Las características climatológicas y las propiedades del suelo hacían de la Vega Antequerana un lugar con abundantes tierras fértiles donde, unido al excelente elemento comunicador del Valle del Guadalhorce, propiciaría el cultivo y comercio del olivo y la vid, así como de la producción de sus envasados. Singilia Barba y sus alrededores ocuparán un papel fundamental en la producción y comercio de aceite destinado, en su mayor parte, al abastecimiento de Roma durante los primeros siglos del Imperio.
En el caso particular de la ciudad que nos ocupa, y al igual que su vecina Anticaria, las explotaciones oleícolas fueron tan lucrativas que, en cualquier espacio donde se pudieran reunir las condiciones óptimas para el cultivo, se levantaba una villae dedicada a la producción de aceite. De esta forma, si tuviésemos que imaginarnos cuál sería la imagen que vería un ciudadano desde los aterrazamientos de la urbe en dirección hacia el ager circundante, disfrutaríamos de un paisaje formado por amplias extensiones de cereal y colmado con densas manchas de olivar, donde quedaban asentadas las villas rústicas dedicadas a su producción.
Principalmente estas explotaciones estaban basadas en molinos del tipo mola olearia, una variedad de molino recomendada por el agrónomo Columela y que se caracterizaba por la utilización de piezas de pequeño y mediano tamaño; estas características tan particulares mejoraban su manejo y rendimiento.
En definitiva, Singilia Barba no era la única que transmitía noción de riqueza y desarrollo en esta zona de la Baetica. También lo hacía todo su entorno, como sucedió con los pequeños poblamientos de caracteres rústicos y grandes villae (caso de Bobadilla), cuyas dedicaciones fueron tan diversificadas que no se limitaban exclusivamente a la explotación de la tierra propiamente dicha. Así emergieron en el valle los conocidos como vicus que incluían producciones alfareras de consumo y almacenaje, además de materiales constructivos fabricados con los propios barros locales.
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