Ruta Hoyas del Conquín Alto. Gorafe, Granada
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Transcurrió poco tiempo para que el pequeño notara como su cuerpo había entrado en calor, o por lo menos no sintiera la tiritera con la que se vio obligado a sentarse junto al fuego. Decidió, por tanto, que ya era el momento de regresar a su cabaña y afrontar, de una vez por todas, el fatal desenlace de la cerámica quebrada en la orilla del río. No sabía cómo, pero en esos instantes se encontraba con las fuerzas suficientes. ¿Sería el amuleto, entregado a modo de presente, que empezaba a surtir efecto?, pensó.
En esta ocasión no hubo intercambios de palabras, ni gesto alguno, que indicara cierta comunicación entre los dos individuos. Por un lado, el niño, sencillamente, se levantó y se marchó corriendo. Por otro, el fabricante de herramientas continuó concentrado en su trabajo rutinario de pulimentado sin prestar mayor atención. Eso sí, en la cara del adulto se podía intuir cierta leve sonrisa.
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