En la anterior publicación titulada Duro Castigo en la Bastetania, narramos, con cierto estilo novelado, cómo pudo ser una acción punitiva ejecutada por las legiones de la República romana en territorio íbero del Sur peninsular. Nuestro propósito no fue, ni mucho menos, ensalzar a nuestros amigos seguidores de la cultura romana y con ello menospreciar a los que se consideran amantes de la íbera. Todo lo contrario, quisimos mostrar la dureza en los periodos de la colonización romana apartándonos de la imagen idílica que nos transmiten de la guerra las pinturas barrocas y neoclásica, empañando con su belleza la crudeza de la realidad.
En la presente explicaremos el yacimiento de El Cerro de la Cruz, así como los resultados de los estudios llevados a cabo hasta la fecha y ya publicados. Con su exposición buscaremos una mayor comprensión de lo que pudo ser este poblado de época íbera y los habitantes que en él vivieron.
El poblado ibérico de El Cerro de la Cruz, excavado en la localidad cordobesa de Almedinilla, es uno de los mayores ejemplos conocidos en nuestro país relacionados con la arquitectura y técnicas edilicias en época ibérica. Tal vez, incluso, distinto al concepto genérico de oppidum que tenemos de esta cultura.
Gracias a los trabajos arqueológicos y de investigación realizados hasta el momento, tenemos la posibilidad de reconocer una trama urbanística perfectamente estructurada del tercer cuarto del siglo II a.C; contemplar sus calles de fábrica íbera con la perfecta definición de sus manzanas, casas, patios y plazas en un periodo en el que Roma ya dominaba por completo la Baetica e imponía su control sobre la población indígena.
Fue la ciudad ibérica de El Cerro de la Cruz un poblado construido de nueva planta, en el contexto de un periodo relativamente corto y donde sus construcciones muestran, claramente, que fueron planificadas en base a cierta autoridad con poder de decisión que permitió organizar el entramado urbano, tal y como podemos apreciar actualmente en el yacimiento. En este sentido cabe precisar que se buscaron unos terrenos lo menos explotados posible (de hecho, su economía estaba fundamentada básicamente en el trabajo de la tierra y el pastoreo), a cierta altura y protegida por defensas naturales.
Los resultados de las excavaciones realizadas en las distintas campañas nos proporcionan una idea bastante exacta de cómo eran las zonas habitables de estos pobladores y su forma de vida.
Sin lugar a dudas, los muros fueron levantados en adobe y el interior de la vivienda contaba con zócalos de piedra. Las techumbres fueron construidas con cañizos mezclados con barro. Cuestión muy peculiar fueron las protuberancias rocosas propias del terreno. En su caso, no se eliminaron debido a la falta de una técnica constructiva que se lo permitiera, por lo que se salvaron acondicionando la estructura de la vivienda en función de los bloques pétreos que encontraban.
Para conseguir una mayor luminosidad en el interior de las estancias y obtener un enlucido de las mismas, se empleó cal sobre las paredes. Por otro lado, los suelos se acondicionaron mediante tierra y barro apisonado.
La vivienda podía contar con un piso superior y un sótano. Para los segundos pisos se apostaron vigas de madera que encajaban en los mechinales preparados en los muros de adobe. Sobre las mismas se sustentaron las tablas con las que se diseñaba la planta. Su funcionabilidad dependía de los habitantes que habitaban en la cabaña.
En los casos de sótanos, semisótanos y bodegas, se prepararon trampillas excavadas directamente sobre el suelo y para el acceso a su interior se dispusieron escaleras. Posiblemente este medio de acceso fuese de madera, puesto que no han perdurado con el paso del tiempo.
Al construirse las viviendas en una ladera, se utilizó un sistema de aterrazamiento que adaptaba las mismas al terreno. Las pendientes originadas provocaron que no todas las cabañas quedaran al mismo nivel, por lo que unas disponían de accesos más elevados que otros.
Se han documentado gran cantidad de aljibes que, seguramente, estarían alimentados por aguas procedentes de los manantiales y con agua de lluvia canalizada a través de tuberías de cerámica. Puede, incluso, que cada vivienda constituida por diversas estancias y sótano contara con un aljibe propio para el abastecimiento de aguas.
En el interior de las viviendas excavadas se han hallado molinos para el cereal, pesas de telar, ánforas, etc., objetos que han servido para dar nombre e identificar a cada una de las viviendas. El caso de las ánforas fue un verdadero descubrimiento. Se trataban de dos hileras de enormes envases de cerámica iberopúnicas (44 ánforas) llenos aún de grano.
Si bien los resultados obtenidos de las campañas revelan estas interesantes conclusiones, más sorprendentes son aquellas que abordan la completa destrucción del poblado junto a la matanza indiscriminada de muchos de sus habitantes. Un momento de nuestra historia que refleja como el proceso de romanización de estos pueblos no fue, ni por asomo, aceptado en muchos de los casos y en el que hubo cierta resistencia a aceptar la nueva colonización y sus exigencias: tributos, leyes y decisiones de sus líderes.
La destrucción del poblado del Cerro de la Cruz no fue casual. Todo lo contrario, fue intencionado y provocado por alguien que además impidió el regreso de los huidos. En ningún momento se quiso que los supervivientes recuperaran sus pertenencias, o lo que pudiera haberse salvado de la catástrofe, y mucho menos reconstruir el poblado y volverlo a ocupar. Los habitantes, en el momento de la devastación, apenas tuvieron tiempo de recoger casi nada. Esta decisión ha permitido que, tras las excavaciones, se encontraran los restos del poblado tal y como fue destruido.
Las pruebas forenses practicadas sobre los restos humanos hallados confirman la muerte violenta sufrida por los habitantes. Se localizaron los cuerpos de dos adultos jóvenes, con alta probabilidad de que se trataran de parientes según los resultados de ADN; ampos presentaban golpes de arma blanca en distintas partes del cuerpo. Así ha quedado constatado en las heridas del hombro, caderas, fémur y tobillos. Estas evidencias confirman que ambos sujetos combatieron contra un enemigo y que se defendieron con sus escudos. Las heridas óseas son la prueba inequívoca de su defensa y el intento de su contrincante por derribarlo hasta alcanzar los órganos vitales.
En las proximidades de una de las viviendas se encontraron los huesos de un brazo íntegro correspondiente a un varón adulto. Este hallazgo ha sido interpretado como una amputación violenta en los mismos instantes del ataque al poblado, puesto que el resto del cuerpo no ha aparecido en las proximidades del descubrimiento.
Por último, también fueron hallados los restos de dos individuos completamente calcinados, los cuales murieron abrasados cuando la vivienda, donde se habían refugiado, prendió en llamas y acabó desplomándose.
Dos fueron las hipótesis planteadas que quisieron dar respuesta a la autoría material de la destrucción del poblado y, a la par, la muerte violenta de los miembros de esta comunidad. Por un lado se apuntó a bandas indígenas provenientes de poblados cercanos y cuya finalidad habría sido el saqueo. Por otro, tropas al servicio de la República de Roma.
Lo que la arqueología ha conseguido revelar es que el único objetivo de estos agresores fue la destrucción total del poblado íbero y nunca se persiguió su saqueo. Como ya hemos comentado en párrafos anteriores, las excavaciones practicadas sacaron a la luz grandes cantidades de cereal almacenados en el interior de ánforas que se encontraban guardadas en los sótanos de las viviendas.
Es por ello que la teoría de la destrucción motivada por el pillaje de otros clanes indígenas ha quedado descartada. En cambio, las conclusiones de dichos estudios concluyen que la explicación más verosímil fuera la de autoría romana. El ejército romano era de los pocos que no ambicionaba saquear el grano de otros pueblos debido a que ya contaba con grandes reservas. Y por otro lado, la estrategia de reducir todo un poblado a la ruina y sus habitantes a la esclavitud o a su muerte era una práctica propia de la estrategia romana de dominación, es decir, acciones punitivas especialmente violentas con idea de intimidar a las poblaciones vecinas y disuadir su posible rebeldía.
En conclusión, el yacimiento de El Cerro de la Cruz es, en la actualidad, como un libro abierto de nuestra historia. Conocemos su final, pero queda aún por poner cara y nombre a los protagonistas y antagonistas de la misma. Las investigaciones y estudios continúan realizándose, a la espera de encontrar nuevas pruebas que sirva para situar al yacimiento en un contexto histórico concreto de nuestro pasado. Pero ya tenemos una posible hipótesis para enmarcarlo en un hecho histórico determinado (Pulsa aquí para averiguarlo)
Para finalizar, quisiera agradecer a las instituciones locales, junto a sus vecinos, el compromiso, afán y dedicación por descubrirnos la importancia que tiene conocer la historia de un pueblo. Desde mi punto de vista, debemos de entender a la localidad de Almedinilla como todo un ejemplo a imitar por otras ciudades y al que debemos aplaudir por los logros conseguidos. Y para nuestra satisfacción, la arqueología de Almedinilla no acaba en el Cerro de la Cruz. Otro yacimiento con el que podremos disfrutar, si cabe más espectacular, es la Villa Romana El Ruedo. Pero de esta ya hablaremos en próximos artiículos.
Un saludo.
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