«Y llegó desde Hispania otra delegación de una nueva clase de hombres. Recordando que habían nacido de soldados y mujeres hispanas, con las que no había podido contraer matrimonio legítimo, en número superior a los cuatro mil hombres, pedían que se les diera una ciudad en la que habitaran. El Senado decretó que inscribieran sus nombres ante L. Canuleyo, y, de entre ellos, a los que hubiera manumitido. Decidió, así mismo, enviarlos como colonos a Carteia, junto al Océano; permitir que se incorporaran al censo de los colonos los carteienses que quisieran permanecer en su ciudad, una vez les fuera asignado un lote de tierra, que fuera una colonia de derecho latino y que se llamara de los Libertos«.
Texto de Tito Livio XLIII, 3 correspondiente a su obra Ab urbe condita.
Año 171 a.C. Habían transcurrido unos treinta años, aproximadamente, desde que se diera por finalizada la «Segunda Guerra Púnica«. Roma, proclamada como gran dominadora del mundo conocido y primera potencia sobre las aguas del Mediterráneo, llevaba casi una década inmersa en los conflictos celtíberos de territorio hispano.
Aunque se habían fijado los cimientos de lo que llegaría a ser un gran Imperio, la Ciudad Eterna se enfrentaba ahora a un nuevo dilema no previsto cuando se decidió pisar las tierras de Iberia en su lucha contra los cartagineses: los descendientes de la deductio, es decir, los hijos nacidos fruto de las uniones ilegítimas entre los soldados veteranos y las mujeres indígenas.
Años previos a este momento en concreto, una delegación de representantes de las tribus hispanas se presentó ante las puertas del Senado romano para quejarse de los abusos de poder que sufrían por parte de sus magistrados. Unas prácticas de extorsión y vejación, propias de un estado de sometimiento, que sintieron como verdadera ignominia.
Pero en esta ocasión, los que llegaban hasta el órgano de gobierno romano, era un colectivo de unos cuatro mil peticionarios solicitando que se legalizara su situación en Hispania y que se le otorgara, de tal forma, unas tierras donde asentarse.
Según una vieja norma ante el derecho romano, los hijos nacidos entre los veteranos de guerra y las nativas o cautivas, heredarían la misma condición legal que sus madres. Es decir, aun siendo sus padres romanos, ellos pasaban a tener la misma condición servil. Por otro lado, y ante los ojos de la costumbre hispana, el hijo quedaba unido al padre y al ser este un ‘no-hispano’, era considerado como romano. En definitiva, ni para las leyes romanas, ni para las costumbres de los pueblos íberos, estos individuos tenían cabida.
Ante tal problemática, el Senado acabó improvisando una nueva clase social de hombres legalmente reconocidos: los Latini Libertini. Se trataba de una fórmula que permitía liberar a estos individuos de su condición servil impuesta por la situación de sus madres. Con ella, los peticionarios disfrutarían de los mismos derechos civiles reconocidos a los Latini (pueblos de las fronteras con Roma y en suelo itálico): reconocimiento jurídico de las transacciones económicas que practicaran, completa validez de las uniones matrimoniales que se llevaran a cabo y, lo que era más importante, reconocimiento de sus hijos como legítimos de acuerdo con el derecho romano.
La asamblea constituyente decretó que estos hombres inscribieran sus nombres ante L. Canuleyo, por entonces gobernador de las provincias hispanas, el cual puede que permaneciera en Roma desde el conflicto surgido con los magistrados acusados de abusos por los delegados hispanos.
Además, se decidió ubicarlos en las tierras de la Carteia púnica, dando posibilidad a los descendientes del pueblo cartaginés, siempre que lo quisieran, de integrarse también en la nueva colonia latina.
Fue de esta forma como Carteia entró de lleno en la órbita de Roma. Su fundación resultó ser una de las primeras colonias romanas del futuro Imperio.
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