Acinipo. Capítulo II

Por supuesto que nadie recuerda cuál fue el motivo que empujó a estos colonos para asentarse en una comarca tan montañosa. Tal vez vinieran huyendo de las belicosas tribus celtas de donde procedían o puede que, por otro lado, formaran parte de alguna de ellas y alcanzaron estas ricas tierras con objeto de constituirse como punta de lanza en sus propósitos de expansión y colonización.

Sea cual fuere su verdadero motivo, lo cierto es que todo este territorio contó, desde un principio, con un gran valor estratégico. Así que fueron en estas tierras, junto a las vecinas Ocuri, Vesci, Oba y Lacipo, donde decidieron levantar su oppidum amurallado.

Tal era su convencimiento de que se encontraban en una zona de inmejorables posibilidades que, sin pretenderlo, quedaron aislados en medio de todo un dominio turdetano; unas tribus estas cuyos integrantes se dedicaban principalmente a la agricultura.

Ya el propio Plinio en su Historia Natural dejó plasmado en escritura la identificación del lugar. La mencionaba como uno de los oppida de la Baeturia: “… Además de esto, en la céltica están Acinipo, Arunda, Arunci, Turobriga, Lastigi, Salpensa, con Sepón, Serippo”. Se trataba, por tanto, de un asentamiento levantado dentro de un cordón amurallado, con un urbanismo basado en estructuras circulares, enclavado en un lugar elevado y protegido siempre por los profundos tajos que la rodean.

Tan importante llegó a ser esta zona del interior que, aun alejada del incesante comercio marítimo y de su tráfico de mercancías, el pueblo fenicio, antes de la interrupción de los púnicos y bajo su instinto puramente mercantil, supo aprovechar las enormes ventajas que ofrecían las excelentes comunicaciones con las que contaba. Unas vías fluviales que jalonan toda la zona y atraviesan su denso valle de montañas.

La comunidad de mercantes quiso utilizar el enclave como punto de unión entre la costa (desde sus dos principales colonias que eran Malaka y Gadir) y los oppidum nativos del interior, llegando incluso a establecerse junto a los primeros pobladores.

Fue tan grande la influencia que ejerció este pueblo sobre los nativos que consiguió transformar el paisaje urbanístico del asentamiento. El antiguo entramado urbano de cabañas circulares, levantadas en el espacio central del recinto amurallado, dio paso a una edificación de viviendas con un nuevo aspecto cuadrangular. Su interior quedaba dividido en distintas estancias, donde se hacía una clara diferenciación entre el reservado al hábitat y, por otro, al del uso con carácter productivo y cría de animales. Con ello se obtuvo un mejor aprovechamiento de la vivienda, en particular, y de todo el enclave en general. Así fue como empezaron a definirse las primeras calles de la futura ciudad.

Al transitar por estos viejos caminos aún puedo contemplar, entre los cascotes de las ruinas y a modo de testigos del pasado, las imágenes de esos verracos labrados en piedra a los que en su día nuestros ancestros dedicaron ofrendas y oraciones.

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