La caída de Sagunto. Capítulo II
El consejo de Arse volvió a reunirse para evaluar las repercusiones que habían dado lugar con motivo de los últimos ataques cartagineses. En la asamblea celebrada esa mañana se dieron cita miembros de dicho órgano, junto con la aristocracia de la ciudad y representantes de los emporianos con intereses en la región, además de otra gente influyente; el semblante de sus rostros denotaba cuál era el grado de preocupación que se vivía en esos momentos. Se debía debatir con urgencia qué medidas iban a adoptarse para el supuesto que, en la próxima campaña o con posterioridad, Aníbal decidiera atacar sus murallas.
Dada la ausencia de respuesta que habían tenido hasta ahora por parte de Roma, la primera propuesta que se planteó fue la de enviar una delegación de saguntinos a dicha ciudad y transmitir a su Senado la grave situación hacia la que estaba siendo abocada Arse. Se acordó que, ante los miembros de su cámara, buscarían exponer con claridad todos los hechos ocurridos en esta parte alejada del Mare Nostrum e insistir sobre la amenaza derivada por los últimos sucesos acontecidos. Era, pues, imprescindible hacer valer el tratado de amistad que el pueblo de Arse había pactado con los romanos en años anteriores. La idea consistía en lograr apoyos y ayudas militares, de aquellos que consideraban sus aliados, en el menor tiempo posible.
Alcón, una de las voces del Consejo más discordantes con ese pacto firmado, intervino entonces. Según el entendía, se trataba de un grave error buscar ayuda en los itálicos cuando lo más eficaz, rápido y puede que también prudente, era enviar misivas a Qart Hadast e intentar que fueran recibidos por el general cartaginés; a fin de cuentas, él era el causante de toda la tensión generada. En su caso, exponía Alcón, se podrían hacer valer las excelentes relaciones comerciales que siempre habían mantenido los dos pueblos, así como con la propia Cartago al que el Bárquida representaba en Iberia.
Pero su propuesta cayó en saco roto, nadie de los presentes hizo oídos a las palabras del interesado Alcón. En su inmensa mayoría, se hizo valer el acuerdo de fidelidad con Roma para intentar buscar una solución en el exterior.
Uno de los integrantes emporianos presentes en la asamblea, sintiéndose este colectivo de los más perjudicados, convidó a que para la delegación de saigantheos que se proponía enviar a Roma, lo más acertado sería que también fueran acompañados por algunos representantes de su ciudad, Emporion. Proponía, además, buscar apoyo en la colonia de Massalia, puesto que las tres ciudades, junto a Rodas, constituían el circuito comercial que, finalmente, abastecían de productos a la gran urbe. Independientemente al pacto firmado con el pueblo romano, concluyó el emporiano, obtendrían mayores posibilidades de éxito si sus voces fueran escuchadas bajo un mismo frente común representado por las tres ciudades que constituían el triángulo comercial en esta parte del Mediterráneo.
Todos los presentes asintieron ante las sabias e inteligentes palabras del emporiano, a excepción de Alcón que no ocultaba su contrariedad y no veía con buenos ojos las propuestas que allí se estaban planteando. El anciano consejero era consciente que en esta reunión se estaban debatiendo otros problemas distintos al conflicto ocasionado por Aníbal. Por todos era bien sabido que Massalia, desde un tiempo a esta parte, tenía a Cartago como su mayor competidora en el comercio por el Mediterráneo, por lo que era evidente que sus intereses estuviesenn en juego.
Se acordó, por tanto, que varios miembros del propio Consejo de Sagunto, los no tan ancianos, marcharan primero hacia la colonia de Emporion. Lo harían en una de las embarcaciones propiedad de un armador saguntino de nombre Basped, quien se habría ofrecido a realizar el viaje debido a su gran experiencia en la navegación por esas costas. Además, de inmediato saldrían naves rumbo a las dos colonias griegas para informar a sus respectivos Consejos de lo aquí tratado y acordado. La idea era que cuando la embarcación procedente de Arse recalara en los puertos de Emporion y Massalia, respectivamente, sus representantes estuviesen convenientemente informados y preparados para continuar el viaje hasta el puerto de Ostia.
A esas alturas de la asamblea, parecía que todos los presentes, a excepción de Alcón y el grupo que lo secundaba, estaban de acuerdo con todas las medidas adoptadas. Fue entonces cuando el viejo Isbatoris, con voz grave, lanzó una pregunta al aire que, de inmediato, heló la sangre y las conciencias de los allí reunidos. – ¿Nadie ha pensado en nuestras defensas? – En esos instantes todas las miradas se dirigieron hacia el anciano consejero; nadie se atrevía a hacer mayor ruido que el generado por su propia respiración.
Todos los que en esta mañana asistimos a esta nueva asamblea – continuaba Isbatoris en tono conciliador – damos por sentado que, tras escuchar el Senado romano nuestras súplicas y la de nuestros amigos los griegos, estos llegarán hasta nuestras costas para desplegar sus legiones y salvaguardar con ello a la población. Pensemos que así sea y no pongamos en entredicho las excelentes relaciones de amistad que nos unen con el lejano – y subrayó conscientemente la palabra lejano – pueblo itálico. ¿Cuándo creen ustedes que se llevaría a cabo este impresionante despliegue de tropas? ¿Cuándo no quede un saguntino con vida al que proteger? Cabe recordaros que, en el peor de los casos, esperamos a que Aníbal ataque nuestra ciudad a inicios de la próxima campaña estival, tal y como hizo primero con el pueblo de los olcades y, al año siguiente, con el de los vacceos. Solo quedan unas cuantas semanas para que se cierren las aguas y no se volverán a abrir hasta el próximo periodo.
Isbatoris guardó silencio unos instantes a la espera que sus palabras hicieran reflexionar a los presentes sobre aquella realidad que se había visto obligado a recordar, aunque con ello quebrara el ánimo de su gente. Todos callaban, unos lo hacían cabizbajos, otros dubitativos mirándose los unos a los otros. Cuando el anciano consideró que había transcurrido tiempo suficiente, tomó fuerzas para terminar de pronunciar las palabras que nadie estaba dispuesto a escuchar en aquella sala: Todos los presentes en esta asamblea son plenamente conocedores de cuáles eran las verdaderas intenciones del pueblo romano cuando nos buscó para firmar el tan mencionado acuerdo. Tras su victoria sobre los africanos necesitó de otros pueblos que le ayudasen a vigilar y mantenerles informados de los movimientos que realizara la facción Bárquida en esta parte del Mediterráneo. Esta inestimable ayuda la encontró en las colonias griegas de Emporion, Rodas y Massalia quienes, a cambio de muliplicar las ganancias con sus producciones y comercio, daba buena cuenta a Roma de cómo el pueblo cartaginés se recomponía después de su derrota y de la dura sanción impuesta.
El grupo de emporianos que aún no había abandonado la asamblea, puño en alto corrió a increpar al viejo Isbatoris por esas palabras que ellos entendían vertidas como injurias y calumnias. Pero el anciano, lejos de amedrentarse por la reacción de los griegos, alzó su mano en un claro gesto de silenciarlos. Quisiera recordarles que estáis en este Consejo en condición de invitados y como tales, esperad a que os concedan vuestro turno de palabra si, al final de mi exposición, y espero que no se extienda demasiado, consideráis que estoy equivocado en algo de lo dicho.
Sin más, se dirigió al resto de miembros del consejo y equites saguntinos: Pero cuando primero llegó el general Amílcar y después le sucedió Asdrúbal al mando de su ejército, Roma necesitaba de un pueblo más próximo y de mayor presencia con los púnicos que lo que hasta ahora habían estado Emporion y Massalia. Y encontró a Arse, al otro lado de la frontera del Iber, y, en consecuencia, llegaron los grandes periodos de riquezas y prosperidad nunca vividos hasta entonces en estas tierras, equiparándose a la misma capital Edeta.
Isbatoris se sentía cansado, pero debía acabar el discurso iniciado. – Desde el suceso de los olcades, ¿es que aún dudáis que Roma no estará ya informada? ¿Cuántas naves no habrán navegado hasta sus aguas para transmitirle al Senado romano lo que está sucediendo en estas tierras tan distantes de su segura y gran ciudad? Si no fueran acertadas mis palabras, las cuales he decidido compartir en esta amarga jornada haciendo extensible mis preocupaciones, yo os pregunto a cada uno de vosotros ¿por qué no hemos recibido hasta ahora ninguna delegación romana como cabría esperar de este pacto de fidelidad?
Nadie en la estancia quiso pronunciarse ante esta última pregunta; todos sabían que el viejo consejero estaba en lo cierto, lo único que hacía era poner voz a los pensamientos que habían tenido muchos de ellos. Isbatoris, por su parte, esperó paciente una respuesta que nunca se iba a producir, porque, sencillamente, no existía respuesta alguna. No será este anciano – continuó Isbatoris – el que ponga en duda lo que sabiamente ha decidido hoy este sabio Consejo. Pero sí me gustaría sugerir que, independientemente de lo que nuestra delegación traslade al Senado romano y de lo que éstos decidan hacer, deberíamos también concentrarnos en resolver cuál es el estado de nuestras viejas defensas que, desde tiempos ancestrales, no hemos tenido necesidad de recomponer. Os encomiendo esta proposición porque creo, sinceramente, que estamos solos ante Aníbal. ¿O pensabais que alguna otra ciudad de los alrededores vendrá a combatir junto a nosotros? Ya han llegado noticias que Edecón, régulo de Edeta, se ha visto obligado a abrazar la causa cartaginesa. Él, como tantos otros monarcas de los pueblos vecinos, finalmente se ha sometido al yugo impuesto por Aníbal si no quería ver su ciudad, aldeas y granjas arder. ¿O no son ciertas mis palabras, mi estimado Alcón?
Con esta última pregunta lanzada al aire, Isbatoris, que desde el principio de su intervención se había mantenido en pie, volvió a ocupar su asiento. Su viejo y desgastado cuerpo notaba cada día el paso de los años, pero no así su mente, siempre tan despejada y clara. Notó que el desánimo volvía a inundar a todos los reunidos, impidiéndoles encontrar una solución a esa realidad que todos habían querido negar. Fue un aristócrata de Arse el que se atrevió a poner voz a la gran pregunta en esa nueva jornada de miedos y temores: Entonces, ¿qué hacemos?
Así fue como la respuesta de Isbatoris llegara en forma de nombre propio. Balcaldur – contestó.
<< Capítulo I: Miedos / Capítulo III: Medidas preventivas >>
Todos los derechos reservados. Aviso Legal
Pingback: Miedos | Legión Novena Hispana
Pingback: Medidas preventivas | Legión Novena Hispana
Pingback: La delegación saguntina — Legión Novena Hispana | patrimars