Por mucho que remonte la memoria a un pasado ya lejano, sólo logro recordar aquellos accesos hacia las playas de muchos pueblos costeros de mi provincia. Calles estrechas, pavimentadas con guijarros y conchas de mar que hacían las delicias de mi niñez en las idas y venidas hasta sus aguas. El olor a marisma y a su brisa fresca es el único recuerdo que consigo rescatar cuando cierro los ojos y, frente al horizonte, pienso en la colonia fenicia de Malaka. Tal vez sólo esté sintiendo nostalgia de un pasado no vivido, aunque estoy seguro que lo he soñado.
Los primeros contactos con la población indígena se iniciarán a finales del siglo IX a.C. Durante la siguiente centuria, después de varias décadas de un intenso comercio continuado, los navegantes venidos del Mediterráneo Oriental buscaron consolidar sus empresas y ampliarlas hacia nuevos territorios.
Con este marcado objetivo, los comerciantes extranjeros se establecerán en las costas del Sur peninsular, erigiendo sus asentamientos en enclaves portuarios con excelentes conexiones fluviales y terrestres que permitieran alcanzar las tierras del interior; daban respuesta al designio de sus oráculos.
Nuevos núcleos de población o, en su defecto, barrios próximos a las comunidades nativas fueron fundados en Baria, Abdera, Sexs, Cerro Mezquitilla, Toscanos, Cerro del Villar y Gadir entre otros enclaves costeros. En ellos explotarán los litorales y todo su territorio dependiente, llevando consigo la colonización sobre los ricos valles de las desembocaduras de los caudalosos ríos. El origen de la actual ciudad de Málaga también vendrá de la mano de estos marinos fenicios procedentes de las lejanas ciudades de Tiro y Sidón.
Aunque pueda parecer lo contrario, no se trató de un proceso impositivo, ni mucho menos dramático, en cuanto a las formas de vida allí donde sus navíos arribaban. En realidad, esta enorme expansión vino facilitada por los pactos con unas comunidades nativas del Bronce Final que empezaban a organizarse en incipientes clases aristocráticas bajo cierto grado de parentesco.
De esta forma, el contacto con el mundo fenicio supuso para los pueblos peninsulares la incorporación de nuevos productos y especies que, a partir de esos momentos, formarán parte de su dieta y vida cotidiana: la uva, la almendra, el aceite (con anterioridad se conocía el acebuche, un tipo de aceite sin refinar altamente nocivo para la salud). Con él también el alumbrado, el vino, el garbanzo, el asno o la gallina, por poner algunos ejemplos. Además, los fenicios introducirán aspectos culturales y tecnológicos, ciertamente innovadores como la escritura, la moneda, la religión y el culto de Astarté, la arquitectura de ángulos rectos, el placer del consumo vinícola, la fragancia de los perfumes, nuevas formas de vestimenta que supusieron el uso de fíbulas, la cerámica torneada, la talla en marfil, la delicada orfebrería, la púrpura, los salazones de pescado, el hierro y aquellas técnicas encaminadas a trabajar el metal cuyas minas se encontraban en manos de los reyezuelos del interior. Unas élites indígenas con quienes los mercaderes intercambiaban las llamadas por Homero como ‘azirmatas’, esto es, los delicados presentes elaborados con los más ricos materiales. A su vez, recibían metales, esclavos, ganado, excedentes agrícolas como cereales, vino, aceite que exportarán a otras ciudades y colonias.
El uso de las costumbres orientales en el seno de la población autóctona, sus mitos y creencias, sólo fue una consecuencia más del continuo comercio practicado desde los albores de su llegada a las costas sureñas. En el caso de la actual ciudad de Málaga, los primeros comerciantes se instalarán en su bahía, al margen izquierdo del río Guadalmedina, sobre las laderas de dos colinas (cerro de la Alcazaba y otra continua y de menor altura que hoy día ocupa el solar de la Catedral) desde donde dominarán un amplio puerto localizado en el estuario de la vía fluvial. Esta nueva fundación será conocida con el nombre de Malaka (MLK), cuyo significado ha venido a interpretarse como emporio, lugar de trabajo o factoría, aunque otros autores consideran que pudiera referirse al nombre de alguna diosa. Se trataba, pues, de un pequeño asentamiento que se estableció de cara al mar.
Pronto la desembocadura de este río se constituirá como el embarcadero idóneo donde refugiar las naves. Protegido al sur por el promontorio amesetado de menor altura, la cala natural cumplirá perfectamente las funciones de puerto fenicio para todas las embarcaciones que estaban por llegar.
Para controlar las importaciones y exportaciones que en el puerto tenían lugar, en un lugar de tránsito de mercancías entre las proximidades de la muralla y el acceso a la zona portuaria se construyó, sobre esta misma colina, un santuario que cumplirá, además de sus correspondientes funciones religiosas, las tareas administrativas propias de aquella entidad por donde debían de pasar todas las transacciones económicas realizadas en la Colonia. Orientado el edificio de culto según los ritos astrales, contaba con un banco corrido en sus paredes laterales y un suelo pavimentado con conchas marinas. En la estancia principal se dispuso una representación de piel de toro, siempre vinculada a los dioses masculinos como Baal y femeninos como Astarté, donde se extendía el altar. En un pequeño receptáculo se depositaban las ofrendas necesarias para las ceremonias religiosas.
La construcción de un santuario en la ciudad no hacía más que definir la actividad productiva que se implantaba alrededor de ella. Áreas de mercado con establecimientos porticados abiertos a ambos lados de una calle principal cercana al puerto definían su estatus económico. Por otro lado, Astarté fue la principal divinidad femenina de los fenicios. Diosa de la fecundidad, de los astros, de la guerra y del amor. Durante sus rituales se realizaban ofrendas con tortas de harina, libaciones y se quemaban perfumes en su honor.
Malaka se encontraba en la ruta costera que formaba parte del grupo de santuarios litorales, unos enclaves designados por los oráculos sagrados. Estos parajes solían caracterizarse por el contacto directo con la naturaleza como eran cuevas, montes, rocas, etc. en los que parecía más evidente el carácter divino. En muchos de los casos estaban consagrados a Astarté, caso de la denominada “isla de la luna” (Cueva del Tesoro, Rincón de la Victoria) frente a las costas de la Colonia, lugar donde se estableció uno de estos espacios sagrados que serían visitados por los navegantes fenicios que recorrían la costa.
Pero, a diferencia de lo que nos podamos imaginar, en los inicios de la colonización oriental no fue la ciudad asentada en la bahía el centro mercantil por excelencia de esta parte del Mediterráneo. A unos 11 kilómetros dirección sur, desde el siglo VIII hasta comienzos del siglo VI a.C., el asentamiento semita del Cerro del Villar, núcleo residencial de primer orden fundado en la desembocadura del río Guadalhorce, se constituirá como principal punto de conexión entre las rutas marítimas y los pueblos del interior en esta parte de la costa.
Sucedió entonces que, debido a las devastadoras inundaciones que sufrió el núcleo del Cerro del Villar, básicamente motivado por su proximidad con el cauce fluvial y la intensa explotación forestal – encaminada al abastecimiento de madera para la construcción de embarcaciones y material de combustión para sus hornos -, su población se vio abocada al abandono, trasladándose muchos de ellos a la bahía de Malaka. Es a partir de estas fechas cuando la ciudad se constituye como preferente centro rector de esta zona del litoral, en coincidencia con lo sucedido en otros enclaves como Gadir, Sexi o Baria. Malaka se consolidará como puerto principal y gran potencia mercantil, ejerciendo su influencia sobre el resto de enclaves fenicios del Mediterráneo occidental entre los siglos VI y III a.C.
Es también a partir de la primera mitad del siglo VI a.C. cuando se levante el primer cinturón defensivo, compuesto de murallas y torres, símbolo de prestigio de las nuevas élites, reorganizando el espacio habitado en función de la nueva línea de muraria. En el lugar donde se encontraba el primer santuario se construyó una torre aledaña a la puerta que conectaba la ciudad con su puerto (otra más conectaba la ciudad con el interior). Habrá que esperar al siglo V a.C. para que este sector pierda su carácter defensivo, formando parte de la trama urbana. Es precisamente en este último periodo cuando se levante un doble amurallamiento, de mayor envergadura aprovechando la muralla anterior, refortificándola con nuevas torres y bastiones que permitirá el paseo de ronda entre ambos lienzos.
Como comentaba, el poblamiento se organizó a lo largo de dos promontorios, desde sus cimas hacia las laderas, adaptándose de manera aterrazada a las condiciones naturales del terreno. Esta fisionomía dibujará una planta irregular propia de otras ciudades fenicias. Sus estrechas calles, pavimentadas con lajas de pizarra sobre varios niveles de guijarros, no son más que el resultado de una construcción aglomerada de almacenes, talleres y viviendas, algunas de ellas de grandes proporciones.
La residencia fenicia, que podía contar con más de una planta, se organizaba en torno a un patio exterior porticado, espacio doméstico central encargado de captar la luz y repartirla al resto de estancias menores, cuadradas o rectangulares, que se distribuían a su alrededor. Sobre los muros de mampostería, elaborados con cantos rodados trabados en arcilla, se alzaba la fachada en un adobe estucado de color amarillento. Los suelos se prepararon depositando sobre la tierra firme una fina capa de arena de playa a la que se añadirá una más gruesa de arcilla compacta. Las cubiertas fueron planas y las puertas se localizaban en las esquinas.
La nueva identidad social cambiará la forma de legitimar su poder y posición con respecto al resto de la población, expresándolo a través de enterramientos monumentales e hipogeos que empiezan a aparecer en las necrópolis a las afueras de la ciudad. Un estatus más elevado favorecerá una mejor alimentación y, con ello, un aumento de la longevidad.
Muy probablemente, parte de la población con ascendencia nativa empiece e a tener acceso a este estatus social. Malaka, como emporio mercantil en auge, despertará cierta atracción para los pueblos locales del interior hasta el punto que también se desarrollarán centros urbanos preexistentes, dominando una vasta extensión de territorio y las vías de comunicación hacia el interior (caso de Cerro Cabello), o se establecerán nuevos núcleos urbanos en las espacios próximos (caso de Cerro Tortuga). Estas comunidades indígenas ya no demandan, exclusivamente, bienes de lujo, sino que se convierten en consumidores asiduos y directos de los productos cotidianos elaborados en la Colonia.
Desde un principio, la población asentada en la antigua bahía de Málaga desarrolló una intensa actividad basada, principalmente, en la explotación metalúrgica y en la producción de púrpura y salazón. De por sí, los salazones de pescado fueron una de las bases fundamentales en la economía de esta Colonia semita.
Fue tal la importancia que alcanzará el puerto de Malaka que, aparte de etruscos y fenopúnicos, se establecerá un intensa actividad comercial con mercaderes venidos de ciudades como Rodas, Samos, Quios o la propia Atenas; la ciudad se constituye así como uno de los destinos claves del comercio griego arcaico. El contacto con sus comerciantes a través de la actividad portuaria debió de ser de tal calibre que muy probablemente los helenos llegaran a disponer de un barrio residencial propio en los límites de la ciudad.
La Malaka fenicia fue una ciudad comercial próspera, siempre acostumbrada al contacto con otros pueblos y a los nuevos productos que llegaban de tierras muy lejanas. La configuración de la ciudad, incluidas sus defensas y el trazado urbano, permanecerá prácticamente inalterable hasta iniciado el periodo de la Roma Imperial.
Enlaces externos de interés:
- Video: Los Dioses Naufragados de Ifergan Collection
Bibliografía:
- La Málaga fenicio-púnica a la luz de los últimos hallazgos (Ana Arancibia Román, María del Mar Escalante Aguilar)
- El Cerro del Villa. Asentamiento Fenicio.
- Cerro del Villar, de enclave comercial a periferia urbana: Dinámicas coloniales en la Bahía de Málaga entre los siglos VIII – VI a.C. (Ana Delgado Hervás)
- Cartelería del Museo Arqueológico de Málaga.
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La Sala Malaka se encuentra en el museo Ifergan Collection en el centro histórico de Málaga. Se trata de la colección más importante del mundo de terracotas exvotas fenicias. http://www.ifergan-collection.com/sala-malaka/
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Me consta. Se trata de un excepcional museo, digno de ir a visitar. De hecho, pronto tengo pensado regresar.
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