue muy común y estuvo bien relacionada con la ciudad de Carteia y con los descendientes de los primeros colonos de la Colonia Latina Libertinorum (pulsa aquí).
Concerniente también al aspecto económico de Lacipo y sus actividades comerciales es la constancia de un duoviro de nombre Numius Valerianus Rusticus, al cual se le ha querido relacionar con otros miembros de la gens Numissi documentados como comerciantes y exportadores hispanos de aceite y garum, aunque no existe demasiada seguridad para tal afirmación.
Y al igual que el resto de ciudades hispanas definidas en periodo augusteo, Lacipo entrará en una fase de monumentalización donde las aportaciones privadas de la élite y sus evergetas irán perfilando el urbanismo y su fisionomía. Por ejemplo, el pontifex Quinto Fabio Varo costeará y dedicará a la memoria de Augusto divinizado una crypta, templo de la ciudad, donde se practicará el culto imperial. Además, también sufragará la construcción de una terraza o pórtico, hypaetrum ornamentada con elementos arquitectónicos y vegetación, que se utilizará para dar paseos al aire libre. Estas obras se llevarán a cabo en época tiberiana.
O el embellecimiento del viejo oppidum mediante la erección de estatuas y la disposición de aras dedicadas. Este fue el caso de Caius Marcius December quien pagó setecientos cincuenta denarios por una estatua de la Fortuna Augusta que erigió en agradecimiento por su elección como seviro augustal y por haberle eximido la curia (porque la ciudad de Lacipo contó con curia, termas y otros edificios públicos) del pago de summa honoraria (tributo que se debía pagar por ocupar alguna magistratura civil o sacerdotal).
A finales del siglo II d.C., las murallas de la ciudad también serán objeto de una rehabilitación o reforzamiento en sus estructuras. Este momento coincide con la invasión de las tribus mauritanas a las costas de la Baetica. En realidad, tanto Lacipo como su homóloga Oba formarán parte de un cordón defensivo, definido como límite natural, que se creará para evitar el ataque de los maurii procedentes del norte africano. Pero estas defensas no llegaron a evitar la penetración hacia el interior de los norteafricanos (esta historia os la contamos en la publicación de El Castellum de Santillán)
Tras un periodo de decadencia y abandono, durante los siglos IV – V d.C. la vieja fortaleza vuelve a ocuparse, aunque con funciones bien distintas. Los antiguos edificios hispano-romanos caerán en desuso y sus estructuras serán reutilizadas para erigir una necrópolis hispano-visigoda. Será a partir de estos momentos cuando Lacipo quede despoblada definitivamente, desplazándose sus habitantes hacia la que se constituirá como actual Casares (‘El Palacete’)
Hoy en día, las ruinas de la antigua ciudad ibero-romana se encuentran situadas en el monte Alechipe (derivación del topónimo de Lacipo), conocido el lugar, comúnmente, como El Castillo, El Torrejón o El Pellizcoso.
Enlaces externos:
- Aquí os dejo las piezas de Lacipo que he podido agrupar del Museo Arqueológico de Málaga. Son poquitas, pero sirven para hacernos una idea del yacimiento que acabamos de descrinir. Espero que la disfrutéis.
Bibliografía:
- La ciudad de Lacipo y sus monedas (Rafael Puertas Tricas y Pedro Rodríguez Oliva)
- Unas inscripciones funerarias de Lacipo que evocan el establecimiento en Carteia de la Colonia Latina Libertinorum (Pedro Rodríguez Oliva)
- Arqueología de Andalucía. Algunos ejemplos de actividades arqueológicas en la primera mitad del siglo XX (Pedro Rodríguez Oliva y José Beltraán Fortes)
- Historia de la provincia de Málaga. De la Roma Republicana a la Antigüedad Tardía (Pilar Corrales Aguilar y Bartolomé Mora Serrano)
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