Gorafe, Granada
Ladera arriba, el pequeño decidió volver de regreso al poblado por el mismo camino que había utilizado hasta llegar al río. Y lo hacía completamente empapado, casi entumecido; intentaba soportar como bien podía el inmenso frío que lo arreciaba en esa mañana. Por cada paso que daba, era acompasado de unos rítmicos temblores que le recorrían de arriba abajo todo su cuerpo.
Llevaba la cabeza agachada, con la mirada perdida en el suelo, signo inequívoco de la enorme preocupación que le embriagaba. No lograba quitarse de su mente las posibles represalias o castigos que pudieran adoptar los ancianos cuando tuviesen conocimiento del infortunio sufrido.