«En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Bendición de Dios y Su protección para los que obedecen a Dios. Ordenó construir esta fortaleza y servirse de ella como refugio de los obedientes el emir Abd al-Rahman, hijo de al-Hakam –glorifíquele Dios–, por medio de su camil Abd Allah, hijo de Kulayb b. Talaba, y de Hayqar b. Mukabbis, su sirviente [y] Sahib al-bunyan, en la luna del postrer rabi del año doscientos veinte» [abril del año 835 d. C.]

Sobre el año 830 d.C., el emir Abderraman II movilizó sus tropas y partió de tierras cordobesas. Con suma urgencia, se verá obligado a reprimir las sublevaciones que se están produciendo en la ciudad de Augusta Emerita de manos de los muladies (ciudadanos de origen cristiano) y de los beréberes allí afincados.

Estas revueltas estaban siendo alentadas por los cristianos hispanos exiliados en el reino Astur, apoyadas siempre por el imperio franco más allá de las fronteras. Constantemente se recibían misivas con  promesas de ayuda militar, algo que por cierto nunca sucederá, lo que ponía en serio aprieto la estabilidad del territorio de al-Andalus. Si tales rebeliones persistían, era muy probable que acabaran generando un efecto eco sobre otras ciudades importantes, como Toletum y Caesaraugusta.

Así pues, el emir, tras realizar el llamamiento de tropas y organizar los pertrechos necesarios para lo que iba a convertirse en un asedio prolongado, marchó raudo desde las tierras de Corduba, la capital califal, hasta las mismas puertas de Augusta Emerita; debía poner fin a estas insurrecciones.

En un primer instante, las inexpugnables murallas romanas, las cuales habían sido reforzadas en época visigoda, resistieron los continuos ataques realizados por los musulmanes en su intento por tomar la ciudad. Pero comprobada la imposibilidad de conquista mediante la fuerza directa, el emir cordobés decidió regresar a la capital. Antes de su retorno a Córdoba, dejó patente cuál sería la nueva estrategia a seguir por sus tropas: rodeo y cerco estrecho, siempre asfixiante; devastación de los campos de cultivos y destrucción de todos aquellos recursos naturales de los que dependía la ciudad; por último, un control exhaustivo de las distintas vías de comunicación por donde se preveía que llegaran las posibles ayudas cristianas.

Corría el año 835 d.C. cuando la población de Augusta Emerita, desgastada y reducida por el duro asedio al que llevaba siendo sometido, capitula y abre sus puertas a las vencedoras tropas musulmanas; la vieja ciudad hispano-visigoda, nuevamente, había vuelto a ser conquistada. El siguiente paso consistirá en llevar a la práctica un recio control sobre ella y sus habitantes, pues era el momento de las represalias y de tomar medidas de prevención.

Y para evitar futuras rebeliones, Abderraman II ordenó construir una fortaleza militar: la Alcazaba. Su edificación y ubicación quedó condicionada más a un interés estratégico que a una simple necesidad topográfica. La puerta monumental del puente, flanqueada por sus dos torres y orgullo de los emeritenses aun en el siglo IX, sería arrasada en un claro ejemplo de carga simbólica hacia los vencidos. En su lugar se emplazó el Alcazarejo, un pequeño fortín que cerraba la entrada a la ciudad desde la zona del puente del río Anas y que servía para proteger, al mismo tiempo, al nuevo recinto militar. Además, parte de la muralla también fue desmantelada a tramos para contar con un espacio lo suficientemente amplio donde construir este nuevo recinto defensivo.

Ya desde finales del Imperio, y en los tiempos en los que se levanta la alcazaba, esta zona residencial de la ciudad se encontraba convertida en un enorme vertedero. Aunque la muralla original romana seguía en pie, al igual que también lo hacía la viae del decumanus, las grandes y prestigiosas domus concentradas en este sector de la ciudad habían desaparecido. En realidad, estas viviendas fueron reutilizadas tiempo atrás por la población visigoda,  quienes reestructurarían sus paredes con objeto de disponer de distintas casas independientes, las cuales fueron ocupadas de forma masificada. Hacía mucho que las viejas domus habían perdido aquel esplendor de los tiempos del Imperio.

Todo edificio público, gubernamental o religioso que quedara en pie en esta parte de la colonia fue desmantelado y sus restos reutilizados en las nuevas construcciones. Las casas que formaban parte del terreno fortificado servirían para albergar a la guarnición allí destinada, así como a los contingentes militares que a ella se enviaban. También se construirán otras nuevas viviendas para dar cabida a toda la población musulmana. Además de todo ello, en el interior del recinto se edificó una ribat o torre. Su finalidad sería la de vigilar a la población sometida y, en caso de amenaza, poder emitir señales de alerta, luminosas o de humos, hacia los puestos militares árabes más próximos de Augusta Emerita.

La ribat o rábida era un edificio compuesto por un vestíbulo de dos accesos y con dos plantas superiores. Desde el interior del primero de ellos, y  tras descender por unos corredores paralelos y escalonados, se alcanzaba  el aljibe con cisterna a través de la cual se suministraba agua  potable a la población musulmana exclusivamente. Así se garantizaba el rápido abastecimiento para las tropas, oficios, animales, etc., además de emplearse para las necesarias abluciones religiosas. Lo normal era que uno de los corredores cumpliera la función de pasillo de descenso hasta la cisterna, un ambiente siempre oscuro preparado para mantener convenientemente la calidad de las aguas que desde el río Anas (Guadiana) fluía por debajo del dique romano. El otro corredor será utilizado como simple ascenso hacia la salida.

Para la construcción de este aljibe se reutilizaron sillares romanos, también pilastras de la misma época, así como del periodo visigodo; de esta forma ha quedado atestiguado en las jambas y dinteles de sus puertas. Incluso se llegó a aprovechar un capitel romano en el interior de la cisterna.

En la parte exterior del ribat se encontraban las escaleras que permitían el ascenso a sus dos plantas superiores. En la primera de ellas se preparó una pequeña mezquita dedicada a las oraciones, orientada esta hacia la Meca y también a la propia Corduba. Era e través del oratorio como se accedía a la planta superior o torre de señales, siempre por unas escaleras bien disimuladas.

Este piso superior era el lugar desde donde se empezó a controla tanto a la población emeritense, como la entrada a la ciudad desde la zona del puente y, en caso de peligro o cualquier tipo de amenaza, se emitirían las señales de alarma oportunas.

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