Acinipo. Capítulo III
Pero todo el paisaje cambió radicalmente cuando, en centurias posteriores y bajo el ruido de los scutum y gladius, las legiones romanas terminaron por expulsar al pueblo oriental que vino para reemplazar a los primeros mercaderes.
Aprovechando su inmejorable emplazamiento, definido este como una gran atalaya natural en la parte más alta del sistema montañoso, Acinipo, abrigada entre tajos inexpugnables, se convirtió rápidamente en el punto estratégico para el control del paso que, por estas tierras, realizara cualquier contingente encaminado hacia las futuras provincias de Gades e Hispalis.
Desde un principio se quiso dejar constancia sobre su posición principal y dominante con respecto al resto de asentamientos de la zona. Tras su elección como ciudad central, se iniciaron una serie de reformas en el oppidum que permitieron simbolizar al nuevo orden. Así, por ejemplo, se reforzaron las antiguas murallas a las cuales se le añadieron torres de vigilancia.
Se levantaron grandes espacios públicos como fueron las termas, el teatro, el foro y demás. Y se empezaron a construir domus al estilo de las utilizadas por estos latinos en sus ciudades de origen. Así fue como la ciudad adoptó las normas y costumbres de los nuevos colonizadores, incluso antes que su vecina Runda (antiguamente llamada Arunda), que ocupaba en esos momentos una posición secundaria en relación a Acinipo.
Muchas de las nuevas construcciones, sobre todo las viviendas, se edificaron en los espacios libres con los que contaba el recinto amurallado antes de la intrusión de las legiones. En este caso, se distribuyeron de manera aterrazada aprovechando la propia pendiente del terreno.
Pero en otras ocasiones, como fueron los casos del edificio termal y la plaza pública, fue necesario hacer uso de las zonas habitadas por la población indígena. Este problema se dio en aquellos terrenos donde las condiciones eran las más idóneas para la escenificación del ideal romano, lo que obligó al desalojo y traslado de los nativos a otros espacios de la ciudad.
Algo muy distinto sucedió con la construcción del edificio de espectáculos. En un primer momento se consideró erigir el teatro junto a una de las puertas principales de la ciudad, en concreto la puerta Sur; este era el lugar preferente para una obra de tan alta envergadura y relevancia en los intereses romanos. Sucedió entonces que el terreno elegido sufría severas inundaciones cada vez que arreciaban las fuertes lluvias. Tal situación provocó que sus cimientos nunca llegaran a asentarse, lo que hacía de la construcción un proyecto inestable al que, por otro lado, no se encontraba solución alguna.
Después de continuos intentos por asentar los pilares del futuro teatro, se determinó cambiar su ubicación. Se precisaba otro espacio que ofreciera mayores garantías para la finalización del edificio. En este sentido, buscaron un nuevo emplazamiento que aún no estuviese urbanizado y que, sobre todo, presentara unas características apropiadas para transmitir al resto de ciudades próximas cuál era la verdadera grandeza y poder de Roma.
Las posibles opciones eran escasas, ya que la transformación urbanística realizada en el viejo oppidum había sido tan acelerada que apenas quedaban espacios para tan magna construcción. Como única posibilidad acorde a los verdaderos intereses romanos, el teatro fue levantado, finalmente, a espaldas de la muralla, sobre la meseta más alta del recinto y aprovechando una de las pendientes de su ladera. Así se hizo ostensible y patente de cuál era la supremacía del pueblo romano.
Debido a ello, hubo que improvisar una vía que uniera este monumental edificio con el resto de las calzadas más importantes ya existentes de Acinipo.
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