Mosaico en Villa Romana de NohedaVillar de Domingo García, Cuenca
El triclinium de la villa señorial de Noheda, un enorme comedor preparado en una gran sala de planta rectangular de la que destacaban tres exedras. De techos abovedados y paredes enlucidas con bellos frescos, su interior estuvo decorado con un buen número de esculturas y, esto hay que subrayarlo, impresionantes mosaicos. Uno de estos pavimentos hace alusión al conocido como mito de Pélope e Hipodamía. Sabed que el mosaico de Noheda es hasta la fecha la única pieza que detalla, de forma íntegra, todos los episodios del pasaje recogido en la mitología griega. Por este mismo motivo, hoy paso a relataros su historia aprovechando cada uno de los detalles que en él fueron representados y que se narran sobre su superficie.
¿Por dónde puedo empezar a contar esta historia? Sin duda son muchos los caminos contemplados en la mitología griega que nos llevan al conocido como mito de Pélope e Hipodamía. Tal vez el más recurrido de todos ellos sea aquel que nos relata la trágica infancia de Pélope. No es que sea el más imprescindible, pero, quizás, sí el que nos ofrezca una mayor comprensión para entender las escenas del fantástico mosaico de Noheda.
Pélope era hijo de Tántalo, el terrible rey de Frigia (de ahí que, en el mosaico de Noheda, Pélope aparezca representado con un gorro frigio). Siendo aún niño, un día su padre quiso desafiar a los dioses del Olimpo y de su mente retorcida surgió la idea de ofrendarlos con una suculenta comida. El plato a preparar no era otro que el cuerpo sin vida del pequeño Pélope, a quien su padre había sacrificado, descuartizado, cocinado y, finalmente, servido en el menú con el único propósito de comprobar si las divinidades invitadas eran capaces de diferenciarla de la carne animal.
Todos los dioses advirtieron este engaño, a excepción de Démeter. La diosa del grano y las cosechas, compungida como estaba por la pérdida de su hija Perséfone (véase aquí su historia), fue la única que aceptó la ofrenda, tomando, sin saberlo, un pedazo del hombro izquierdo de Pélope.
Por esta macabra ocurrencia, Tántalo acabó arrojado al Hades. Como castigo por su desafío, los dioses le condenaron a permanecer suspendido de un árbol cargado de frutas que se encontraba en un lago del Tártalo. Allí pasaría hambre y sed eternamente, puesto que, cuando Tántalo intentaba alcanzar alguna de las frutas, las ramas se elevaban y, cuando se inclinaba para beber, las aguas del lago se retiraban.
Por su parte, el muchacho fue devuelto a la vida, concediéndole los dioses una belleza inusitada y reemplazando su hombre izquierdo, aquel ingerido por Démeter, por otro nuevo elaborado en marfil. Fue tal su hermosura que Poseidón acabó enamorándose de él; de hecho, Pélope es el único amante masculino conocido por este dios. Será precisamente Poseidón quien enseñe al hermoso joven a conducir, de forma magistral, carros tirados por veloces caballos.
Con el transcurso del tiempo, Pélope heredó el trono de su padre y durante algunos años gobernó en paz y prosperidad desde Enete, en las costas del Mar Negro. Pero su reino le sería arrebatado por Ilo, el rey troyano, quien le obligó a huir atravesando el mar Egeo. Por aquel entonces el joven había madurado y se había enamorado de la bella Hipodamía, hija del rey de Pisa y Élide llamado Enómao. Hacia estas tierras viajará con la intención de pedir su mano.
Por su lado, Enómao era hijo de Ares y amante de los caballos. Se cuenta que el oráculo le había predicho que moriría a manos de su futuro yerno. Otros, en cambio, aseguran que este rey estaba enamorado de su propia hija y que siempre buscó la forma de evitar cualquier matrimonio. Llevado por sus propios miedos (o celos, según se vea), un día ordenó pregonar en su reino que todo aquel príncipe que pretendiera la mano de su hija, previamente tendría que enfrentarse a él en una carrera de cuadrigas en el hipódromo de Olimpia. Las reglas establecidas eran bastante simples: aquel que lo superase en la carrera heredaría su reino y contraería matrimonio con Hipodamía. Ahora bien, en caso de vencer Enómao, el pretendiente tendría que pagar la derrota con su propia vida.
El asunto, aunque arriesgado, no era tan baladí como quisieron creer todos aquellos príncipes que viajaron hasta Pisa para cortejar a Hipodamía. El astuto Enómao imponía otra serie de reglas a sus contendientes, a la vez que jugaba con cartas marcadas sin que ellos lo supieran. Por ejemplo, obligaba a todos ellos a realizar la carrera acompañados de su hija con la idea de distraer su atención y la de sus caballos. Para disimular su ardid, si así lo podemos denominar, les otorgaba ventaja mientras el realizaba un sacrificio en el altar de Zeus Marcial en la propia Olimpia.
Como ya he comentado, Enómao era hijo del dios Ares. Esta divinidad del Olimpo le había regalado las yeguas más rápidas de toda Grecia. Su cuadriga era conducida por Mírtilo, hijo de Hermes y toda una garantía para la victoria. Por supuesto que de esto nada sabían los pretendientes que había tenido Hipodamía hasta la fecha, nada menos que trece en número, los cuales habían sido derrotados y atravesados por la lanza de Enómao; por cierto, otro regalo de su padre. Cuentan las malas lenguas que los cuerpos decapitados de estos trece príncipes fueron enterrados en las proximidades del Excita-Caballos, en el hipódromo de Olimpia, y que son sus almas rencorosas las que ponen obstáculos a otros aurigas en las carreras.
Así y todo, Pélope, confiado en sus posibilidades, decidió pedir la mano de Hipodamía y competir contra Enómao en una carrera. Nada más desembarcar en Élide, quiso realizar un sacrificio para invocar a su antiguo amante, su dios protector Poseidón. Fue a él a quien le suplicó ayuda para no correr el mismo destino que sus predecesores. Entonces, de las aguas turbulentas y agitadas emergió un carro de oro alado, una magnífica cuadriga que podía correr sobre las olas sin mojarse y del que tiraban un grupo de caballos incansables e inmortales. Montado en él, partió hacia Pisa para solicitar el matrimonio de la hija del rey.
Al llegar a palacio real comprobó atónito el macabro espectáculo que lo esperaba. De sus portones colgaban las cabezas de los anteriores pretendientes que el rey había ordenado clavar. La población del lugar comentaba como su rey se jactaba en público afirmando que un día construiría un templo con todos los cráneos que consiguiera coleccionar. Estos rumores le hicieron dudar, por lo que debía de encontrar alguna otra solución si quería garantizar su victoria.
Y se llevó a cabo la audiencia real con toda solemnidad que el acto requería. Aparte de Pélope y el rey, a ella asistieron Estérope, la esposa del monarca; Hipodamía, que en todo momento se le veía ilusionada y enamoradiza con el nuevo príncipe; uno de los hijos de Enómao y Estérope; y el auriga Mirtilo. La carrera se iniciaría en Pisa para finalizar en el altar de Poseidón construido en el estrecho de Corinto, en el extremo de lo que hoy sería el actual Peloponeso. Como siempre, Enómao daría ventaja a su contrincante, quien estaría obligado a llevar en el carro a su hija, mientras él realizaba el sacrificio de un carnero a Zeus. Si antes de llegar a la meta el rey daba alcance a Pélope, tendría el derecho de atravesarlo con su lanza y colgar su cabeza de la puerta de palacio. Si, por el contrario, Pélope lograba llegar a la meta antes de ser alcanzado por el rey, heredaría su reino y se casaría con su hija. Esos fueron los términos del acuerdo, aceptados por ambas partes.
Durante la reunión en palacio, Pélope se había percatado de un detalle: Mírtilo no había apartado sus ojos de Hipodamía. Intuía que, en secreto, el auriga podía estar enamorado de la hija del rey, pero que, quizás por miedo, nunca se había atrevido a competir contra él. Tras dar por concluida la audiencia, el joven Pélope buscó al auriga para intentar convencerlo. Si le ayudaba a lograr la victoria, le trasladó Pélope, le haría entrega de la mitad del reino que heredase, además del privilegio de pasar la noche de nupcias con Hipodamía. Aun así, Mírtilo no vio clara su traición.
Preocupado por su trágico final, Pélope fue en busca de Hipodamía para comentarle la propuesta que le había realizado al enamorado Mírtilo. Fue ella la que finalmente lo convenció y, la noche antes de la carrera, el auriga del rey decidió sabotear el carro del rey sustituyendo las pezoneras de bronce, que sujetaban las ruedas al eje, por otras fabricadas en cera.
A la mañana siguiente la carrera se inició tal y como habían acordado las dos partes en la jornada previa. Enómao permitió que Pélope comenzara sólo mientras el sacrificaba un carnero. Una vez concluida la ofrenda al dios Zeus, partió a la caza del pretendiente. Con la ventaja que le otorgaban los caballos, poco a poco fue ganando terreno a Pélope. Cuando por fin parecía que lo alcanzaba e iba a atravesar su espalda con la lanza, justo antes de cruzar la línea de meta, las ruedas de su cuadriga se desprendieron y el carro se rompió, precipitando a Enómao contra el suelo y arrastrándolo sus caballos, enmarañado entre las riendas, hasta morir, como bien le había predicho el oráculo.
Mirtilo logró saltar a tiempo y salvar su vida. Antes de morir, las últimas palabras de Enómao fueron dedicadas al auriga maldiciéndolo por su traición y rogando a los dioses que también pereciera a manos de Pélope.
Finalmente, Pélope se casaría con Hipodamía, convirtiéndose en el nuevo rey de Pisa. Quiso rendir homenaje al padre de su esposa organizando unos solemnes juegos en Olimpia. Tras la boda, la pareja, junto a Mirtilo, marcharon a realizar una travesía por el mar. Ya de noche, cuando atracaron en la isla de Helena, Pélope salió a buscar agua dejando a su esposa y al auriga solos en la embarcación. Fue entonces cuando Mirtilo quiso cobrarse parte de la deuda, pues se trataba de la noche de bodas y reclamaba para sí su derecho a pasarla con ella.
Pero Hipodamía lo rechazó, saliendo a la búsqueda de su marido para confesarle, entre sollozos, que Mirtilo había intentado violarla. Entonces, Pélope se encaró con el auriga, golpeándole en el rostro y empujándole hacia el vacío desde unos acantilados que miraban al mar. De esta forma se cumpliría la maldición de Enómao. Pero antes de ser arrastrado por las aguas y ahogarse, Mirtilo también maldijo a Pélope y a toda su descendencia.
La pareja continuó su travesía hasta alcanzar la corriente occidental del Océano, donde Hefesto le purificó por el homicidio cometido. Luego regresaron a Pisa para ocupar el trono. Pélope pronto cambiaría el nombre de esta región, conocida hasta entonces como Pelasgia, por el de Peloponeso, que viene a significar “la isla de Pélope”.
Durante su reinado Pélope gobernó con valor y buen juicio, siendo su riqueza la envidia de toda Grecia. El matrimonio tuvo tres hijos: Atreo, Tiestes y Crispo. Y la maldición de Mirtilo antes de morir siguió adelante.
Crispo era el hijo favorito de Pélope y el futuro heredero al trono, pero fue asesinado por sus dos hermanos y, por su delito, estos fueron desterrados. Igual que Hipodamía su mujer, que terminó por ahorcarse. La maldición persiguió a los nietos y biznietos de Pélope. Entre crímenes y venganzas se movió esta dinastía que no cesó hasta que Orestos, un biznieto de Pélope, fue llevado a juicio y absuelto por el Areípago de Atenas.
Al morir Pélope, sus huesos fueron llevados a Troya por los griegos, puesto que un oráculo afirmaba que de esta forma ganarían la guerra, como así sucedió.
Autor: Javier Nero.
Notas:
Las imágenes del mosaico que aquí se utilizan forman parte de una réplica en vinilo que se incluyó en la exposición Noheda, la imagen del poder en la antigüedad tardía, la cual se celebró en el Edificio Iberia de la ciudad de Cuenca. El mosaico original se encuentra in situ, en el propio yacimiento que está pendiente de apertura.
Bibliografía:
- Los mitos griegos. (Robert Graves. Religión y mitología. Alianza Editorial)
- La iconografía del mito de Pélope e Hipodamía en la musivaria romana. Nuevas aportaciones a partir del mosaico de Noheda (Miguel Ángel Valero Tévar. Anales de Arqueología Cordobesa)
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