“… Bajo el consulado de Tiberio Nerón y Publio Quintilo, cuando regresé a Roma de mi viaje a Hispania y la Galia y después de haber llevado a cabo afortunadas empresas en estas provincias, el Senado decretó que se debía consagrar en honor a mi llegada el Ara Pacis en las proximidades del Campo de Marte y dispuso que los magistrados, sacerdotes y vírgenes Vestales celebrasen cada año un sacrificio en él.”. (Res Gestae Divi Augusti, 12.2)
Habían transcurrido casi veintiséis años desde la victoria en Actium sobre las fuerzas de Marco Antonio y Cleopatra, a partir de la cual se proclamaría, oficialmente, el final de las guerras civiles. Por otro lado, once años habían pasado desde que se cerraran las puertas del templo de Jano, el dios de la guerra, después de doscientos años de conflictos abiertos. El Imperator Caesar Augustus devolvía al Senado romano los poderes extraordinarios que le habían otorgado a cambio de la protección y defensa del Estado. Comenzaba así un nuevo periodo en Roma, el denominado como Pax Augusta.
A mediados del año 13 a.C., tras su tercer viaje a tierras hispanas, al otro lado de las murallas Servianas Augusto esperaba la llegada de la delegación senatorial a las puertas de la ciudad. Era de noche e, intencionadamente, buscaba evitar el encuentro directo con el pueblo romano para no dar lugar a malas suspicacias y falsas interpretaciones entre los pater conscripti. El princeps era un hombre cauto y paciente, muy paciente.
También esperaba la llegada de Agripa, hombre fuerte del Imperio en esas fechas, que desde las provincias orientales regresaba a Roma para renovar los poderes tribunicios y su imperato proconsulare durante los próximos cinco años. Todo estaba perfectamente organizado por Augusto, su vuelta estaba cargada de enorme solemnidad.
Durante el transcurso de estos últimos años, el que inicialmente se llamara Octavio había acumulado gran cantidad de honores civiles y religiosos, moviéndose inteligentemente, pero muy prudente, sobre el estrecho margen que le concedía la cámara senatorial de la res publica. Arcos de triunfo, acciones de gracia y fiestas elevaban aún más su prestigio ante el pueblo romano. Incluso, logró el derecho a proponer sacerdotes y nombrar patricios, obteniendo el compromiso por parte del Senado a reconocer y mantener todas sus disposiciones, cuestión que en un principio pudiera parecer de segundo orden. De esta forma, lentamente, Augusto preparaba el camino a su pretendida monarquía encubierta.
Entre los días 13 y 16 de enero del año 27 a.C. se llevaron a cabo una serie de actos para la devolución de poderes – potesta triunviral – y la restauración ordinaria de la estructura de gobierno de la República. A cambio, el Imperator Caesar recibiría, por petición propia de la cámara, la protección y defensa del Estado, reconociéndole el Senado su posición en la misma a cambio de la renuncia de sus poderes ilimitados. Con la protección estatal se autorizaba al princeps a conservar las potestades militares extraordinarias con el cometido de encargarse de las nuevas provincias del Imperio aún no pacificadas o, en su defecto, amenazadas de peligros externos. Estos nuevos poderes solo podría mantenerlos durante un plazo de diez años.
Con tal resolución, el futuro emperador lograba el reparto de provincias entre el Senado y su persona, confiándosele la administración de la provincia Hispania Citerior entre otras. Pero ya había expirado el plazo de esos diez años, motivo por el cual, en julio del año 13 a.C., Augusto, junto a sus tropas, esperaba paciente tras las murallas Servianas la llegada de los senadores romanos en el Campo de Marte.
El mismo día de su renuncia de poderes, otro de los honores que le sería concedido fue el título de Augustus, un pilar ideológico fundamental para su peculiar forma de entender el gobierno al que aspiraba. Era este un inusual concepto sacro que, sutilmente, lo elevaba por encima de cualquier otro hombre, equiparándolo al Augustum Augurium con el que había sido fundada la ciudad de Roma. Tras el éxito de sus campañas, en beneficio de los intereses romanos y a petición de los propios senadores y pontífices, el Senado decretó en su honor la construcción del Ara Pacis, un altar dedicado a una nueva divinidad, la Pax Augusta, que debía ubicarse, inicialmente, en la Curia de la ciudad.
Este nuevo altar, un locus publicus, era un lugar sagrado de uso público y dependiente de las autoridades reconocidas por el estado – nunca podía instituirse por decisión de un particular. -. La consulta popular sobre la conveniencia de erigir un altar pasaba siempre por una deliberación previa del Senado. Una vez hecha efectiva la resolución, eran los magistrados competentes quienes proponían formalmente la cuestión de la aprobación al pueblo romano. Pero la decisión de erigirlo en la Curia romana generó cierto debate y una división de opiniones cuando el honor fue rehusado por el propio Augusto, como en el caso de otros honores públicos anteriores.
En realidad, este tipo de situaciones ya tenían precedentes en la cámara de los pater conscripti con las decisiones que tomaba el Imperator Caesar. Por ejemplo, en el año 19 a.C. se había aprobado la concesión de un altar dedicado a la Fortuna Redux con motivo de su regreso tras tres años y medio de ausencia. Tanto en el caso de la Fortuna Redux, como de la Pax Augusta, se habían votado honores alternativos a la celebración de triunfos que Augusto había acabado renunciando. Finalmente, el nuevo altar que ahora se honorificaba, acabaría construyéndose en la zona septentrional del Campus Martius, tal y como el emperador propuso que aceptaría.
El Campus Martius eran los terrenos que se extendían tras las murallas Servianas, una defensa levantada alrededor de la ciudad a principios del siglo IV a.C., cuyos espacios quedaban limitados al sur por el Capitolio y al este por el monte Pincio. El resto de la superficie lo rodeaba el río Tíber, definiendo con su recorrido un amplio meandro.
Se llamaba Campo de Marte porque desde fechas muy tempranas existía allí un ara dedicada al dios Marte. En el año 388 a.C., el tribuno Tito Quincio Cincinato, colaborador del cónsul Marco Furio Camilo, también erigió un templo a este dios con objeto de cumplir con su voto tras la invasión de los pueblos galos. Algo parecido haría Gnaeus Domitius Ahenobardus en el año 122 a.C., pero dedicando un templo al dios Neptuno.
En época de la República estos terrenos sirvieron como lugar de descanso o distracción militar cuando el ejército, de regreso de una campaña, aguardaba a que sus generales pudieran celebrar el triunfo; no existía la posibilidad de traspasar previamente las Murallas Servianas. Durante dicha espera se realizaban ejercicios deportivos o de instrucción, carreras de carros como entrenamiento, además de practicar baños aprovechando el propio meandro del río, trigarium, o los manantiales de aguas termales que en el lugar se hallaban.
Una gran calzada, la Vía Flaminia, cruzaba estos parajes extramuros hasta alcanzar el puente Mulviano. El lugar elegido por el emperador para levantar el ara en honor a la nueva diosa Pax Augusta quedaba ubicado muy próximo a su mausoleo, el cual había ordenado erigir en el año 29 a.C. a su vuelta de Alejandría tras la victoria en Actium; para su construcción se inspiraría en la tumba circular de Alejandro Magno que allí debió contemplar.
Desde que el Senado resolviera la consagración del ara a la nueva divinidad, precedieron varios días hasta que, definitivamente, se celebrara la constitutio de este templo menor. Aunque la iniciativa de dicho honor fuera del órgano público, el propio colegio pontifical intervino en el debate surgido. Los pontífices presentes, bajo su condición de senadores, eran los miembros de mayor autoridad en materia de culto público; recibían las consultas antes de la toma de decisiones y redacción de su lex arae. Por supuesto que el Imperator Caesar, ahora Augustus, se había encargado de ello, pues correspondía al colegio pontifical – de ahí el interés de Augusto para que el Senado le reconociera su derecho a nombrar sacerdotes – la autoridad máxima de estudiar las condiciones bajo las cuales se debía de construir el nuevo altar que, en esencia, no era más que otro lugar de culto oficial sometido a una determinada reglamentación religiosa.
La constitutio era el primero de los dos actos oficiales en el proceso de instauración de un altar. A través de ellos, se llevaban a cabo toda una serie de rituales con los que quedaban definidos el espacio destinado a su construcción; la inauguración de una parte del área a efectos de la futura dedicatio; la delimitación de los termini del área sobre la que se construiría el altar; y el establecimiento de las regiones de la futura ara. En definitiva, se trataba de delimitar y consagrar el recinto del futuro monumento de culto y denominar la divinidad a quien se levantaría el altar, así como las autoridades oficiantes, la fórmula que se seguiría para su dedicación, el calendario ritual y la protección sacra del dios o diosa. Todo ello quedaba registrado en el estatuto, su lex arae, que, finalmente, se grababa en el propio altar. Sólo a partir de esos momentos quedaban establecidos los derechos públicos y religiosos que había sobre el ara. Sobre un recinto cuadrangular, levantado en madera de forma improvisada sobre la vía Flaminia, se oficiaron los actos de la constitutio del templo Ara Pacis el 04 de julio del año 13 a.C., acompañándose de un primer sacrificio.
Un amplio cortejo formado por miembros de las autoridades públicas, religiosos y familiares de Augusto recorrieron la calzada hasta llegar al lugar de la celebración. La comitiva la abrían los lictores seguidos por los miembros de los máximos colegios sacerdotales junto a los cónsules. Les seguía Augusto, el pontífice más antiguo en ejercicio, luciendo una corona de laurel y la cabeza velada con una toga. A su lado, los cuatro máximos sacerdotes también con las cabezas veladas, los flamines, precediendo al grupo de familiares del Imperator Caesar. Un ministri portaba la caja para el incienso y otros productos vegetales utilizados en el acto de la praefatio. Otro de los sacerdotes llevaba el horno o foculus para la quema de los mismos y otro miembro del cortejo sacerdotal, la jarra para las libaciones.
La familia de Augusto acudía casi al completo a la ceremonia, quedando perfectamente representada la gens Julio-Claudia ante los ojos de todo el pueblo romano. Encabezaba la comitiva familiar, y encargado de separarlos de las autoridades públicas, Agripa, quien llevaba de la mano a su hijo Gaio César. Para la ocasión, se engalanaba con vestiduras sacerdotales al igual que el resto los miembros del colegio de los quindecimvir que lo acompañaban. Tras ellos Livia, la esposa de Augusto, con la cabeza velada y una corona de laurel.
Detrás de su madre, Tiberio junto a un primer grupo de familiares formado por Antonia Menor, su marido Druso, el único uniformado con ropa militar, y su pequeño Germánico. Algo más separado, un segundo grupo formado por Antonia Mayor, su esposo Lucio Domicio Enobardo y sus dos hijos Domicia y Gneo Domicio Enobardo, este último futuro padre de Nerón. Otros familiares que formaban el cortejo que acudía a la constitutio eran el pequeño Lucio César, segundo hijo de Agripa, con su madre Julia, Octavia Menor y la pequeña Julia Menor con el tercero de los pequeños de Agripa.
Con la conclusión de los actos ceremoniales de la consagratio, quedaba proclamada, oficialmente, la nueva era de la paz romana. Era esta una paz predestinada por designios divinos que sólo se había logrado gracias a la intervención de Augusto, quien, además, aseguraba su mantenimiento. Para la legitimación oficial del culto a la nueva diosa, Pax Augusta, sólo quedaba celebrar la correspondiente dedicatio, la cual únicamente podía llevarse a cabo tras la construcción de su monumento que tenía como función reemplazar el improvisado de madera utilizado al oficiarse las propiedades sacras el 04 de julio de 13 a.C.
En el año 10 a.C., Augusto ordenó construir el Horologium Augusti al matemático y arquitecto Facundus Novius. Se trataba del mayor reloj solar conocido en el mundo antiguo, ubicado a escasos metros del Ara Pacis. El proyecto lo componía una gran plaza circular, fabricada en travertino, en cuyo centro se colocó el obelisco traído desde Heliópolis tras la incorporación de Egipto al Imperio.
Tal ingenio servía para medir la sombra a partir de los rayos solares proyectados sobre la gran pilastra, determinando, de esta manera, la duración de los días. A través de unas placas de bronce, que quedaban incrustadas en la mitad superior de la plaza, se lograba conocer el día del mes exacto gracias a la longitud de la misma.
Con la construcción de este reloj solar, junto al altar y al mausoleo también en el Campus Martius, quedaba completado el conjunto monumental de Augusto en la nueva zona sacra. Un lugar que, intencionadamente, servirá para preservar la memoria del primer emperador y sus distintas facetas. A partir de entonces, el Campo de Marte empezará a adquirir mayor peso en el urbanismo de Roma, hasta entonces sólo dedicado al acantonamiento del ejército, constituyéndose como un terreno propicio para las nuevas construcciones gubernamentales.
Unos tres años y medio después de celebrarse la constitutio, exactamente el 30 de enero del año 9 a.C., tuvo lugar la dedicatio del Ara Pacis, es decir, la inauguración del altar. Fue este un día cuidadosamente seleccionado por Augusto para hacerlo coincidir con el aniversario del nacimiento de su esposa Livia. Con este gesto, ella también quedaría directamente relacionada con el culto a la diosa, preámbulo de su futura divinización. Ese día dos oficiantes, un magistrado del Cum Imperio y un pontífice, ambos capite velato, tocaban con sus manos una de las regiones del ara mientras recitaban, uno a continuación del otro, la sollemia verba fijadas ya sobre el monumento.
El templo se construyó con forma casi cuadrangular, respetando los límites definidos en la consagratio y quedando a cielo descubierto, como requisito de los altares oficiales; para su obra se empleó mármol de Carrara. Sus dos frentes, los lados algo más cortos, se abrieron a la vía Flaminia por un lado y al Campo de Marte por otro. El primero de ellos daba acceso al interior del ara a través de una escalinata que llegaba hasta el altar. Este era también cuadrangular, levantado sobre tres gradas en el interior y era el lugar donde se oficiaban las ceremonias. Por el acceso ubicado al oeste, el que miraba a los espacios del Campo de Marte, era por donde se introducían a los animales previamente al sacrificio.
Las caras exteriores de sus paredes fueron decoradas con motivos escultóricos en referencia a la fundación de Roma, con la presencia de Rómulo y Remo, y a la personificación propia de la diosa Pax Augusta, además de reflejar en estos muros la comitiva o procesión que acudió en el año 13 a su consagración. En el interior, bucráneos y guirnaldas embellecían el recinto sacro.
Ante la presencia del colegio pontifical, ese día se leyó la lex arae donde quedaba anunciado el nombre de la divinidad tutelar, Pax Augusta; los termini del área sagrada, así como las de sus regiones sacras; el tipo de víctima a sacrificar, en su caso una vaca blanca; el calendario ritual que serían los días 30 de enero y 4 de julio, siendo este último establecido como dies Natalis; y las fórmulas propiciatorias que cerrarían la ceremonia. En el caso de la Pax Augusta, esta fue ligada a la protección y estabilidad del Imperio dentro del panteón de dioses romanos, reconociendo sus competencias con las funciones parecidas a las de otras divinidades, Concordia o Salus, y complementarias a las de Jano. A partir de ese día, magistrados, sacerdotes representantes de los grandes colegios pontificales y Vestales ofrecerían un sacrificio en el aniversario de la nueva diosa.
Concluida la ceremonia, el Ara Pacis adquirió pleno reconocimiento como lugar de culto del estado romano. Nacía así una nueva diosa oficial, cuyos beneficios, a partir de entonces, quedaban vinculados a la intervención de Augusto. Él se hallaba presente en la ceremonia de la dedicación. Otros oficiantes fueron Tiberio, pontífice desde antes del año 13 a.C. y que se encontraba en Roma en ese mes de enero del año 9 para recibir su Ovatio Ex Pannonia, y Druso, hermano del anterior, quien, no siendo pontífice y oficiando como magistrado, en esos días también se encontraba en la ciudad para asumir su consulado.
Augusto lograba uno de sus grandes propósitos: inmortalizar sus logros y pasar a un plano superior, diríamos que casi divinos, sobre el resto de hombres que representaban al pueblo romano. Era esta su forma de legitimar el nuevo estado de monarquía, aunque sólo fuese simbólicamente. Ya sólo le restaba solventar el problema sucesorio, encontrar a un heredero, un verdadero garante que sirviese para mantener la forma de gobierno que él había logrado establecer. A ese heredero lo buscó entre los distintos miembros de la gens julio-claudia. Pero, aunque parezca lo contrario, le costó más encontrar un sucesor a que lo relacionaran con un dios.
El Ara Pacis no fue más que una demostración tangible y propagandística de Augusto, enmascarada bajo la aureola divina, que aprovechó el estado de pacificación definitiva de los territorios conquistados por Roma para poner de manifiesto su poder y sus logros. El monumento se ordenó erigir con el propósito innegable de eternizar su triunfo personal y para que quedara reafirmado, a lo largo de los años, a través de sus descendientes. Con el nuevo altar, no sólo se honraba a la nueva divinidad para la que fue ordenada el culto, sino también al propio Augusto. A partir de su dedicación, cuando se practicase un sacrificio anual ante el altar en cada una de sus dos feriae publicae, el emperador reinante también recibiría culto público, aunque de forma indirecta.
El Ara Pacis gozará de una vida relativamente corta. Una alta degradación, motivada por las continuas crecidas del Tíber y los distintos incendios sufridos, harán impracticables su culto cuando, en el año 123 d.C., el emperador Adriano ordene construir un muro de contención a su alrededor para salvaguardar el templo. A finales del siglo II o principios del siglo III d.C., el altar ya se encontraba enterrado bajo el lodo arrastrado por el río, quedando en el olvido de la memoria colectiva de los romanos. Desaparecerá definitivamente, pero, a partir del siglo XVI y hasta llegar a nuestros días, empecerán a encontrarse piezas aisladas que han permitido sacarlo a la luz y reconstuirlo para deleite del público.
Un saludo a todos.
Este artículo está dedicado a un buen amigo, gran bloguero de la Historia. Pax Augusta, mi querido J.m. Escalante.
Bibliografía:
- Estudio Histórico-Artístico del Ara Pacis Augustae (Leyre Leunda Pérez)
- Religión y culto en el Ara Pacis Augustae (Jose A. Delgado Delgado)
- Cartelería del Museo del Ara Pacis Augustae.
- Historia de la Antigua Roma (Lucien Jerphagnon)
- Historia de Roma. El Imperio Romano (José Manuel Roldán, José María Blázquez, Arcadio del Castillo)
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Mil gracias Javier, y que la paz de Augusto nos acompañe en cada momento…
Un abrazo.
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Tu y yo tenemos pendiente una cerveza bien fría para cuando decida ir a tu tierra y me hagas de Cicerone. Un abrazo y… nos leemos.
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Eso está hecho…
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