El viajero que llegaba por primera vez a estas fértiles tierras de la Baetica; el mercader con intenciones de ofrecer sus exóticas mercancías a los ciudadanos más notables; o, simplemente, el emigrante atraído por las favorables condiciones económicas y amplias miras de promoción social que ofrecía Singilia Barba, admirarían la majestuosidad de la ciudad mientras se iban acercando a ella a través del trazado que dibujaba su calzada. Atrás quedaban los grandes valles y sus extensiones de cultivo, así como las imponentes villae destinadas a la producción continuada de vino, aceite y cereales. Seguramente que, antes de partir, a estos viajeros y mercaderes de la Hispania del siglo II d.C. les hablarían de la riqueza de sus campos, aunque en su imaginación apenas pudieron acercarse a lo que llegaban a contemplar con sus propios ojos.
Acceso a la ciudad monumental
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