Rus, Jaén.
En la provincia de Jaén, siguiendo la ruta del viejo camino que marchaba hacia la antigua capital del reino visigodo, Toletum, se localiza un oratorio rupestre correspondiente a este mismo periodo de nuestra historia. Tal vez mozárabe, pudo servir de refugio espiritual para atender las necesidades de fe de aquellos pobladores que habitaron estas tierras del interior. Este impresionante patrimonio cultural, hoy maltrecho por el paso de los siglos y el desinterés público, continua manteniendo en secreto el enigma de cuál pudo ser el origen de sus fundadores y las verdaderas funciones para las primeras comunidades cristianas, a la vez que sigue sorprendiendo a todo viajero que tiene la curiosidad de conocerlo.
En el término municipal de Rus, próximo a uno de los afluentes del Guadalimar y en la orilla opuesta del embalse donde se localiza el complejo rupestre de las Cuevas de Giribaile (Vilches), podemos encontrar un testimonio, una verdadera joya de nuestro legado patrimonial, correspondiente a los siglos VI-VII d.C.
Tallado en roca, la fachada monumental de esta cueva artificial la componen diez arcos ciegos de herradura, con sus respectivos soportes, algunos de los cuales provistos de tragaluces; otro, el segundo por la derecha, permite el acceso al interior del recinto religioso. Desgraciadamente sus pilastras son prácticamente imperceptibles debido a la enorme erosión sufrida con el paso del tiempo.
La cámara principal, un templo de planta rectangular y cabecera plana, pudiera ser que, a lo largo de su vida en uso, estuviese decorada. El interior de la cueva queda dividido por tres naves cubiertas con bóvedas de medio cañón y separadas por arcos como los que veremos en la fachada. En una de las paredes de estas estancias podemos descubrir una hornacina, la cual podría haber sido, según un autor, una pequeña oquedad excavada en la piedra arenisca y “lugar de parada de las palomas mensajeras que permitirían el contacto de las Cuevas de Giribaile” con el recinto rupestre de Valdecanales y el otro centro eremítico de la Veguilla, este último de época mozárabe. Se trata sólo de una hipótesis.
Como elemento auxiliar al edificio principal, encontramos dos cuevas más. Una de ellas fue interpretada como posible baptisterio. El segundo, más alejado de cualquier teoría, como residencia de los clérigos que estuvieran al cuidado del complejo religioso.
Tal y como señalaba muy acertadamente un autor: “… la ausencia de epigrafía impide plantear cualquier hipótesis sobre sus orígenes.”. Aunque, detectados ciertos usos, aprovechamientos de los espacios y algunas transformaciones en época mozárabe, todos los indicios apuntan a que su vida se iniciara en época visigoda. Es más, dada las características del emplazamiento, tan apartado de cualquier núcleo de población y con la única conexión de los santuarios rupestres de la zona (Cuevas de Giribaile, Vilches), bien podría tratarse de una fundación eremítica.
Pero, ¿quiénes fueron estos eremitas? Valerio del Bierzo, anacoreta del periodo visigodo escribe: “Otros, de modo semejante, abandonando la convivencia social, huyeron a sociedades desiertas e inmensas, acogiéndose a tugurios pequeños y angostos, o refugiándose en cuevas u otros tipos de abrigos, vestidos con ásperas pieles y viviendo sólo con agua y pan.”.
El eremitismo fue un movimiento ascético que desde finales del siglo IV d.C., con la primera cristianización se fue arraigando en zonas rurales poco romanizadas. El eremita era un hombre de gran carisma y personalidad, que se evadió de los centros urbanos en busca de la reclusión espiritual, aislándose, en muchos de los casos, en cuevas rupestres preexistentes.
Sucedió que a medida que la península se fue cristianizando y el poder de la Iglesia romana aumentaba, los eremitas llegaron a convertirse en amenaza de una iglesia cada vez más celosa de sus derechos, ya que los primeros no respondían a las normas de conductas establecidas. Esta situación provocará fuertes tensiones y enfrentamientos que dentro de la jerarquía eclesiástica, temerosos por su pérdida de derechos, se iba mundanizando cada vez más. El resultado fue que cualquier actitud no oficialista será aplastaba sin miramientos por la alianza establecida entre la iglesia católica y el Estado romano.
A pesar de la oposición frontal y la presión sufrida por este colectivo asceta desde los poderes establecidos, el siglo VI se convertirá en un periodo de renacimiento y vigor para la vida eremítica. Será a partir de esta fecha cuando la proliferación de eremitas tienda a su asociación y a la adopción de discípulos hasta llegar a fundar colonias de seguidores.
Los eremitas heredarán el prestigio que alcanzasen los mártires en el pasado, despertando verdadera admiración en el seno de la población rural. La fama santa, su capacidad de operar unidas a sus hazañas ascéticas, atraerá hasta las puertas, aparte de discípulos, a peregrinos y curiosos. Este desplazamiento humano motivado por la fe de los individuos se producirá tanto en la vida del eremita, como a su muerte. De ahí que sus refugios y sepulturas se acaben convirtiendo en eremitorios.
Los discípulos y devotos, aparte de proporcionar comida y ropa a los religiosos, les asisten en la construcción de oratorios donde pudieran llevar a cabo sus labores evangelizadoras. Siempre alejados de los ejes políticos y administrativos del estado, a diferencia de los cenobios que, en muchas de las ocasiones, se ubicarán en torno a ciudades como Córdoba, Mérida o Toledo. Los cenobitas también se caracterizarán por el aislamiento de sus monjes, pero siempre bajo una vida en comunidad.
En algunos casos, la asociación de eremitas y la construcción de oratorios dará lugar a lauras, que se caracterizarán por el número elevado de celdas en torno a un edificio principal. El laurus eremítico disponían de grutas artificiales aisladas, espacios comunes para sus reuniones y templos que cubrían sus necesidades litúrgicas. Pudiera ser que las Cuevas de Giribaile fuera un ejemplo de laura eremítica. Con posterioridad, muchas acabarán convirtiéndose en monasterios. Serán estos los lugares donde peregrinarán las gentes necesitadas de consuelo.
La conquista musulmana marcará otro punto de inflexión de estos clérigos, convirtiéndose en santos muchos de estos eremitas entre los siglos VIII y X.
Bibliografía:
- El oratorio de Valdecanales (Rafael Vaño)
- El eremitismo en época visigótica. Testimonios arqueológicos (Agustín Azkarate Garai-Olaun)
- Espiritualidad ascética y espacios rupestres de la antigüedad tardía: Algunos ejemplos del centro y el sureste peninsular (Pedro Castillo Maldonado)
- La iglesia mozárabe en tierras de Jaén (Juan Carlos Torres Jiménez)
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