Entre los términos de Campillos y Ardales. Málaga
Si existe en Málaga un rincón donde Naturaleza e Historia se toman de la mano para fundirse en una experiencia inolvidable y al alcance de toda la familia, ese es, sin lugar a dudas, la Necrópolis de Las Aguilillas.
Olvídate de esas enormes pateadas por mitad del campo, este no es el caso. Todo lo contrario, podrás estacionar tu vehículo relativamente cerca de los restos prehistóricos accediendo a ellos a través de un precioso bosque de pinos que, en ciertos momentos, te deleitará con unas impresionantes vistas del pantano y su entorno.
Visitar este yacimiento puede resultar la opción perfecta para una jornada dominical, disfrutando de un plácido y cómodo paseo con los tuyos en un precioso paraje de la comarca de Guadalteba. Pero, ¿qué debes conocer sobre él? ¿Cuál es su historia? No te preocupes, te la contamos para que logres entender las antiguas tumbas que aquí contemplarás.
Nos encontramos a comienzos del II milenio a.n.e., justo en el periodo transitorio comprendido entre la Edad de Cobre, concretamente el Calcolítico Final, y el Bronce Inicial. Es decir, respiraremos el mismo aire y sentimos el mismo frescor de un territorio que fue habitado entre el año 2.100 y el 1.900 a.n.e. por sus primeros pobladores.
Bueno, en realidad, en este espacio que hoy recorreremos sólo se localiza la necrópolis vinculada a los poblados del periodo mencionado, la última morada de sus difuntos, la cual quedó establecida en la confluencia de tres valles: el Guadalhorce que procede de la Depresión Antequerana, Guadalteba que tiene su origen en la Serranía de Ronda y el Turón que nace en la Sierra de las Nieves. Este conjunto sepulcral prehistórico, para el que se excavaron una serie de cuevas artificiales con picos de piedras, será construido sobre un promontorio montañoso de arenisca y conglomerados que afloró hace unos veinticinco millones de años, en el llamado periodo del Mioceno.
Al otro lado del río Guadalteba, frente por frente de donde se localiza la necrópolis, sobre el denominado Cerro del Castillón quedaría establecido, finalmente, uno de los poblados principales y más próximos relacionados directamente con estas tumbas.
Realizando un breve repaso sobre la historia de estos asentamientos humanos podemos comentar que, ya en el Paleolítico, las pequeñas aldeas dispersas ocuparon estos fértiles valles que hoy podemos contemplar, construyendo sus cabañas junto a la orilla de los ríos. Se trataban, pues, de los primeros asentamientos construidos por comunidades tribales, dedicadas al pastoreo (cabras) y a una agricultura de subsistencia (siembra de trigo, cebada, habas y guisantes). Seguían practicando la caza, sobre todo de cabras montesas, conejos y liebres.
Con el transcurso del tiempo muchas de estas pequeñas aldeas fueron deshabitadas en favor de una mayor concentración poblacional. Es decir, estos primeros moradores buscaron agruparse en poblados de mayor índole donde protegerse, pero sin abandonar nunca su modo de vida comunal tan característico de siglos anteriores. Este fue el caso del poblado construido sobre el Espolón del Guadalhorce hace 5.000 años.
Se conoce, además, que los miembros de estas tribus vivieron en cabañas semicirculares y ya contaban con algunos animales domésticos como perros, cerdos, bueyes y caballos. También se dedicaron a la recolección de miel, extracción de minerales, rocas de sílex, madera, así como a la recogida de sal y a las producciones de cerámica destinados a la conservación de alimentos. Pero, ciertamente, algo tuvo que ocurrir para que, justo después de fortificar el poblado con una muralla perimetral, este quedara abandonado. Este último hecho se producía hace 4.000 años.
Tal vez coincidiera con la necesidad de aumentar la protección, puede incluso que empezaran a surgir ciertas tensiones en el territorio ocupado. El caso fue que, muy probablemente, los habitantes del poblado del Espolón abandonaran sus hogares para trasladarse al Cerro del Castillón, en la encrucijada de dos ríos. Era este un nuevo asentamiento construido en altura, de difícil acceso y defensa natural, que se fortificó desde los primeros instantes de su ocupación.
Ocurrió también que en este periodo, inicios del Bronce Final, los primeros comerciantes empezaron a recorrer los valles del interior, abriendo rutas de intercambio entre la costa del Mediterráneo y el valle del Guadalquivir. Este hecho provocaría que, con el tiempo, de una economía de subsistencia se pasara a otra de carácter excedentario. Ambas situaciones darán lugar a la aparición de élites locales, un reducido grupo de individuos con intenciones de controlar y organizar tanto las producciones locales, como aquellas derivadas de una actividad comercial.
Ya no se trataba, entonces, de un beneficio conjunto para la comunidad, sino de otro destinado a unos pocos que tendrán la capacidad exclusiva de disponer, usar y disfrutar de unos bienes altamente diferenciados: los bienes de lujo. La Necrópolis de las Aguilillas va a constituir un claro reflejo de estas nuevas jerarquías sociales.
Lo que empezamos a entender de estos primeros pobladores, que habitaron la zona desde finales del Neolítico, es que primero se instalaron en los espacios más fértiles de los valles para dedicarse a una economía agropecuaria. Con posterioridad, y sin abandonar sus primitivas producciones de subsistencia, muchas de las tribus se agruparon en poblados o núcleos centrales, fortificados en altura, desde donde controlar la presencia de otros pueblos que empezaban a abrir rutas comerciales y pastoriles por estos valles. Fue este un control efectivo sobre el territorio que perduraría hasta época romana.
Para el II milenio a.n.e., los poblados relacionados con la necrópolis poco a poco se fueron definiendo como lugar de paso respecto a los dos núcleos de población principal, considerados también los más ricos: los situados en la Depresión de Ronda y los de Antequera. Además, se constituyó como nexo entre el litoral mediterráneo y el valle del Guadalquivir en el interior. Se trataba de una zona bien comunicada, rica en recursos líticos, madereros y buena caza. Conocían perfectamente el metal, habiendo desarrollado una economía basada en la explotación de la tierra y la cría de animales.
Pero la economía empezaba a orientarse hacia la obtención de excedentes, controlando estas nuevas élites también las producciones de las aldeas periféricas del valle que no se habían centralizado. Estas clases sociales emergentes regularán las producciones de la comunidad e influirán en los intercambios comerciales, lo que dará lugar a la aparición de nuevos productos en el poblado con lo que obtendrán la legitimación de su poder. Ante la irrupción de las nuevas estructuras jerárquicas, aparecerán también los primeros conflictos sociales.
Posiblemente fuera este nuevo grupo social el que ordenara construir el conjunto de tumbas que hoy podemos contemplar en la Necrópolis de Las Aguilillas, unos panteones familiares horadados en roca y agrupados unos con otros que acabarían convirtiéndose en la gran necrópolis de los poblados próximos.
El nacimiento de estos linajes en el seno de esta sociedad clásica, heredada de los periodos anteriores, forzosamente provocaría cambios en las tradiciones de sus pobladores. O lo que es lo mismo, el conjunto de cuevas artificiales nos trasmite cómo sobre un colectivo de origen tribal se imponen otros grupos con capacidad de obtener objetos de prestigio, elementos diferenciadores respecto al resto. Muy probablemente, en esta comunidad del Bronce Inicial hiciera su aparición la figura del oligarca y serán estos mismos personajes los que empezarán a controlar y regular los excedentes productivos de su comunidad.
Con el nacimiento de estas nuevas estructuras sociales vendría acompañado también una cierta especialización de los trabajos comunitarios, por lo que se presume la aparición de conflictos en el proceso transitorio. Tal y como indicábamos, ya no se trabajaría a beneficio del conjunto de la población, sino de las necesidades impuestas y coercitivas de estas élites incipientes. El ejemplo más claro de esta nueva realidad primitiva la tendríamos en la obligatoriedad para la construcción de los mausoleos dedicados sólo a grupos concretos y separados del resto de la población.
La explicación a este cambio social es que las nuevas élites empezarán a tener cierto dominio político y económico sobre el territorio que controlan. A la larga, la legitimación de esta imposición y su desigualdad social subsidiaria acabará siendo aceptada por el resto de la comunidad, considerándola a partir de entonces como su nueva realidad natural.
La Necrópolis de Las Aguilillas fue descubierta a finales de los años 80 y estudiada en 1991. En su interior se hallaron las inhumaciones, en distintas posiciones y siempre en segunda disposición, de una cincuentena de personas que comprendían ambos sexos y gran diversidad de edades. La edad más frecuente de los fallecidos fue alrededor de los 40 años, aunque aparecieron 15 individuos menores de 12 años.
Junto a los restos humanos se encontraron ajuares como cuencos, vasos carenados, platos, ollas y multitud de herramientas vinculadas a la construcción de sus tumbas. Además, y no en todas, aparecieron algunos objetos que fueron relacionados con bienes de prestigio como puntas de palmela, punzones o cuentas de collar que denotan cierto status social, así como unos ídolos femeninos en piedra. Por el tipo de ajuar estudiado se deduce la continuidad de unas tradiciones que se remontan a la Edad del Cobre y la capacidad de algunos miembros de concentrar riquezas.
Otro de los vestigios que han perdurado en estas tumbas ha sido la conservación de expresiones artísticas en algunas de sus paredes interiores. Es el caso de la tumba 3 considerado como grabados de motivos esquemáticos e interpretados como expresiones de unas tradiciones y creencias antiguas.
El ritual de enterramiento consistía en la disposición de cráneos entre las piedras (osarios) y, junto a ellos, la ofrenda de los cuencos con el resto de los objetos. Las piezas metálicas descubiertas y las cuentas de collar sólo quedarán vinculados a determinados hombres y mujeres y a una concentración de riquezas en el momento de sus muertes con el fin de perpetuar su estatus en su viaje hacia el más allá.
Por último, y a modo de curiosidad, indicar que estas tumbas prehistóricas sirvieron de refugio o puestos de ametralladoras avanzados durante el enfrentamiento que tuvo lugar durante el transcurso de la Guerra Civil cuando el bando republicano se atrincheró en estas posiciones antes de replegarse al pueblo de Ardales. Durante las excavaciones de 1994 aparecieron objetos pertenecientes a los soldados republicanos.
Bibliografía:
- Cartelería del yacimiento
- Entre el Calcolítico y la Edad de Bronce. Algunas consideraciones sobre la cronología campaniforme (Patricia Ríos, Concepción Blasco, Raquel Aliaga)
- La necrópolis colectiva del Cerro de las Aguilillas. Interferencias socioeconómicas (José Ramos Muñoz, María del Mar Espejo Herrerías, Ángel Recio Ruiz, Pedro Cantalejo Duarte, Emilio Martín Córdoba, Juan José Durán Valsero, Vicente Castañeda Fernández, Manuela Pérez Rodríguez y Isabel Cáceres Sánchez)
- Arte rupestre y entorno arqueológico: Las cuencas de los ríos Turón y Guadalteba (Rafael Maura Mijares)
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