Los Aljibes de la Vieja Catedral

Una de las cosas que he aprendido en los últimos años, cuando salgo a fotografiar monumentos y restos de nuestro pasado, es que siempre debemos de contar con un plan ‘B’ anotado en la agenda, una alternativa a la que podamos recurrir en los casos que consideremos urgentes y de primera necesidad.

En el presente artículo me gustaría ilustraros cómo pueden llegar a ser de útiles estas segundas opciones, tomando como ejemplo mi última visita a Cartagena.

Imaginaos por un momento que os encontráis en el casco antiguo de la antigua ciudad romana de Carthago Nova, en pleno ajetreo de visitas hacia los puntos de interés que tenéis marcados en vuestro recorrido: Teatro Romano, Casa de la Fortuna, Augusteum, Barrio del Foro, etc.

En definitiva, os encontráis en vuestra salsa, pero condicionados a los horarios de estas instalaciones culturales. Así que, el tiempo apremia, no hay segundo que perder y tú te has convencido de guardar en la memoria de la cámara todos aquellos rincones de esta bella ciudad.

Las agujas del reloj van pasando y piensas que cada vez te queda menos tiempo. Pero, aunque pueda parecer una incongruencia, tampoco quieres hacerlo a la ligera. Todo lo contrario, buscas realizar tu proyecto lo mejor posible, acorde con el patrimonio que te brinda Cartagena. Y así vas disfrutando, de un sitio para otro, en cada uno de los momentos.

Pero, de repente, alguno de tus acompañantes dispara una maliciosa pregunta como el que no quiere la cosa ni perjudicar a nadie: ¿No va siendo hora de ir a comer?

En esos instantes te paras en seco, te bloqueas. El cielo se te desploma ante tus pies y sin apenas haberte repuesto, vas levantando poco a poco el brazo izquierdo para dejar al descubierto la muñeca y mirar con pánico el reloj. Son las 14:30 horas.

Se ha confirmado y la vaga esperanza se esfuma con la leve brisa del aire que ha chocado contra tu pétrea cara de la estatua en la que te has convertido. Sientes como si el sol se ocultara, todo a tu alrededor se torna gris. Ves a la gente pasar de manera fugaz cerca de ti, pero tus segundos se desploman lentamente.

Aún no quieres contestar, necesitas pensar, calcular. Le echas un vistazo al itinerario y compruebas que en Semana Santa los horarios son un poco menos flexibles de lo habitual. Lo peor de todo es que mañana tienes planificado ir a otros lugares distintos, distanciados de los que hoy te encuentras.

Sabes que tampoco es bueno forzar la situación, ello puede ser contraproducente para tus futuros intereses. Empiezas a pensar en cuáles son tus posibilidades o alternativas para este callejón sin salida. ¿Qué hacer?, te preguntas. Y en esto que te acuerdas de las opciones que dejaste señaladas en tu ruta. Se te acaba de venir a la cabeza el plan ‘B’.

Me parece una buena idea, contestas para que no se te note demasiado lo que andas maquinando en tu cabeza. Aparte de comulgar con el resto de acompañantes, te anticipas a ellos proponiendo un lugar en concreto: si os parece, podemos ir a comer a un restaurante próximo al teatro romano, el cual queda muy cerca de aquí. He leído que su comida está bastante bien y, además, se trata de un lugar muy concurrido. Añades para que tu propuesta sea más convincente.

Se aprueba por unanimidad tu proposición. Te has anticipado a ellos y los has dejado en fuera de juego sin capacidad de reacción; conforme vas de camino al restaurante, rezas que queden aún mesas libres. No paras de mirar el reloj convenciéndote a ti mismo que todavía es demasiado temprano para el resto de mortales. Seguro que la noche anterior se acostaron tarde viendo las procesiones.

Por fin llegas a las puertas del Restaurante La Catedral y con la mirada, rápidamente, encuentras la primera mesa libre. Esa mismo sirve, piensas. Mientras se van acomodando el resto de tus acompañantes, el siguiente paso de tu estrategia consiste en buscar una pequeña excusa para ausentarte unos minutos. Para tales situaciones, es siempre recurrente aquello de acudir al servicio.

Ya tienes todo el camino despejado. Con la cámara en mano, porque te va a hacer falta, te diriges al personal de la barra que se encuentra a la entrada del local. A la misma le preguntas si tienes la posibilidad de visitar el antiguo aljibe que, por lo que te han comentado, quedaba a extramuros del Teatro Romano. El empleado, orgulloso de los restos que en su local guardan, te contestarán que por supuesto. Solo tendrás que bajar las escaleras hacia la planta subterránea del restaurante y allí, bajo una especie de suelo de metacrilato, los podrás admirar.

Sonríes con cara de satisfacción a la vez que buscas los mejores ángulos, así como la suficiente luz, para tomar tus fotografías. Puede que en esos momentos haya comensales en las mesas de alrededor y a los que, tal vez, incomodes con tu presencia. ¡Qué aprovechen!, les dirás, pero tu a lo tuyo. El plan ha sido todo un éxito y has podido visitar otro de los puntos de interés marcados en tu agenda. En definitiva, ha valido la pena.

Tómate todo el tiempo que quieras, no tengas prisa. Si alguno de tus acompañantes te recrimina la tardanza a tu regreso, siempre podrás decir que vaya cola había montada para acceder a los servicios.

Saludos y… buen provecho.

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