Las Cuevas de Soria, Soria
No hacía tanto que sus paredes, mosaicos y jardines fueran testigos mudos de las acaloradas discusiones e intensos debates que tuvieron lugar en su interior. El cristianismo se había impuesto como religión oficial del Estado, pero grupos de ciudadanos seguían reuniéndose en secreto con la esperanza de encontrar alguna fórmula que les impidiesen renegar de sus antiguos cultos y creencias. Eran los paganos, los herejes, aquellos perseguidos por la Iglesia monoteísta que no profesaban su misma fe.
Pero el tiempo de las intenciones y buenos propósitos se había esfumado de forma repentina. Llegados del Norte, los pueblos bárbaros habían invadido las tierras hispanas, irrumpiendo a hierro y fuego y obligando a muchos possessores a abandonar sus fundi mientras los humiliores recibían a sus libertadores con los brazos abiertos.
Esta es la historia de una de esas lujosas villas de campo desalojada en un periodo de gran inestabilidad en Hispania, aunque tampoco deberíamos considerarla como una residencia rural cualquiera.
A mediados del siglo IV d.C., la población libre de las ciudades tiene hambre y miedo. Se encuentra desesperada y sin recursos para sobrevivir, haciendo todo lo que está en su mano para abandonar sus hogares y marchar hacia los campos en busca de la ansiada comida y protección. La enorme inflación que sufre todo el Imperio hace imposible pagar los altos precios de los productos de primera necesidad que se pueden adquirir en la urbe. También existe carencia de ellos, los comerciantes urbanos se arruinan a falta de una autoridad militar capaz de asegurar el comercio interior como antaño. A precios imposibles, lo poco que se puede encontrar sólo está al alcance de unos pocos: los más privilegiados.
La población que decidió permanecer en las ciudades también buscó protegerse, pero tras las murallas que se vieron obligados a levantar debido a la enorme inestabilidad política surgida desde la centuria anterior; con la gran crisis vino la anarquía. Las urbes se han estrechado, reduciendo su perímetro ante el acusado descenso de ciudadanos. Estas populosas civitas, siempre tan abiertas al viajero y al comercio, ahora se esconden tras sus muros. Tienen miedo de nuevos ataques, de nuevas incursiones sangrientas, y la falta de tropas imperiales dispuestas a guarnecerlas contribuye a todo este caos.
Hace poco llegaron noticias que la perseverante y próspera Uxama Argaela también acabó refugiándose tras sus defensas. Lo mismo sucedió con la vieja Termes que, años atrás, fue pasto de las llamas. O la mítica Numantia con sus graves signos de decadencia resistiéndose a desaparecer. Occilis y Voluce han corrido igual fortuna, como casi toda la provincia recién inaugurada de la Carthaginensis y, en general, de Hispania al completo. Sólo en la zona sur, aquella cuyas costas se bañan con las aguas del Mare Nostrum, parece que no han resentido los efectos devastadores de esta crisis. Se cuenta que desde sus diferentes portus mantienen un comercio en auge con la otra orilla, la Mauritania Tingitana (pulsa en Basílica paleocristiana de Vega del Mar para conocer esta situación), y su capital Corduba, imperturbable, continúa exportando aceite a Roma.
Los viejos núcleos urbanos ya poco podían ofrecer a una población que se ha visto obligada a la renuncia de sus derechos más básicos como ciudadanos a cambio de recibir la protección de los possessores. La gran aristocracia, propietaria de los fundi, también había decidido trasladarse a sus majestuosas villas rurales donde eran económicamente autosuficientes y podían mantener su autoridad sobre aquellas familias que venían desesperadas a trabajar sus campos. Sin saberlo, la población de las ciudades se ataba a la tierra que ahora labraba; se trataba de un contrato de por vida en el que también quedaban vinculados sus hijos.
Mientras las urbes de todo el Imperio mostraban un lamentable estado de semi abandono y destrucción, los campos de Hispania se cubrían de millares de villas que ocupaban grandes extensiones de tierras. Casi todas se dedicaron a la explotación del cereal, vid, olivo e, incluso, a la cría de caballos destinados a las carreras de circo – las situadas en la costa también al garum -, trabajadas con la sangre y el sudor de los humiliores cuando sus domini, felizmente, disfrutaban de la caza. En resumen, unos pocos acapararon toda la riqueza agrícola y ganadera hispana y el resto de la población vivía en la extrema pobreza. Por ello no es de extrañar que esta gente haya visto a los invasores bárbaros como a sus salvadores.
Muchos de los fundus fueron de nueva planta, levantados como verdaderos vici locales. Otros, en cambio, se han construido sobre los cimientos de residencias rurales anteriores que, en su momento, estuvieron dedicadas al recreo de los antiguos propietarios; con la crisis de la pasada centuria y la inestabilidad política, económica y social subsiguiente, estas villae fueron abandonadas y destruidas. Eso sí, todas ellas buscaron la proximidad de los ríos para erigir los altos muros, embellecer sus suelos con motivos mitológicos y de cetrería, así como construir los elegantes peristilos.
Precisamente este último caso es el que corresponde a la villa de la gens Irrico, una de las familias más importantes e influyentes de la zona y en cuyas puertas nos encontramos. Se trata de una residencia rural dispuesta en la parte más protegida del valle donde se asienta, adaptándose a un terreno ligeramente inclinado y junto a la orilla del río del que recibe buena parte del caudal de los manantiales próximos. Puede llegar a ocupar casi media hectárea de superficie y fue construida con fuertes cimientos de mortero pétreo y cemento, elevándose sólidos muros sobre los restos de una villa anterior.
La villa de los Irrico se concibió a partir de un amplio patio o jardín central, en cuyo corredor, siempre abiertas a él, se dispusieron gran cantidad de habitaciones ricamente decoradas con materiales de primerísima calidad.
Una de las medidas que tomaron sus propietarios para combatir el duro frío invernal fue, precisamente, evitar la exposición directa de los dormitorios con el exterior, impidiendo la entrada de aire en ellos. Para este fin se prepararon unos espacios laterales y estrechos, con cabeceras semicirculares, que hacían las funciones de comunicador entre las cubículas y el jardín antes mencionado.
Un extenso pasillo, con hilera de columnas sustentando su pórtico, circunda el espacio ajardinado. Era este el corredor principal de la residencia, encargado de conectar las más de treinta estancias construidas que componen el edificio.
Dos enormes salas centran los ejes principales de la villa. De ábside también semicircular, son las únicas que no cuentan con planta superior. Completamente diferentes al resto, la situada en el centro de la fachada norte, por su gran volumen y espacio, se constituyó como el aula magna del complejo. Este debió ser el lugar idóneo para que possessores y asistentes celebraran sus reuniones en la más completa intimidad.
Por otro lado, la amplia habitación situada en la fachada oriental, la que queda justo al lado del conjunto termal y la puerta principal de la villa, se diseñó a modo de comedor. El acceso a estas dos amplias estancias se realiza a través de un amplio portón central de doble hoja con pequeñas puertas a sus lados.
La zona termal de la villae cuenta con frigidarium, tepidarium y caldarium. En su interior se ha dispuesto una bañera, estrecha y alargada, pavimentada también con mosaico. Para el calentamiento óptimo de sus aguas, suministradas por el manantial cercano que las abastece, se construyó también un horno exterior.
Se cuenta que los Irricos, al igual que sus antepasados desde los inicios de la romanización, mantuvieron orgullosos su origen nativo. La importante familia seguía consagrando sus votos a la divinidad indígena Eburos, un antiguo dios celtíbero dedicado a las aguas y protector del lugar representado con la imagen de un jabalí. Por este motivo, tras la imposición del cristianismo como única religión oficial, utilizaron toda su influencia posible y prestaron las instalaciones de su residencia para reunir allí a grupos de ciudadanos con el fin de tratar las circunstancias de la crisis de fe abierta.
Así sería hasta la llegada de los pueblos germanos, por lo que algo debió suceder para que sus habitantes, a falta de otra posibilidad, decidieran abandonar la residencia a su suerte y huyeran de estos campos. Hoy, contemplando los restos de esta impresionante y, a la vez, enigmática villa romana podemos hacernos a una idea de lo que aquí se vivió en este periodo de la Historia tan convulso.
Notas sobre la villa La Dehesa
La Dehesa, localizada en la actual Cuevas de Soria, fue una villa rústica habitada entre los siglos III – IV d.C., que, presumiblemente, estuvo dedicada a la explotación agropecuaria. Decimos presumiblemente porque, a priori, no parece que fuese como el resto de residencias construidas en el período tardorromano, lo mismo que tampoco la familia de possesores que en ella vivió. Por ejemplo, la disposición o estructura de su edificio o, por otro lado, los suelos que fueron pavimentados exclusivamente con motivos geométricos, prescindiendo de las modas del periodo como fueron los temas mitológicos y de caza, hacen plantearnos esta hipótesis.
En el otro extremo de villa rústica tenemos La Olmeda (Pedrosa de la Vega, Palencia. Siglo IV d.C.), supuestamente propiedad de los primos del emperador Honorio. En este caso se trataba de una clara explotación agropecuaria de gran extensión, cuyos propietarios disfrutaban de continuas actividades de caza, como así lo demuestran sus mosaicos, y que en un momento determinado de su vida sacaron a sus trabajadores para luchar contra Constante.
Fue descubierta y excavada en 1928, considerándose en esas fechas como la más representativa dentro del género de villas romanas hispanas encontradas. Un dato que la hace diferente al resto es que, en este caso, se conoce el nombre de su propietario, algo no muy común en la actualidad. Tras los estudios realizados se comprobó que un determinado símbolo se repetía, continuamente, en los diferentes mosaicos de sus habitaciones. Con posterioridad se demostró que el mismo monograma aparecía acompañando al nombre Irrico – gentilicio de origen celtíbero – en varias inscripciones halladas en las proximidades de la villa.
Los Irrico debieron ser una familia rica e influyente que habitó las antiguas tierras hispanorromanas de esta zona de Soria. Se desconoce la causa del abandono de su villae, no presentando evidencia alguna de incendio o destrucción. En el periodo de la Historia en la que debemos inscribirla, fue muy común que los propietarios de las residencias rústicas buscaran el amparo de las murallas de la ciudad a la llegada de los pueblos bárbaros. A partir del siglo V d.C., muchas de estas villas que fueron abandonadas y no destruidas con la invasión, serán reocupadas por el pueblo visigodo para continuar con la explotación de los campos o, en su defecto, reconvertidas en iglesias con necrópolis dependientes.
Bibliografía:
- Cartelería del yacimiento e información impresa de Magna Mater.
- Poblamiento, ruralización e invasiones bárbaras en la Meseta Norte: El poblamiento en la provincia de Soria en el siglo V d.C. (Francisco José Gómez Fernández)
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