Yacimiento Arqueológico Faro de Torrox, Málaga
Desde el horizonte se divisa un inmenso promontorio extendido mar adentro, como si de una gran lengua rocosa se tratara. Un espacio donde la mano del hombre ha logrado arrebatar una pequeña porción de su reino al propio Neptuno y el señor de las aguas, en lugar de cargar su ira contra ellos, los obsequia con cuantiosos frutos. Allí, en tierra firme, se alza Caviclum presidida por su majestuosa villae maritimae.
Conforme se aproximan los navíos a esta zona costera del Mare Nostrum, es habitual contemplar un embarcadero repleto con un gran número de pequeñas y medianas naves armadas por comerciantes, todas pintadas de colores donde predominan las tonalidades verdosas y azuladas marinas y cuyos cascos se engalanan con la imagen de alguna divinidad o emblemáticos episodios legendarios. En esta obra portuaria, levantada en madera noble hacia la cara occidental de la villa, las onerariae mantienen sus velas arriadas, los remos recogidos y la pasarela desplegada sobre la superficie de un muelle no muy amplio. Y es que la actividad en este asentamiento marítimo siempre es incesante. Si algunos hombres cargan las mercancías en el interior de las bodegas, otros se dedican a subir el lastre para ocupar el espacio dejado por el desalojo de sus productos transportados.
También es muy común descubrir una orilla repleta por aquellos botes utilizados en las diversas pesquerías que en este mar se practican, así como las pequeñas barcas o hippois, con sus característicos mascarones de proa, empleados para el transporte del personal de los navíos que permanecen fondeados en alta mar a la espera de atracar en el pequeño puerto. Mientras esto se produce, la mayoría de su tripulación desembarca en tierra firme para disfrutar de los placeres y servicios que ofrece Caviclum, puesto que, como se conoce, la mansio es en realidad la última zona habitada en estas aguas antes de alcanzar la siguiente parada del itinerario que son las cetariae de Sexi y su cotizado collia saxitanum.
Cualquier marinero que se tercie a navegar por estos mares, y sea bien entendido en el comercio de cabotaje, sabe que una vez zarpado del principal y concurrido portus de Malaca con rumbo hacia Sexi Firmum Iulium debe pasar por algunas villae costeras (pulsa aquí si quieres conocer La Villa Romana de Torre de Benagalbón en el municipio de Rincón de la Victoria) hasta abandonar los caladeros de la vieja Maenoba a mitad de trayecto. Antes de adentrarse en las aguas donde lo único que se consigue distinguir son continuas calas protegidas por enormes escarpes y pronunciados acantilados que las flanquean, la travesía se interrumpe obligatoriamente para recalar en este lugar y abastecerse convenientemente.
Con la puesta de sol ninguno de los botes propiedad del patronus de la villae a mare se encuentra faenando. Todas quedan varadas a la orilla del río con sus redes recogidas y a la espera de la siguiente jornada de capturas. En cambio, para los que parece que no se les concediera tiempo de descanso alguno es al personal dedicado en las distintas cetariae repartidas entre la zona de atraque y la orilla. Una pequeña senda dibuja el camino de ascenso que comunica con la factoría de salazón meridional, próxima esta también a la villa. Los hombres que trabajan en ella corren, de un lado para otro, afanados en sus diversas y singulares tareas: unos transportan la sal procedente de la cercana Maenoba amontonada en las inmediaciones. Otros, en cambio, cargan grandes cestos de mimbre colmados con la pesca del día, siempre de gran variedad y tamaño. Todo este género es limpiado y troceado minuciosamente por manos expertas en el oficio, depositándose en las diversas piletas cuadradas y rectangulares que forman parte de la cetaria. Los desperdicios parece que también son aprovechados, pero reservados para otros fines.
Las piezas limpias y troceadas se mantienen a la intemperie durante varios días, tres si se busca elaborar un salsamentum más suave o no tan salado. Todo bien mezclado con sucesivas y alternas capas salinas y agua de mar hasta que se provoca su maceración. Transcurrido este periodo de tiempo, la salazón resultante es envasada, junto con parte de su líquido, en el interior de las amphorae que se apilan esparcidas alrededor de la zona de despiece. Finalmente, la salsamenta de origen local formará parte de la red comercial a través de las naves que atracan en Caviclum o, por el contrario, serán destinadas a las ciudades del interior, alejadas todas de la costa, con las que el propietario de la villa mantiene contacto y negocios por las distintas rutas que proporciona la vía fluvial.
Los envases son elaborados en los talleres emplazados en la misma mansio; son numerosos los esclavos que desde el área norte de donde se sitúan las cetariae se aproximan cargando la cerámica. Aunque no es de extrañar que, por el alto volumen de producción salsamentaría que se elabora y su gran concurrencia, las ánforas también sean distribuidas desde las figlinae de ciudades cercanas y con gran tradición alfarera como pueda ser Segalvina.
Pero este alfar no es el único emplazado en Caviclum; dirección a las termae se distinguen, a ambos lados del sendero, las columnas de humo emergentes de otros hornos diseminados por el lugar. Al igual que ocurre en las instalaciones de salsamentum, en estos talleres también se registra una gran actividad. Un ejemplo son los porteadores de leña apilando la madera que después utilizarán para alimentar los praefurnium. De sus cámaras se desprende un calor tan intenso que hace bañar en sudor a los mismos artesanos que en los alfares se encuentran trabajando.
La arcilla precisa para la fabricación de estos envases se extrae directamente de la orilla del flumen que circula paralelo e inmediato a la cara oriental de la villa en su desembocadura. Para épocas de estío, la materia prima es transportada desde la rica e inagotable Maenoba, constituyéndose siempre como la mejor opción para el abastecimiento de recursos.
En definitiva, este es el ambiente que se respira en Caviclum a la puesta de sol de un día cualquiera; esta es la vida en la mansion cuando los mulsum destinados a la pesca permanecen varados en tierra a la espera de la siguiente faena, los porteadores terminan de cargar y descargar las mercadurías en las bodegas de sus navíos mercantes, los salsamentarii continúan elaborando salsamentum y garum en las distintas cetariae dispuestas próximas al mar y los alfareros prosiguen fabricando ánforas donde terminarán envasando los productos. Mientras tanto, el resto de tripulantes, comerciantes y demás viajeros disfrutan del hospedaje y descanso que brinda el lugar, además de otros servicios como puede ser un buen baño relajante en sus termae.
Continuará.
Enlaces externos de interés:
- Si deseas conocer los distintos tipos de embarcaciones utilizados en la actividad comerical romana a través de las vías fluviales de penetración, no dudes en leer el interesante artículo titulado Embarcaciones Fluviales Romanas de mi gran amiga Gladiatrix.
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