Sarcófago en la Torre del Pretorio, Tarragona.
La historia que hoy paso a contaros trata de amores y rencores, envidias, venganzas y muertes que, junto a las figuras de reyes, héroes y dioses de la mitología griega, hacen de esta tragedia un relato inconmensurable.
Lo mejor será empezar por el principio. Seguramente, la mayoría de vosotros conozcáis a Teseo, aquel rey de Atenas hijo de Etra y Poseidón; el mismo quien derrotó al famoso Minotauro encerrado en el Laberinto de Creta con ayuda de Ariadna, hija del rey Minos y Pasífae. Esta princesa, hermana del monstruo mitad toro y mitad hombre, propuso ayudar al héroe ateniense a cambio de llevarla hasta su ciudad cuando regresara y allí casarse con él. Más o menos eso fue lo que ocurrió, aunque Teseo acabara abandonándola transcurrido un tiempo.
Hablamos del mismo Teseo quien acompañó a Hércules en la expedición de uno de sus doce trabajos, cuando el héroe se vio obligado a encontrar el cinturón de la amazona Hipólita. Sería precisamente en este mismo viaje cuando nuestro rey de Atenas decidiera secuestrar a la amazona Antíope (Hipólita o también Melanipa, según el autor), con quien en un futuro se casaría y tuvieran un hijo al que llamaron Hipólito, personaje principal de nuestro relato.
Por otro lado tenemos a Deucalión, quien en esos momentos era el actual rey de Creta y hermano también de la mencionada Ariadna. Por aquel entonces el monarca cretense consideró oportuno casar a su otra hermana, Fedra, con el rey de Atenas, Teseo, a cambio de los suculentos beneficios que dicho enlace pudieran reportarle a su reino. La princesa Fedra, futura reina de Atenas, será nuestro segundo personaje principal en esta historia.
Situados los personajes principales de esta tragedia griega en escena, pasemos a relatar los hechos que darían lugar a partir del enlace nupcial entre Teseo y Fedra.
Para poder celebrar la nueva boda, Teseo se vio obligado a abandonar a Antíope que, como ya hemos indicado, en esas fechas estaba casado con ella y tenían un hijo en común.
Esta decisión del monarca ateniense provocó una auténtica batalla entre las amazonas y las gentes de Atenas que acompañaban al novio en el día de los festejos. Algunos lugareños cuentan que esta guerra vino provocada por el deseo de las amazonas de rescatar a Antíope. Otros, por el contrario, afirman que el ataque de las mujeres guerreras se produjo como respuesta al repudio que Teseo habría hecho sobre su anterior esposa y la afrenta que todo ello supuso para su pueblo. Por un motivo u otro, los atenienses lograron proteger a su rey y las amazonas fueron derrotadas. Sería precisamente en esta batalla donde Antíope resultó muerta y el hijo que tenía en común con Teseo, Hipólito, permanecerá durante algún tiempo con el nuevo matrimonio a partir de la boda.
Hipólito era un joven casto que se distinguía del resto de jóvenes por su gran belleza. Devoto de la diosa Artemisa, había heredado de su madre la pasión por la caza y el amor a la naturaleza; también era un apasionado de los deportes y las competiciones. Transcurridos los años, el rey Teseo decidió enviarlo a Trecén, donde fue educado junto al rey Piteo, con objeto de desvincularlo de la sucesión de Atenas. El monarca pensaba que, de esta forma, su hijo mayor no disputaría el derecho al trono a sus otros dos herederos, Acamante y Demofonte, fruto del matrimonio con Fedra. Piteo, acogiendo al joven con gran hospitalidad desde un primer momento, acabó nombrándolo como heredero al trono de Trecén.
Digamos que es ahora cuando entra en escena Afrodita. Al poco de permanecer Hipótilo en Trecén, el joven decidió levantar un templo, en las proximidades del teatro, en honor de su venerada Artemisa. Cansada como estaba Afrodita de los desplantes del muchacho – siempre tan preocupado en sus asuntos de caza, nunca dispuesto a los amores femeninos y, lo que más hería su orgullo, olvidada su imagen en cualquier tipo de ofrenda -, despechada y celosa de la atención que sólo prestaba a la diosa de la caza, la naturaleza y los animales, decide tomar venganza y castigarle. Este fue el único motivo que empujó a la diosa del amor a planificar la muerte de Hipólito utilizando a Fedra, su madrastra, como medio para alcanzar su objetivo.
Cerca de Atenas, en la ciudad de Eleusis, se celebraban los Misterios Eleusinos; los ritos anuales de iniciación al culto de las diosas Deméter y Perséfone considerados los de mayor importancia en la Antigüedad. Ese día coincidían en la ceremonia Fedra e Hipólito. El joven se presentó deslumbrante, vestido con túnica de lino blanco y cabello enguirnaldado. Cuando Fedra lo vio llegar con el rostro serio, tan bello y elegante, cayó enamorada fatídicamente de él.
A partir de ese instante la madrastra no logrará quitar de su cabeza la imagen de su hijastro. Aprovechando que su marido se encontraba en Delfos, decidió seguir a Hipólito hasta su regreso en Trecén. Diariamente y a escondidas observaba al joven practicar en el gimnasio, completamente desnudo, la carrera, el salto y el pugilato.
Su pasión se había convertido en una obsesión casi enfermiza. Comía poco y dormía mal, aunque a nadie revelaba sus deseos carnales. Llegó a ponerse tan débil que su vieja nodriza empezó a sospechar. Sumida en la profunda angustia en la que se encontraba, se vio obligada a contarle su gran secreto, aquel que la hacía destruir lentamente. Temerosa Enone, como así se hacía llamar la nodriza, por la salud de su ama, quiso ayudarla y, en contra de la voluntad de la propia Fedra, se lo hizo saber al joven.
Tras escuchar las confesiones de Fedra, Hipólito quedó horrorizado; esa sería su primera reacción. La siguiente fue la de montar en cólera al entender lo que le estaban proponiendo: nada más y nada menos que yacer con la esposa de su padre.
Enterándose Fedra de cómo reaccionó el muchacho al conocer sus sentimientos, empezó a preocuparse seriamente por Teseo. Temía que su marido supiera de sus oscuros secretos e intuía que Hipólito sería capaz de contarle a su padre sus pensamientos infieles e incestuosos. Así fue como Fedra, desesperada, decidió ahorcarse desde la firmeza y robustez de un dintel, dejando por escrito en una tablilla la falsa acusación a Hipólito por haberla seducido. Esta fatal decisión era la única salida que le quedó a Fedra para mantener la honra y la fidelidad hacia su marido.
A su regreso de Delfos, Teseo recibió la noticia de la muerte de su esposa escrita de su puño y letra; no daba crédito a las últimas palabras de Fedra. Se desesperaba ante la funesta situación, maldiciendo una y otra vez a su hijo. Entonces recordó los tres deseos que su padre, Poseidón, le había prometido conceder. Llevado por la cólera y la rabia, invocó al dios de los mares para pedir la muerte de Hipólito: “De las tres promesas que en una ocasión me prometiste, mata con una de ellas a mi hijo.”.
Al tener conocimiento de la muerte de su madrastra y saber del regreso de su padre a Atenas, Hipólito salió a su encuentro a toda velocidad para intentarle explicar que Fedra nunca llegó a tener nada con él y, por lo tanto, no debía de temer que su lecho se hubiese mancillado. Cuando su carro, tirado por cuatro veloces caballos, recorría la parte estrecha del istmo, una gigantesca ola provocada por Poseidón se alzó rugiendo desde la costa, emergiendo del interior de su cresta un enorme toro blanco bramando y arrojando agua.
En un primer instante los caballos enloquecieron fruto del terror, desviando el recorrido del carro hacia los riscos del precipicio. Pero Hipólito, gran auriga como era, pudo enderezar su rumbo y evitar que se precipitara al vacío.
La bestia marina no le concedió descanso alguno y continuó persiguiendo al joven. Cada vez con mayores problemas Hipólito lograba mantener a sus animales en línea recta.
Casualidades de la vida. No lejos de un templo consagrado a la diosa Artemisa, a quien el muchacho tanto veneraba, se alzaba un viejo olivo legendario que los lugareños conocen con el nombre de Rhachos Retorcido. Precisamente fue una de sus ramas la que se enganchó en las riendas que Hipólito con extrema firmeza sujetaba, provocando que el carro volcara y acabara despedazándose a causa del enorme impacto.
El joven, enredado entre las bridas y arrastrado por sus caballos, fue empujado contra el tronco de un árbol para, a continuación, golpear brutalmente contra el firme rocoso y provocar así su muerte. Mientras todo esto ocurría, la bestia de Poseidón se desvanecía en el paraje costero dando por cumplida la petición de Teseo.
Finalmente fue la diosa Artemisa la que se presentó ante el rey de Atenas y la que le explicó que la causa de todas sus desgracias se debían a la obra de Afrodita. Le hizo entender que había sido ella quien provocó que Fedra perdiera la cabeza por su hijo y que, en modo alguno, Hipólito le hubiese deshonrado. Buscó consolar a Teseo, el cual se había visto privado al mismo tiempo de su hijo y de su esposa, anunciándole que en la ciudad de Trecén establecería honras al joven instituyendo su culto.
A partir de entonces se ofrecieron sacrificios anuales a Hipólito. Las jóvenes de Trecén, antes de contraer matrimonio, se cortaban un bucle del cabello en su honor para ofrecérselo en templos y recintos consagrados a su persona. Toda la ciudad quedó repleta de recuerdos de Hipólito y sus cultos. Las vírgenes componían cantos para que el amor de Fedra nunca cayese en el olvido. Es curioso, pero se cuenta que la tumba de Fedra quedó muy cerca a la del joven héroe.
Sarcófago en la bóveda de la Torre del Pretorio en Tarragona
En esta sala, que en origen se encontraba justamente a la altura del pórtico del foro provincial de Tarraco, podemos admirar y deleitarnos con uno de los sarcófagos romanos mejor conservados de Tarragona: el conocido como sarcófago de Hipólito, recuperado del mar y datado en el siglo III d.C.
En cada uno de sus cuatro lados se representa, a modo de bellos y elaborados relieves, el mito del héroe que hoy os he querido contar.
Autor: Javier Nero.
Bibliografía:
- Los mitos griegos (Robert Graves)
- Cartelería en Torre del Pretorio.
Todos los derechos reservados. Aviso Legal. RGPD 2018.