Existen pasajes de nuestro pasado que lograron alterar el ritmo de la Historia y, tal vez, sea este uno de ellos. Seguro que lo conoces… o puede que no.
Finalizado su año como pretor, a Julio César le correspondería la provincia de la Hispania Ulterior. Eran estas unas tierras bien conocidas para él y, donde a la postre, podría desempeñar su nuevo cargo designado por el Senado romano: la propretura.
Por aquel entonces, la Península Ibérica se postulaba como el escenario idóneo para impulsar su ambiciosa carrera política hacia el siguiente peldaño, el consulado, aunque para ello tendría que arriesgar primero. Antes de partir y hacer frente a sus nuevas responsabilidades administrativas y militares, una situación inesperada se le interpuso en el camino: las deudas.
No había iniciado aún el cursus honorum cuando sus acreedores le exigieron que resarciera aquellas obligaciones pecuniarias que tenía contraídas con ellos. Ascendían al monto de 1.300 talentos – según cálculos de Plutarco -, o, lo que era lo mismo, unos 20 millones de sestercios.
Tanto para lograr el cargo de pretura anterior, como para presentarse y ser elegido Pontifex Maximus, – tras el fallecimiento de Quinto Cecilio Metelo Pío en ese mismo año – , los gastos de César, derivados de sus ambiciones políticas, se habían disparado y su situación económica en Roma se hacía bastante complicada.
La única solución plausible que encontró Julio César fue la de acudir a su amigo Marco Licinio Craso, uno de los hombres más ricos e influyentes de la ciudad. Sería el mismo Craso quien le avalara con 830 talentos, garantía más que suficiente para calmar el ánimo de aquellos que le exigían el pago de la deuda y le impedían iniciar su campaña en el año 61 a.C. A cambio de esta ayuda, el nuevo propretor de la Hispania Ulterior tendría que satisfacer los intereses económicos y comerciales que su amigo tenía puestos en Hispania, aparte, por supuesto, de hacer frente al crédito a su regreso.
“Necesito una guerra, una campaña que me asegure el Triunfo y, por qué no, el logro del consulado.” – tuvo que pensar César de camino a la Ulterior – “Y necesito un gran botín, oro suficiente para satisfacer las demandas del Senado y resarcirme de todas las deudas. Hay que abandonar la región del Baetis; bajo su seguridad y confort no encontraré el mérito que necesito.”.
Como comentábamos, no era la primera ocasión en la que el nuevo gobernador de la Ulterior pisaba suelo hispano. En el año 68 a.C. había acudido en calidad de cuestor bajo el mandato del propretor Gayo Antistio Vetus. En cambio sí sería la primera vez en la que César se hallara al frente de su propio ejército, sin la autoridad de ningún otro general. Durante esta primera estancia en Hispania había conocido a Lucio Cornelio Balbo y a toda su familia. Era este gaditano con ciudadanía romana uno de sus más leales colaboradores. Tenía grandes planes para él.
En palabras de Plutarco, “Una vez llegado César a Hispania, desplegó rápidamente una intensa actividad…”. Y como también reafirmara Apiano, “Tan interesado estaba en ella [en la guerra] que descuidó las tareas administrativas de su gobierno.”. En un principio, el nuevo gobernador de la Ulterior se dedicó a reprimir pequeños conatos de bandolerismo que los lusitanos llevaban a cabo en las fronteras de su provincia, aunque su mente siempre estuvo puesta en otros proyectos muchos más ambiciosos.
Viajó a Gades, ciudad de atestiguada tradición marinera, a la búsqueda de Cornelio Balbo, a quien designaría como su praefectus fabrum. El gaditano sería el encargado de proporcionarle las naves de gran calado que necesitaba. En ese tiempo Roma carecía de una organización militar naval estable – inexistente la armada romana en las costas de Hispania -, por lo que tendría que improvisar con embarcaciones estrictamente comerciales, fueran éstas de propiedad itálica o fueran de la bética. Esa era una cuestión que su amigo Balbo tendría que solucionar.
A su llegada, César contaba con 20 cohortes. Un ejército regular podría parecer suficiente, pero el nuevo gobernador se centró en reclutar 10 cohortes más entre la población nativa, tareas en las que también ayudó el praefectus fabrum. Aquel sería el ejército que debía convertirse en la herramienta precisa para alcanzar sus verdaderos objetivos.
Con vistas a emprender su expedición hacia el norte, quiso Julio César regresar al templo de Hércules-Melkart para implorar protección a Hércules gaditano. No era para menos, Gades, enclave oriental en el extremo de occidente y puerta del Atlántico, era el punto de partida hacia un mundo desconocido, pero en el que intuía lleno de posibilidades. Recordaba este santuario de su estancia anterior como cuestor. En su interior se encontraba aquella estatua de Alejandro Magno que tan inferior le hizo sentir. Tal vez, a partir de ahora, la situación cambiara.
Con las fuerzas militares que había podido reunir, inició la marcha terrestre hacia tierras de los lusitanos. Debía consolidar y fortalecer la seguridad de aquella zona, cuyos habitantes no prestaban obediencia a Roma. Había que acabar con el foco principal de bandidaje donde sus pueblos seguían manteniendo las tradiciones guerreras, combatiendo entre ellos y lanzando ataques sorpresa sobre los territorios ya romanizados. Así, las legiones de César cruzarían el limes que marcaba el Tagus Flumen con el propósito de asegurar la paz y el orden. De camino, el propretor de la Hispania Ulterior alcanzaría la ansiada gloria ante los ojos de aquellos grupos de presión romanos contrarios a él.
Tal y como relatara Dion Casio, una vez que el ejército de César llegara a las inmediaciones del oppidum situado en la cima del Monte Herminio, ordenó a la población lusitana (¿medubriguenses?) abandonar sus hogares y asentarse en la llanura. La negativa de estos no se hizo esperar, concediendo al propretor el motivo de guerra que buscaba, el casus belli que necesitaba, por lo que el enfrentamiento no tardó en llegar.
En el choque directo con las legiones romanas, los lusitanos no fueron capaces de contrarrestarlos. Como primera respuesta, consideraron poner ante los romanos sus rebaños creyendo que estos los tomarían como cuantioso botín. Pero el ejército invasor continuó hacia adelante, sin alterar un ápice su esquema ofensivo, asestando tajadas y arrasando con todo aquello que se interponía al cumplimiento de las órdenes.
Los nativos no estaban acostumbrados a esta práctica militar; habían interpretado que sus enemigos les atacaban con la misma intención que ellos hacían sobre otras tribus rivales, es decir, incursiones en territorio enemigo para la obtención de ganado como botín de guerra. Comprobando que no podrían derrotarlos sobre el terreno, decidieron resguardarse en un medio que sí les fuera más favorable. Buena parte de los lusitanos huyeron hacia las costas del Atlántico para refugiarse en una isla próxima que ellos conocían (¿isla de Peniche?).
Hasta allí los persiguieron las legiones. El gobernador decidió, entonces, enviar tropas a la isla en pequeñas balsas improvisadas, pero las fuertes mareas atlánticas sorprendieron a sus hombres que, en poco tiempo, se vieron aislados del resto del contingente. Esta inmejorable ocasión no sería desaprovechada por los lusitanos y en las aguas turbulentas los soldados romanos fueron dados caza. En esos momentos, Julio César se veía incapaz de alcanzar la victoria que tanto buscaba.
Toda su estrategia se había frustado, aunque negaba a resignarse por aquel contratiempo. Así que optó por adelantar sus planes y atacar por mar. Envió destacamentos a Gades ordenando informar a Lucio Cornelio Balbo y reclamarle su presencia en ese lugar con todas las embarcaciones disponibles. Las naves del gaditano no tardaron en llegar en auxilio de su gobernador. Con ellas pudo embarcar gran cantidad de tropas y transportarlas a la pequeña isla con total comodidad. Finalmente los lusitanos refugiados en ella serían derrotados.
Cuando las legiones de César creían que continuarían su avance terrestre hacia el norte, con el apoyo de las embarcaciones de Cornelio Balbo desde la costa, se llevaron una sorpresa al escuchar a su general fijar un nuevo rumbo hasta la Finis Terrae. Todas las tropas serían embarcadas.
La Finis Terrae era un territorio remoto, inhóspito y misterioso aún para los romanos, un lugar donde su océano se cubría permanentemente de espesas nieblas, habitaban monstruos inimaginables y soplaban grandes vendavales. ¿Por qué su comandante en jefe querría llevarlos hasta el fin del mundo conocido?
Durante los años 96 y 94 a.C., Publio Craso – padre de Marco Licinio Craso – ejerciendo el cargo de procónsul en la Ulterior, se propuso realizar una expedición exploratoria a lo largo del litoral atlántico con la intención de reabrir la legendaria ruta de los metales, la conocida como ruta de las islas Kattitérides que fenicios y púnicos habían monopolizado en su día y que, con posterioridad, heredaría y guardara celosamente Gades. Toda esta información, ¿se la habría proporcionado su amigo Marco Licinio Craso el día en el que Julio César fue en su búsqueda o ya la manejaba el nuevo gobernador con anterioridad a su nombramiento?
César, desde su llegada a la ciudad federada de Gades, había estado inmerso en la planificación de otra expedición por aquellas mismas costas noroccidentales que recorriera Publio Craso, aunque, en esta ocasión, fuera de carácter depredatorio. Su objetivo no era otro que el de cosechar un enorme botín. Lo único que trastocó sus planes iniciales fue aquel contratiempo de los lusitanos en la posible isla de Peniche frente a las costas portuguesas, por lo que hubo de requerir las naves de Gades antes de tiempo.
De una forma u otra, las embarcaciones de César retomaron la costa lusitana hasta alcanzar la desembocadura del Minius Flumen (río Miño). A partir de ahí, los navíos se internaron en cada uno de los entrantes costeros donde desembarcar las tropas. Conjuradas ante el peligro y actuando como viles piratas, los romanos arrasaron con todos los castros de relativa importancia sin rebasar nunca los límites montañosos que marcaban el litoral.
Estas incursiones prosiguieron hasta llegar a las costas de Brigantium, en lo más profundo del sinus Artabris, y tomar su oppidum principal (¿el de los ártabros?); un castro fortificado (posiblemente Castro de Elviña) donde los metales eran abundantes y el trabajo de orfebrería en oro aún mayor. En ninguno de los casos hubo resistencia por parte de los galaicos. Se cuenta que la población nativa quedó impresionada al contemplar aquellos enormes navíos surcar sus aguas repletas de soldados pertrechados, así como al batir poderoso de sus grandes remos. Los galaicos no opondrían resistencia al expolio.
Tampoco César navegó hasta sus costas para someterlos al poder romano. Su único propósito, como hemos indicado, fue el de hacerse con un cuantioso botín de estaño y oro, cuestión que al parecer logró. Estos metales le servirán para saldar las deudas pendientes y corresponder, pertinentemente, con el erario público. Tras su regreso a Gades, repartió con las legiones parte de las riquezas cosechadas. Sus hombres le proclamarían Imperator, afirmando los lazos con la clientela militar por primera vez.
A la finalización de su gobierno, y sin esperar siquiera la llegada de su sucesor, Julio César regresará a Roma como un verdadero héroe, no tardando en solicitar su ansiado Triunfo. Con la parte del botín que le quedaba, costeará su campaña electoral para el consulado al año siguiente.
En la expedición marítima que se llevara a cabo en el año 61 a.C. por las costas gallegas, Julio César habría incorporado en su tripulación algún geógrafo o cartógrafo; un responsable encargado de plasmar la ruta que tomaban y cuyos documentos escritos fueron imprescindibles para Augusto a la hora de plantear su estrategia de conquista sobre tierras cántabras. El ahora emperador buscará el apoyo de la marina romana estacionada en Gades.
Por su parte y una vez sometida, será Brigantium el lugar donde se construya la Torre de Hércules, convirtiéndose su ciudad a partir de entonces en punto estratégico tanto para el comercio, como para la conquista de Britania que habría de llegar.
Si quieres conocer algo más sobre Marco Licinio Craso en tierras hispanas, te recomiendo leer La leyenda de Marcus Licinius Crassus.
Autor: Javier Nero.
Bibliografía:
- La intervención de la flota romana en la conquista de Galaecia (Antonio Rodríguez Colmenero)
- Lucus Augusti. La ciudad romano-germánica del finisterre ibérico. Génesis y evolución (14 a.C. – 711 d.C.) (Antonio Rodríguez Colmenero. Ayuntamiento de Lugo)
- Primeras etapas en la conquista romana de Gallaecia (V. Alonso Troncoso)
- Historia de Roma. Tomo I. La República (Jose Manuel Roldán. Ediciones Cátedra)
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