El Campello, Alicante
Resulta innegable que se trata de un pequeño espacio donde se ha confirmado la existencia de distintas civilizaciones a lo largo de más de cinco mil años. Pero, lo más llamativo de todo, es que estamos ante una de las puertas utilizadas por las diferentes culturas mediterráneas que acabaron influenciando en la vida y costumbre de aquellos que poblaban la antigua Iberia.
Tal vez tengas en mente disfrutar de tus próximas vacaciones en las costas alicantinas; fantásticas playas y no menos importante la rica y variada oferta de ocio que las distintas localidades presentan como reclamo a sus visitantes. Si este va a ser tu plan para el próximo verano, perfecto. Eso sí, no te olvides de dar un paseo por el término municipal de El Campello. Cercano a su puerto distinguiréis una torre situada en un promontorio o espigón, estrecho y alargado, que se adentra en el mar.
Debéis de saber que en la antigüedad este pequeño islote estaba unido a la costa, tal y como en la actualidad lo podemos contemplar de manera artificial. Por lo que parece, unos fuertes terremotos (se piensa que pudieron producirse sobre el siglo XI d.C., ya que son en estas fechas donde se detecta la interrupción definitiva de su poblamiento) provocaron la separación natural de la isla y la playa. Sería en el año 1944 cuando la ‘illeta’ quedó nuevamente unida a tierra; se dinamitaron estos espacios con idea de dar cobijo a las embarcaciones pesqueras locales, acción que provocó la destrucción irremediable de parte del yacimiento.
La pequeña península, con forma de lengüeta adelantada sobre el Mediterráneo, sería el aspecto que originariamente mostraría este paraje a la llegada de una comunidad tribal a finales del tercer milenio. Estos primeros pobladores verían con buenos ojos los diferentes recursos que proporcionaba el enclave costero, necesario para su subsistencia e idóneo para la práctica de la agricultura, ganadería, caza y pesca. Prueba de ello son los restos excavados de una cabaña de planta circular, única en la comunidad valenciana, en la que se identificaron dos contenedores de barro que estos habitantes del neolítico pudieron utilizar para almacenar parte del cereal recolectado.
La ocupación del lugar quedó interrumpida y habrá que esperar a inicios del segundo milenio (Edad del Bronce) para que vuelva a ser habitado. Sus grandes y llanas extensiones de terreno próximo, siempre propicias para el cultivo de secano, unido a la explotación de los recursos marinos, motivarán la llegada de la cultura argárica a este pequeño trozo de tierra en la costa de El Campello. Fue entonces cuando surge un nuevo aliciente con respecto a los pobladores anteriores: la necesidad de controlar las actividades comerciales que ya empiezan a generarse en esta zona del litoral desde periodos bien tempranos.
Todo ello se descubre, se presiente, cuando visitamos el yacimiento de la Illeta dels Banyets. Porque una de las sensaciones que se experimentan, aparte del olor a salitre del mar y al frescor de la brisa marina, es que su hábitat, tan prolongado a lo largo de la Historia, guarda estrecha relación con las rutas marítimas y la penetración de nuevos productos hacia el interior. Hablamos de un lugar estratégico apto para el intercambio cultural.
Esta nueva sociedad argárica, cuyo enclave correspondería al más septentrional de su cultura, quedaría jerarquizada en diferentes clases. Aquellos que ocuparon los estatus más humildes y modestos serían los encargados de realizar los trabajos de carga y descarga de forma habitual; incluso de transportar las mercancías hasta los lugares preestablecidos.
Un vestigio de este periodo del Bronce Antiguo que ha perdurado hasta nuestros días es la estructura funeraria, cuyas paredes quedaron forradas de piedra y su fondo enlosado. En realidad fueron nueve el total de las sepulturas estudiadas, todas ellas cumpliendo el rito de inhumación, aunque sólo tres de ellas correspondían a esta fase argárica. A partir de su análisis se puede extraer la conclusión que dichos espacios funerarios se ubicaron bajo los mismos suelos de las viviendas. Muchas de ellas eran reaprovechadas para momentos de enterramientos distintos y, según el estudio óseo de los restos exhumados, los cadáveres presentaban signos de lesiones manifiestas en sus huesos motivadas, presumiblemente, por el esfuerzo continuado del trabajo de carga.
Los poblados que fueron habitados durante el Bronce Final seguirán manteniendo estas relaciones comerciales como parte de sus principales actividades económicas, hasta que, finalmente, desaparezcan en favor de otro tipo de asentamientos que ya han empezado a alcanzar un mayor peso. De los últimos siglos del periodo citado, conocido como Bronce Tardío, son precisamente dos grandes cisternas excavadas en la misma roca. Para su construcción se utilizaron herramientas elaboradas en piedra, forrándose sus paredes con una capa de arcilla. Muy posiblemente estas estructuras, algunas de ellas reutilizadas en periodos posteriores, contarán con un techado o cubrimiento a fin de preservar el agua cuyo aporte se realizaba por medio de canalizaciones.
Tras su última ocupación, nuestro asentamiento costero permanecerá deshabitado o, por lo menos, eso es lo que nos enseñan las evidencias. Habrá que esperar hasta mediados del siglo V a.C. para que aparezcan ciertos indicios de un nuevo hábitat, aunque, en esta ocasión, bajo la cultura íbera que se establece en esta parte del territorio peninsular.
No sería hasta mediados del siglo IV a.C. cuando el pequeño poblado sufriera una determinante transformación urbanística, sin lugar a dudas, gracias a su puerto y al floreciente comercio que se venía practicando en las aguas del Levante. Mercaderes púnicos y, sobre todo, griegos, arribarán sus embarcaciones en esta zona del Mediterráneo. Este se constituirá, pues, en el periodo de máximo esplendor que disfrutará la Illeta dels Banyets hasta que fuera nuevamente abandonado un siglo más tarde.
Y es precisamente en esta parte de nuestra Historia donde queremos detenernos; queremos dar a entender cómo la llegada de nuevas culturas acabarán influenciando sobre los hábitos y costumbres de una población autóctona hasta el punto que muchos de ellos serán transformados y, en ocasiones, convertidos en verdaderos signos de identidad local.
Para empezar, si se buscaba la llegada de nuevos productos y mantener un intercambio continuado con navegantes venidos de otros pueblos, es lógico pensar que lo primero fuera disponer de una actitud abierta y decidida para viajeros que no fueran de los poblados cercanos. En segundo lugar, contar con un puerto capaz de albergar las naves mercantes, punto de atraque obligado dentro de las rutas comerciales. Ambas premisas fueron cumplidas sobradamente en virtud de la naturaleza de sus habitantes y del propio enclave.
De esta forma, barcos repletos de ánforas y productos exóticos atracaban en el puerto de la Illeta. Sus cargamentos principales pudieron basarse en vino, salazones y aceites procedentes de las ciudades y colonias griegas, de la zona del Estrecho y del norte de África, de Ebysus (la antigua Ibiza) y de ciudades itálicas. El resto de la carga se completaría con vajilla de mesa, objetos de lujo elaborados en bronce y marfil, amuletos, perfumes, adornos, telas y demás artículos susceptibles a intercambio. Por su parte, los comerciantes venidos de tierras lejanas ansiarían de esta zona de la Iberia sus codiciados metales (plata, hierro, plomo), productos agrícolas como cereales y esparto, sal y, por qué no, también salazones.
El urbanismo del asentamiento íbero se configuró entonces a partir de dos vías principales, longitudinales y paralelas, que recorrían la isla y las cuales quedaban comunicadas entre sí mediante calles transversales. Las viviendas y talleres allí acondicionados (para la fabricación de cuerdas, redes, producción de salazón, etc.) presentaban planta cuadrangular y muy compartimentada. Sus zócalos estaban fabricados con piedras de pequeño y mediano tamaño trabadas con barro. A partir de estas estructuras base se levantaron los muros de adobe, se prepararon suelos de tierra apisonada y los tejados, sustentados por vigas de madera, quedaron cubiertos por techumbres vegetales mezclados también con barro.
Este núcleo urbano, perfectamente estructurado y definido, destacaba por ser un centro productor que contaba con instalaciones dedicadas a la transformación de productos agrícolas, conservas de pescado y vino. Sobre este último se ha documentado un espacio para lagares en el que se elaboraba tan apetecible bebida. Desde el patio, a través de la ventana, la uva se depositaba sobre una pileta superior, rincón donde era pisada. El néctar caería a la pileta inferior, a modo de decantación, y desde allí sería transportado a las dependencias oportunas para su correcta fermentación.
Si se quería formar parte de la red comercial, lugar de recepción de mercancías y punto de intercambio, era imprescindible contar con unas instalaciones adecuadas para el almacenamiento de excedentes, así como alfares para la fabricación de ánforas que facilitaban el transporte de los productos elaborados.
Sobre el primero de ellos, en el mismo trazado urbano descrito, se construyó un edificio destinado al almacenamiento de productos perecederos con el que se evitaba la germinación del grano motivada por la humedad existente. Por el contrario, los hornos para la producción de ánforas fueron construidos en tierra firme que, por su carácter contaminante, se mantuvieron algo retirados del núcleo urbano.
Ahora bien, si este punto de atraque quería constituirse como un verdadero emporio comercial, resultaba imprescindible la disposición de ciertos edificios que avalaran, ante las divinidades protectoras adscritas, los intercambios y transacciones mercantiles que se llevaban a cabo. En este sentido, en el yacimiento se han excavado dos edificios de carácter sacro; santuarios con funciones sociales y económicas además de religiosas.
Sobre uno de los dos santuarios, el denominado como Templo A, algunos investigadores lo interpretan como un edificio palacial, es decir, la residencia de un gobernante de la Contestania y la de su familia. La monumentalidad de dicho edificio y su carácter sacro (se encontraron fragmentos de una escultura humana y varios pebeteros con cabeza femenina propios de los santuarios íberos) podrían estar indicando ciertas funciones religiosas encomendadas a la aristocracia íbera en su propia residencia.
Recordemos que los núcleos de población íbera podían funcionar como ciudades, con dominio sobre un determinado territorio, o dependientes de las primeras y dedicadas a la explotación, control de fronteras y funciones estratégicas. En ellas se establecía una jerarquía social claramente definida, en cuya cabeza o cúspide se encontraba la aristocracia local. Pero, a diferencia del cercano centro de Picola (Santa Pola) dependiente de la ciudad íbera de la Alcudia (antigua Illici), se desconoce con qué ciudad principal de la región contestana pudo estar vinculada la Illeta que fue regida por este gobernador. Lógicamente, las características del asentamiento apuntan a que fuese un centro dependiente.
Estos centros dedicados a la recepción y redistribución de las mercancías procedentes del Mediterráneo (como los casos del mencionado Picola, el Tossal de Manises o la Illeta) se configurarán como puntos de salida de los productos locales exportables y puerta de entrada hacia las ciudades de la Contestania, incluso fuera de sus fronteras, siguiendo las vías terrestres que cruzaban los valles del interior.
Pero no hablamos exclusivamente de un intercambio material; habría que incluir también el inmaterial. El alfabeto jónico foceo, utilizado por los comerciantes griegos en las transacciones comerciales de ciertos productos, sería adaptado por la población indígena como forma de escritura ibérica. Se trataría de la llegada del primer alfabeto griego en la Contestania, donde el pueblo íbero buscó plasmarlo con objeto de transmitir físicamente su lengua. Por tanto, la Illeta quedaría como uno de los puntos de recepción y transmisión de un albafeto y que, por necesidades comerciales, se emplearía inicialmente en el centro costero, aunque acabara expandiéndose hacia los pueblos del interior.
Como comentábamos, el poblado íbero fue abandonado en el siglo III a.C. (se desconocen sus causas), volviendo a quedar despoblado hasta los siglos I-II d.C. Fue en estos años cuando se construye una villa romana sobre las ruinas de la cultura anterior. Disponía de una instalación termal y estaba dedicada a la explotación agrícola y marina.
Correspondientes a este periodo imperial son los restos labrados en roca que podemos encontrar en el yacimiento. Se trata de una piscifactoría romana o viveros (como las que se han documentado en las también alicantinas localidades de Jávea y Calpe), destinadas a la cría y conservación del pescado. Quién sabe, tal vez se tratara de un tipo de producción que buscó aprovechar los recursos marinos para abastecer los mercados locales, como lo había hecho este enclave a lo largo de su Historia.
He de admitir que, cuando recorría el yacimiento de la Illeta dels Banyets e iba contemplando cada una de las estructuras excavadas, no pude evitar recordar otro asentamiento costero localizado en el Sur Peninsular. Se trata de Caviclum, una villae maritimae situada en el faro de la localidad malagueña de Torrox. A diferencia de la Illeta, en este yacimiento y su entorno, el periodo que podremos contemplar es el hispanorromano, útil para relacionar la evolución de estos enclaves marítimos a lo largo de nuestra historia.
Un saludo a todos.
Enlaces externos de interés:
- Aquí iremos subiendo el reportaje fotográfico al completo del yacimiento La Illeta dels Banyets. ¡Qué lo disfrutes!
- Vídeo La Illeta dels Banyets. Un puente entre culturas.
- La aventura del Saber. El túnel del tiempo. La Illeta dels Banyets Parte I y Parte II
Bibliografía:
- Cartelería del yacimiento arqueológico.
- Cartelería del Museo Arqueológico de Alicanta (MARQ)
- Inhumaciones argáricas de la Illeta dels Banyets: Aproximación Paleopatológica (Mª Paz de Miguelibáñez)
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