Las cuevas del Giribaile

Sobre los terrenos de una meseta amurallada, y dependiente de la cercana ciudad de Cástulo, a principio del siglo IV a.C. se fundará un oppidum con claro carácter estratégico: controlar la confluencia de los valles Guadalimar y Guadalén. Fue este un lugar propicio para el asentamiento humano, apto para el cultivo y donde el abastecimiento de aguas quedaba bien garantizado por un suministro continuado.

Pero, entre finales del siglo II y principios del I a.C. concluida la Segunda Guerra Púnica, la ocupación de la fortificación amesetada se verá interrumpida. Siendo cónsul de la Citerior el político y militar Tito Didio, su tribuno Sertorio, que en esas fechas mantenía acantonada a las tropas en el castrum hiberna de Cástulo, llevará a cabo una acción punitiva sobre el enclave nativo que obligará al completo abandono del mismo y a la huida de los pocos supervivientes. A continuación os dejo el pasaje que recoge Plutarco en parte de su obra titulada Vida de Sertorio (5-10):

“Después de la guerra de cimbrios y teutones fue enviado (Sertorio) a Iberia (se refiere a la totalidad de la Península Hispánica) como tribuno militar a las órdenes del general Didio y pasó el invierno en la ciudad de Cástulo entre los celtíberos (Cástulo estaba situada en la Oretania y a su población o dirigentes se les consideró en ese tiempo como celtíberos). Como los soldados cometían excesos, por vivir en la abundancia, y estaban borrachos las más veces, los bárbaros, despreciándolos, hicieron venir por la noche ayuda de sus vecinos de Isturgi (en algunas obras traducido como los gurisinos) y, atacándolos en las casas, los mataban. Sertorio se escapó con pocos y, después de congregar a los que se habían salvado, recorrió en círculo la ciudad. Al encontrar abiertas las puertas por las que entraron furtivamente los bárbaros sin ser advertidos, no hizo lo mismo que ellos, sino que apostó centinelas, ocupó la ciudad por todos los lados y hacía matar a los que tenían edad de llevar armas (el genocidio de todos los varones fue una práctica común de los invasores romanos en Hispania).

Cuando terminó la matanza, ordenó que todos sus soldados dejaran en el suelo sus armas y ropas, y que, tras vestirse de los bárbaros, le siguieran a aquella ciudad de donde partieron los que de noche les atacaron. Engañando a los bárbaros a la vista de sus armas, encontró las puertas abiertas y sorprendió a una multitud de hombres que creían recibir amigos y conciudadanos victoriosos. Por eso la mayor parte fue degollada por los romanos junto a las puertas; los demás se entregaron y fueron vendidos.”

(Traducción del texto y comentarios tomados de la obra Plutarco, Vidas de Sertorio y Pompeyo. Edición de Rosa María Aguilar y Luciano Pérez Vilatela)

Otro buen ejemplo de operación de castigo realizada por el ejército romano sobre una comunidad indígena del periodo lo podemos encontrar en el poblado íbero excavado en el Cerro de la Cruz. Almedinilla, Córdoba.

Hasta aquí nos da cuenta la historia clásica cuando trata sobre el monte Giribaile, localizado éste en el término municipal jienense de Vilches. Los estudios arqueológicos comprendidos entre su asentamiento íbero y el periodo medieval aún no han proporcionado todos los resultados deseados. En este sentido, apenas queda constancia de una nueva ocupación durante la época imperial. Por tanto, y a partir de ahora, nos moveremos por las intranquilas y turbulentas aguas de las hipótesis y las conjeturas.

Cierto es que en época bajoimperial, coincidente con los primeros tiempos de la cristianización en Hispania, se inician algunos movimientos humanos a lo largo de todo el valle, de la misma forma que ocurrirá en cualquier otra zona rural del territorio. A los inicios del periodo visigodo, y de la mano de las corrientes orientales que llegaban a la Península, los desplazamientos eremíticos individualizados, tal vez espontáneos, fueron agudizándose paulatinamente. Se trataban de los denominados monachus o sujetos carismáticos, que tendieron a trasladarse hacia zonas alejadas de los principales centros políticos y gubernamentales del nuevo estado.

De tal forma, durante el siglo VI d.C., la proliferación de eremitas buscando su propia independencia aumentaría considerablemente. Ello propiciaría, rápidamente, la adopción continuada de discípulos y sus formaciones en lauras. En definitiva, se instalaron nuevos pobladores en los espacios rurales basándose en unos principios comunitarios y normas de convivencia propias, pero siempre subordinados a los vínculos religiosos y bajo cierta jerarquía.

Un ejemplo bastante ilustrativo lo tenemos en el oratorio de Valdecanales, al otro lado del Embalse del Giribaule. Era este un asentamiento por el cual, próximo a sus inmediaciones, atravesaba el viejo camino que llegaba hasta la antigua ciudad visigoda, después cristiana, de Toletum.

En esos tiempos la vega despoblada del viejo oppidum, por su parte, también invitaba al aislamiento y soledad del ser humano; hecho que favorecía la meditación de los nuevos pobladores y su encuentro espiritual. Tanto es así que un movimiento eremítico inicial se asentará a las faldas del monte Giribaile, el cual acabará constituyéndose, entre los siglos VIII – XI d.C. en un hábitat rupestre relacionado con una comunidad cristiana.

Muy posiblemente los primitivos eremíticos iniciarán el proceso de excavación sobre la piedra blanda de las paredes del cerro amesetado hasta constituir su primera iglesia rupestre; una nave de única planta  en la que practicaron su culto litúrgico, además de las estancias destinadas al retiro. Conforme fue creciendo la comunidad y su colonia de seguidores, las necesidades de estos pobladores iniciales irían en aumento. Así, con el uso de picos y retoques de cincel, se fueron construyendo otras tantas cavidades o cuevas hasta alcanzar los cuatros complejos, como mínimo, que han llegado a nuestros días.

Fueron estos habitáculos unas construcciones sencillas, de diseño curvado y todas ellas dispuestas a distintas alturas. A cada una de sus estancias les serían asignadas unas funciones específicas como fueron las celdas para el descanso, los espacios de tránsito, las destinadas a reuniones y asambleas, oratorios, etc. A la par se tallaron en la propia roca el mobiliario rústico necesario como fueron escalones, hornacinas, estantes, bancos corridos, ventanales y otros. El resultado final de toda esta adaptación fue que el edificio originario, construido por los primeros eremitas, quedará transformado en una iglesia monástica de planta basilical rodeada por estancias intermedias.

Viendo el poder que iban adquiriendo las comunidades eremíticas en las zonas rurales, la Iglesia cristiana se mostró con ella y sus principales personajes muy desconfiada. Pero, en los periodos de Reconquista, tal celo o reticencia se relajó considerablemente. En este caso, interesaba a los reinos cristianos que las tierras fueran repobladas por otros cristianos, aunque no se trataran de hijos legítimos de la misma Iglesia. De hecho, fueron unas épocas de intensas persecuciones hacia las comunidades cristianas mozárabe por parte del poder musulmán. En el caso de la comunidad de Giribaile se ha atestiguado la improvisación de ciertas defensas en su interior, con el objeto de permanecer aislados, tal y como se desprende de las huellas de cerramiento o empalizadas verticales, muescas de canceles y otros.

Pero una vez reconquistado el territorio, las comunidades eremíticas serán absorbidas por la Iglesia y las que no, abolidas hasta desaparecer. Desde un inicio, primero en el estado visigodo y posteriormente con los reinos cristianos, la Iglesia había condenado a los monachus y a sus seguidores que se escondían en los montes y se refugiaban en la palabra de Dios. Las alegaciones fueron de diversa índole: huida de las recaudaciones fiscales; condena de su no abstinencia sexual; falta de obediencia hacia las instancias superiores de la jerarquía eclesiástica; etc. Todo ello dará pie a que las iglesias rupestres consituidas por ermitaños acabara desapareciendo y el caso de la comunidad del monte Giribaile no fue una excepción.

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