La caída de Sagunto. Capítulo VIII
Tras el último intento frustrado por irrumpir en la ciudad y ya recuperado de la herida de su pierna, Aníbal decidió que, llegados a estas alturas del asedio, lo mejor era dar descanso a sus hombres. Únicamente se preocupó por vigilar los manteletes y arietes empleados en el anterior ataque con algunos destacamentos, ahora repartidos por las laderas del cerro. También se les había visto hacer acopio de ingentes cantidades de madera, las cuales transportaban desde los bosques más alejados que Balcaldur, previo al cerco, no había tenido tiempo suficiente de destruir.