Tal y como comentábamos en publicaciones anteriores (ver artículo Los Alcores), entre el siglo VII y VI a.C., se constituirá en tierras de la actual Porcuna la cultura túrdula, auque manteniéndose vigente el bastión fortificado de Los Alcores como principal epicentro comercial de la zona. Eso sí, su ordenación urbanística quedará completamente adaptada al nuevo periodo; las construcciones de viviendas de planta rectangular irán definiendo, poco a poco, el esquema de habitabilidad en este asentamiento antiguo.
La población indígena del periodo íbero, que ocupó este territorio, se dedicó, principalmente, al comercio y al cultivo del cereal. En este sentido debemos señalar que las vías fluviales constituyeron su principal canal comunicador, lo que le proporcionó una relevancia estratégica por encima de otras ciudades próximas.
De los estudios realizados sobre el tipo de piezas halladas en la zona, Ipolca contaría también con una importante clase militar tras sus murallas defensivas. Un ejército bien nutrido tanto de infantería, como de caballería. Y al igual que sucediera en otras regiones, la cultura íbera trajo consigo un nuevo orden social basado en las élites guerreras y clases aristocráticas.
Quiso este poder perpetuar su estirpe con el deseo expreso de ser recordados a lo largo de los tiempos, de mantener en la memoria colectiva su prestigio y autoridad. Con esta intención se erigieron, en uno de los recintos sagrados del poblado de Los Alcores, una serie de representaciones escultóricas ilustrativas todas ellas de los orígenes y hazañas de la nobleza autóctona.
Las figuras a las que nos referimos fueron talladas en piedra de arenisca blanca, de grano muy fino y cómoda de labrar, propia de la región (Canteras de Santiago de Calatrava situadas al Sur de Porcuna). Corría el siglo V a.C.
De gran influencia oriental, los escultores de tales piezas se afanaron por simbolizar animales, luchas entre ellos, seres mitológicos, escenas sacras, de caza, es decir, todo un elenco ilustrativo que pudo estar relacionado con las actividades cotidianas de esta clase elitista que gobernaba el oppidum.
Al poco tiempo de su elaboración e instalación, las esculturas fueron trasladadas a una necrópolis asociada al antiguo asentamiento. Este recinto funerario fue construido en una pequeña colina que hoy en día es conocida con el nombre de Cerrillo Blanco.
De esta forma quedaría constituida, finalmente, la poderosa ciudad-estado de Ipolca.
Aunque muy mutiladas, todas ellas fueron halladas en unas zanjas cubiertas con grandes losas pétreas y cuidadosamente enterradas. Parece ser que el motivo de su destrucción, según se desprende de su análisis, fue un cambio en la forma de concebir la liturgia de los enterramientos.
Lo que las representaciones figurativas de héroes y seres mitológicos constituían con anterioridad una acción normalizada de esta cultura, a partir de una determinada fecha las imágenes contrastarán directamente con las nuevas deidades a las que se les rendirían culto. De hecho, la ubicación de la propia necrópolis no fue, aunque lo pareciera, resultado de una elección al azar; tampoco de ninguna decisión tomada en base a su localización con respecto a las proximidades de la propia ciudad túrdula. En realidad, desde esta pequeña elevación circular, la cota más alta de la zona, la visión de los cuerpos celestes era la más idónea. O lo que es lo mismo, se deja de rendir culto a la memoria de las élites para sustituirlo por dioses de naturaleza celestial.
En la necrópolis tubular de inhumación (espacio circular delimitado por las lajas de piedras) se hallaron los restos de una pareja, posiblemente, con alto estatus social. Su disposición fue la de una cámara circular, situada en un espacio privilegiado del túmulo y con suelo de piedra y pilar central. Alrededor de esta tumba se distribuyeron el resto de las fosas encontradas.
La necrópolis de Cerrillo Blanco mantendrá su funcionamiento hasta el siglo I a.C., modificando su rito primitivo de inhumación por el de la práctica de incineración. Pero, ¿Cuáles son estas esculturas antes mencionadas? ¿Cuál fue la historia de su hallazgo?
A modo de simple curiosidad, una de las preguntas que le quise formular al director de Museo de Porcuna, don L.E. Vallejo, fue cómo acabaron las piezas en el Museo de Jaén. Hoy, cuando me encuentro redactando este artículo, he querido buscar alguna documentación complementaria en internet para comprobar qué otra información ha sido recogida al respecto por otros usuarios. La verdad es que no difiere mucho de la que me adelantaba mi amigo bajo el duro sol de esta preciosa localidad.
Según parece, sobre la década de los setenta, unos campesinos trabajaban en el olivar donde se haya actualmente el yacimiento; allí localizaron la pieza de una cabeza de caballo. Dándoles la importancia que le otorgaba su escaso conocimiento y temerosos de que se extendiera la noticia y acabase perjudicándole en sus tareas agrícolas, decidieron, simplemente, dejarla apoyada en el tronco de un olivo.
Llegaría el año 1975 cuando vuelven a aparecer otra serie de esculturas como resultado de la explotación agrícola en la propiedad de estos vecinos de Porcuna. Imagino que su número sería considerablemente elevado como para intentar disimular su presencia en el terreno. Así, y con clara predisposición, deciden venderla a un gitano llamado don Virgilio Romero Moreno, el cual las traslada a Bujalance (provincia de Córdoba) en compañía de su cuñado, don Sebastián Muñoz Cortés.
Don Virgilio y don Sebastián son dos vecinos que acostumbran a consultar a los museos de Córdoba y Jaén sobre las piezas que adquieren o pasan por sus manos. Quiere decir esto que los propietarios del olivar tal vez no tuviesen conocimientos de historia, pero sí sabían a qué allegados podían vendérselas. La cuestión es que estos dos individuos se ponen en contacto con el Museo de Jaén para ofrecerlas en venta a su director.
El director del Museo accede, siempre y cuando sean de buena calidad. Por ello, le enseñan ocho piezas de ellas y le adelantan que disponen de otras seis más en Bujalance.
Parece que a partir de ese momento todo se precipitó. Después de examinar cada una de las piezas, se llega a un trato con carácter de urgencia y bajo la promesa de intentar convencer al dueño de los terrenos de llevar a cabo una excavación en su olivar a cambio de una indemnización que le fuera beneficiosa.
Se formalizó el acuerdo con el propietario y ante el temor de que el yacimiento pudiera ser, desde esos momentos, objeto de expolio, se solicitaron los permisos oficiales pertinentes para la realización de excavaciones urgentes e iniciar las campañas arqueológicas. Sólo el primer día se cargó un camión con los fragmentos de las esculturas encontradas en el olivar.
Sigamos descubriendo la historia antigua de Porcuna con el artículo Municipium Pontificiensis Obulco
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Felicitaciones a todos los politicos y directores del museo que han echo posible para que hoy podamos observar el conjunto arquelogico Ibero de mas calidad de toda Europa, pero creo que el museo o alguna institución deberia reconocer tambien la buena voluntad de aquellos hombres que encontraron y avisaron al Museo.
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…que vómito leer cosas tan importantes sabiendo que mi padre y mi tío fueron los verdaderos descubridores y colaboradores de este importante hallazgos junto con los que dirigían el museo de Jaén,.este descubrimiento que hoy día podemos disfrutar todo los españoles gracias a unos bueno gitanos..que no fueron aplaudidos o reconocidos aún. Pues fueron unos descubridores con todas las letras..gracias a ellos podemos disfrutar todos los españoles el mayor llamamiento de la historia….
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