Por fin avistaba Colonia Augusta Emerita después de recorrer las casi setenta leguas que la distan de Colonia Patricia. Desde la orilla opuesta a la ciudad, justo al otro lado del puente que atraviesa el curso del flumen Anae, alcanzaba a contemplar la urbe en todo su esplendor.
Antes de tomar el itinerario que marcaba la via Augusta, tuve que viajar a Hispalis con la intención de resolver un asunto relacionado con la empresa que íbamos a emprender en la capital de la Lusitania. Solventada la cuestión, y sin ningún otro motivo más de demora, me dispuse a marchar hacia mi destino; un viaje que duraría unas tres jornadas y media a lo largo del cual atravesaría valles, bosques y arroyos. Sin demasiados problemas, el camino lo pude realizar sobre el carruaje donde cargaba la mercancía, aunque, en ocasiones, me viera obligado a caminar.
Por supuesto que también dediqué tiempo para el descanso y el preciso avituallamiento, por lo que fui realizando las paradas oportunas en aquellas mansio indicadas en los sucesivos miliarios cuando se terciaba la ocasión. La verdad es que fue gratificante hospedarme en estas fondas oficiales dispuestas en la calzada y disfrutar de sus comidas y caldos, además de sus placenteras balnea. Ya desde un principio había desechado la idea de viajar bajo el amparo de las estrellas, quería evitar los innumerables peligros que pudieran acecharme en la oscuridad.
Pero como comentaba, había llegado a Augusta Emerita. Me encontraba en la margen izquierda del río, frente por frente a una de las principales entradas de la ciudad; en el mismo lugar donde confluyen tres de las viae comerciales más importantes que atraviesan tierras hispanas: la del sur, Hispalis; la del oeste, Olisipo, Salacia y Scallabis; y la del norte dirección a Asturica Augusta y a Cesaraugusta.
Según cuentan los ancianos, cuando las tropas procedentes de Roma llegaron a estas tierras, anteriormente conocidas como la Beturia (aquí te dejo un enlace para conozcas más sobre ella), se encontraron con un amplio y variado conjunto de tribus aun sin pacificar. Eran los túrdulos, vettones y lusitanos, pueblos aguerridos y poco dados a la civilización. Pero sería un militar llamado Gaius Iulius Caesar, quien, gracias a la implantación de los propognacula imperii o enclaves militares – como también fueron en sus inicios las ciudades de Metellinum, Scallabis Pax Iulia, Castra Caecilia, entre otras – conseguiría dividirlos y completar con éxito su efectiva estrategia de control y contención sobre el territorio.
El caso de Augusta Emerita es, si cabe, más peculiar. Parece que, en las proximidades de los islotes situados en el tramo medio del río Anas, existía una ocupación de origen vetton. Para los intereses romanos resultaba imprescindible dominar el enclave, ya que se trataba del único paso vadeable de escasa dificultad en millas de distancia. Una posición idónea para controlar los viejos caminos naturales – aquellos utilizados antes de las actuales calzadas – y el acceso a la otra orilla. Se trataba, entonces, del lugar idóneo para futuras construcciones militares; un terreno rico en recursos y materias primas, con excelentes tierras para el pasto animales, desarrollo agrícola, además de contar con agua en abundancia y cercanos bosques donde obtener madera. Sería en este inmejorable enclave donde se estableciera el castellum que ejerció como vigía del río en los primeros tiempos de la ciudad.
En las inmediaciones del poblado indígena, el legado Publius Carisius se encargaría de ejecutar las órdenes de licenciamiento, con honores reconocidos, a los soldados veteranos que habían formado parte de las legiones V Alaude y X Gemina; unas tropas experimentadas de la antigua República que habían luchado contra los pueblos Asturiae y Cantabri del norte. El cometido de Publius Carisius era consumar la deductio, es decir, asentar a estos valerosos soldados en el nuevo propugnaculum. Rondaría el año 25 a.C., época del divino Augusto, cuando el primitivo asentamiento de legionarios vino a relevar en funciones a la cercana Metellinum; un enclave militar situado aguas arriba y que hasta entonces tenía encomendadas tareas de carácter estratégico y económico.
Los veteranos, por su parte, recibieron grandes lotes de tierra; solares donde construirán sus futuras domus y con terreno suficiente para la explotación agrícola. A cambio, y en compensación, Roma otorgaba la categoría de ciudadanos a los indígenas del lugar. No se trataba únicamente de colonizar estas fértiles tierras, sino también de controlar a los belicosos clanes de la Lusitania.
La gran urbe vendría después, en la orilla derecha del río. Un lugar distinto al que se asentara el primitivo emplazamiento de licenciados. De hecho, se planificará una ciudad completamente ex novo; una civitas organizada con perfecta proyección de futuro, reservando y delimitando el amplio espacio ocupado y cuyas obras fueron ejecutadas en diferentes fases: murallas, calles, cloacas, insulas, foros, etc. Todo ello en el siglo I d.C.
Su ubicación era perfecta: a orillas del flumen Anae y junto a la desembocadura del Barraeca, el otro gran río que baña estas tierras. Una zona vadeable entre dos islas centrales que facilitaba la construcción del futuro puente. Rápidamente el lugar se convirtió en el paso casi obligado entre la Baetica y el norte de Hispania. La verdad es que el río Anas ha sido el verdadero genitor urbis de la colonia. Augusta Emerita siempre ha presumido de ser una ciudad que vigila su río y controla el vado.
Desde el lugar en el que me encontraba debía atravesar el puente hasta llegar a la otra orilla del río; un tramo obligado para acceder a la urbe a través de una de sus cuatro puertas principales. Así que me dispuse a ponerme en marcha, arreando a las bestias para que siguieran avanzando a paso sereno. Conforme me iba aproximando, contemplaba el trasiego de gente que no cesaba de entrar y salir de la ciudad. Era el momento idóneo para deleitarme con esa imagen que transmite la colonia porque, sin lugar a dudas, Augusta Emerita está despierta, está viva.
Mi nombre es Marcus Iulius Balbus y en siguientes publicaciones os narraré mi historia en esta ciudad.
Puente sobre el Flumen Anae >>
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