Estói, Faro. Portugal
Se trataba de mi primer yacimiento en tierras lusas; por fin se cumplía ese deseo, tan añorado durante largo tiempo, de recorrer el territorio portugués a la caza de sus antiguas ruinas. Nada más cruzar el umbral de las instalaciones pude contemplar esa calzada, con sus grandes losas de piedra, que atraviesa, de parte a parte, los restos arqueológicos y separa la pars urbana del enorme edificio de culto. Supe entonces que no se trataba de una villa romana al uso. Conforme me adentraba por el recorrido marcado, decidí cerrar los ojos y dejarme llevar, imaginando cómo pudo ser la vida en este impresionante fundus que, con el transcurrir de los años, llegué a comprender mejor. Dejad que os lo explique.
El territurium de Ossonoba (actual Faro) se situaba junto al Atlántico, al sur de Hispania y a escasas dieciséis millas de la otra ciudad sureña del litoral lusitano conocida como Balsa (actual Torres de Aires). Beneficiada de un clima casi mediterráneo, ya desde el periodo prerromano este asentamiento costero funcionó a modo de corredor natural, aprovechando los viejos pasos entre los pueblos ubicados al oeste de la futura Baetica y la costa atlántica.
Ossonoba siempre supo valer la diversidad de sus condiciones naturales; en palabras de Estrabón (II 2.5) y Plinio (nat. IV, 116), se trató de “uno de los lugares más notables de la Lusitania”. Quiere decir esto que, con un suelo rico y muy productivo – aunque no tan intensamente explotado como en época romana -, los recursos marinos obtenidos desde los estuarios y diversas riberas (caso de Cerro da Vila) se constituyeron como base principal de su riqueza.
Como ya sabemos todos, la Lusitania quedará pacificada, momento a partir del cual Octavio Augusto llevará a cabo una nueva reorganización en territorio hispano. Las provincias del periodo republicano conocidas como Citerior y Ulterior pasarán a convertirse en Citerior Tarraconensis, Ulterior Lusitania y Ulterior Baetica, definiéndose administrativamente como provincias imperiales las dos primeras – bajo el control del propio Augusto y el acantonamiento de tropas en la zona – y la tercera de rango consular, gobernada por el senado gracias a su prematura pacificación.
Se presupone que la ciudad lusa de Ossonoba, al lindar en la zona sur con los pueblos de la cercana Baetica, tuvo que sufrir una rápida transición dentro del proceso romanizador. Prueba de ello es la intensa colonización que sufre la zona con la llegada de itálicos y gentes venidas de la provincia vecina con el deseo de explotar sus fértiles tierras.
Así fue como nació la que hoy conocemos como villa romana de Milreu, una de tantas granjas de patio abierto construidas hacia el norte del territorio de Ossonoba; en su caso, a unas seis millas de distancia. Tal vez fuera la presencia de un arroyo la que determinase su construcción. Sí es seguro que sus primeros fundadores la orientaron al cultivo de viñas y olivos, aunque, por el momento, sólo fuera destinado al autoconsumo. Sólo en periodos posteriores se enfocará la villa para la obtención de una producción excedentaria.
Se desconoce cuándo la ciudad portuaria de Ossonoba se convierte en municipium y capital de una civitas; tal vez este cambio se produjera en época Flavia. Es precisamente a partir de este periodo, mediados del siglo I d.C., cuando la granja fundacional de Milreu sufra una de sus más trascendentales reestructuraciones a lo largo de su vida. Evoluciona hacia el tipo de villa de peristilo y con balneum de época altoimperial, presentando una división clásica entre pars urbana pars y pars rustica. Se asientan, de este modo, los cimientos del vasto complejo rural que está por llegar.
Todo parece indicar que la granja cambiase de manos, según el nuevo rumbo que tomará su explotación. Se cree que el nuevo propietario formara parte de la clase aristocrática de la importante Ossonoba, que, como indicábamos, tan sólo se encontraba a unas seis millas de distancia con respecto a Milreu.
Convencido de las enormes posibilidades de sus terrenos fértiles, el nuevo dueño, si así fuese, decidirá adquirirla con objeto de obtener grandes beneficios y no como una simple villa de autoconsumo y recreo, como tantas otras que se habrían construido en las proximidades. Con su alto poder adquisitivo, buen conocedor también de la cultura provincial romana de la época, buscará edificar la “villa perfecta”, es decir, una finca ejemplar, bien planificada y orientada a la generación de producción.
Para lograr su objetivo, el propietario seguirá al pie de la letra las recomendaciones que Marco Porcio Catón plasmara en su obra “De agri cultura” (siglo II a.C.), escritos donde se explica y desarrolla la organización efectiva de la producción agraria. Este aristócrata lusitano tuvo que disponer, por tanto, de un amplio conocimiento sobre las recomendaciones de Catón, unas bases que quedarán perfectamente asentadas y reutilizadas a lo largo de las sucesivas fases de ocupación de la villa.
“Este sería el equipamiento necesario de una sala de prensado para un lagar de 5 piezas: cinco prensas bien instaladas, tres de recambio; cinco cabrestantes, uno de recambio; cinco correas; cinco cuerdas de polea; cinco cables; diez poleas; cinco cuerdas fabricadas en esparto para elevar; cinco soportes para descansar en ellos las vigas de prensa; tres toneles; cuarenta palancas; cuarenta pasadores; piezas de refuerzo de madera para apretar las maderas si se rajan; seis cuñas; cinco molinos de aceituna; diez ejes pequeños de molino; diez cubetas; diez palas de madera; cinco azadores de hierro.” (Marco Porcio Catón. De agri cultura, XIV).
De esta forma, las salas dedicadas a la explotación agrícola se organizaron con una almazara de cinco prensas y sótanos. Junto a las prensas, 5 torcularias para la producción de aceite. Además de ello, se construyó un segundo lagar dedicado a la elaboración de vino, con dos prensas, junto a sus torcularias y dolias respectivos, y un gran almacén.
Gracias a los beneficios reportados con las producciones excedentarias de aceite y vino, a inicios del siglo II d.C., época del emperador Adriano, el propietario de la villa decidió acometer una ampliación en la pars urbana al gusto de la época. Se decantó, entonces, por una zona residencial organizada alrededor de un peristilo, un comedor y un gran complejo termal.
Resulta obvio el poder económico de los propietarios de Milreu. Tengamos en cuenta que la villa tenía acceso a la red viaria que discurría de norte a sur por el interior del territorio lusitano y acababa conectando tanto con el mercado de Ossonoba, como con su puerto – en ese periodo constituido como gran almacén imperial – y, en consecuencia, con las rutas marítimas.
Estas evidencias económicas quedan atestiguadas con la construcción de un mausoleo familiar para incineraciones (otro ejemplo de mausoleo templiforme lo encontraremos en la cercana zona portuaria de Cerro da Vila), el hallazgo de una colección de bustos de mármol de alta calidad (Agrippina Minor, Adriano y completado posteriormente con un tercero de Galieno, que hasta hoy se conozcan) y la presencia de sirvientes de procedencia griega.
Para llevar a cabo este cambio fue necesario nivelar la pendiente natural donde se erigió el primer edificio, junto al cauce del arroyo, construyendo terrazas artificiales con las que fue posible levantar el nuevo complejo con espacios independientes para la producción excedentaria de vino y aceite, además de para su uso residencial. Era a través de un patio como se comunicaba la pars urbana con las instalaciones agrícolas.
“Si adjudicas a un precio la construcción de la villa, nueva desde sus cimientos, he aquí lo que debería hacer el constructor: todos los muros, como se fije, con mortero; los pilares de piedra angular; todas las piezas de madera necesarias; los umbrales; los pies derechos; los dinteles; los cabríos; los puntales; establos de invierno y verano para los bueyes; pesebres faliscos;” (Marco Porcio Catón. De agri cultura, XVII.1)
Durante los años que restaron hasta alcanzar la primera mitad del siglo IV d.C., las distintas estancias de la villa continuaron ampliándose y reestructurando, como también se hizo con la almazara y lagar dedicados a la producción de aceite y vino, respectivamente. Esto no hacía más que consolidar el poder de los propietarios e incrementar el rendimiento productivo de sus instalaciones, siempre siguiendo las recomendaciones del viejo Catón en su obra De agri cultura. Por tanto, no ha de extrañar que la villa hubiese conectado con las estructuras de distribución imperiales establecidas en la vecina Baetica.
“… una caballeriza; alcobas para los esclavos; tres bastidores provistos de ganchos a modo de despensa para la carne; una mesa redonda; dos calderos de bronce; diez pocilgas; un fogón; una puerta grande y una segunda a voluntad del propietario; ventanas; rejas para las ventanas grandes; diez ventanas de dos pies; seis claraboyas; tres escaños; cinco sillas; dos telares con yugo; seis tragaluces; un pequeño mortero para moler trigo; uno de batanero; revestimiento de puerta; dos lagares.” (Marco Porcio Catón. De agri cultura, XVII.2).
Las dependencias de los trabajadores fue otra muestra de continuidad y relevancia en la producción agrícola alcanzada por Milreu a lo largo de todo el siglo III d.C. Sus trabajadores, antes instalados en pequeñas granjas coloniales de los alrededores, ahora residían en las inmediaciones del fundus.
Así, sus dimensiones y tamaño no cesaron de crecer cada vez más, ampliándose continuamente la pars urbana y los almacenes. Mientras todo el imperio se sumergía en una profunda crisis, el propietario de la villa no cesaba de alardear y dar muestras de excentricidades propias de las riquezas que acumulaba. Y no era para menos, sus instalaciones se habían convertido en una de las más productivas de toda la Lusitania.
“Para un lagar en uso se necesita lo siguiente: una orza; un caldero de bronce con capacidad de cinco cuadrantes; tres ganchos de hierro; un plato circular de bronce; una criba; un plato de criba; un hacha; un escaño; un pequeño barril de vino; una llave para la habitación del lagar; una cama hecha (con sus correspondientes ropas) para que pueda acostarse en ella dos vigilantes libres – el tercer esclavo que se acueste con los obreros del molino – cestillas nuevas; viejas; una cuerda de cama; una almohada; un cuero; dos pequeños zarzos; un bastidor con ganchos; una escalera.”. (Marco Porcio Catón. De agri cultura, XV)
Se pavimentaron los suelos de la zona residencial con motivos geométricos y marinos, además de placas de mármol, llegando a cubrir, en ocasiones, la superficie total de la estancia privada. Las paredes se enlucieron con pinturas al fresco y se engalanaron los espacios comunes con jardines, columnas, fuentes y ninfeos, siempre acompañados con bellas esculturas. La entrada principal se monumentaliza y se decide acometer una profunda reforma en las zonas termales, aprovechando la ocasión para embellecer los distintos baños con mosaicos de la vida marina. A finales del siglo III d.C., el área residencial de la villa de Milreu quedaba organizado en torno a un gran patio central, cuyas columnas rodeaban una zona abierta con jardín y piscina. En Hispania contamos con otro buen ejemplo: la villa romana de Carranque en Toledo.
Así llegamos a mediados del siglo IV d.C., momento en el que tiene lugar el último cambio evolutivo de la villa; situémonos en su contexto. Año 325 d.C., se celebra el Concilio de Nicea, sínodo de los obispos cristianos. El Imperio romano abrazará la nueva fe y, a partir de esas fechas, definirá al cristianismo como religión oficial.
¿Cómo creéis que responderá el nuevo propietario de Milreu ante los profundos cambios que se viven dentro del Imperio? Orgulloso de su origen patricio y aristocrático, perfectamente consciente de los beneficios que le ha reportado a su familia el estilo de vida romano, en torno al año 350, decide construir al otro lado de la vía un templo dedicado a las deidades marinas. Si los antiguos dioses y creencias romanas son ahora tildados de paganos y perseguidos, el dueño de Milreu, bajo el poder que cree ostentar, desafía las nuevas normas erigiendo un ostentoso edificio cultual de cubierta abovedada y decorado en su totalidad con columnas, placas de mármol y bellos mosaicos de divinidades acuáticas evocando escenas mitológicas.(De alguna forma este edificio nos trae a la memoria la villa-mausoleo de Centcelles en Tarragona)
Este templo estaría pensado para sus invitados, para que pasearan por sus exteriores y accedieran a la cella donde experimentarían nuevas sensaciones al proyectarse la luz, en el interior, sobre las escenas mitológicas recreadas con los bellos mosaicos. Se trataba, pues, de una excentricidad más del propietario de la villa, nuevamente poniendo de manifiesto su estatus social ante el resto de ciudadanos. Es muy probable que el edificio también sirviera para ofrecer a estos invitados suculentas comidas y un buen vino de producción propia.
Pero todo lo que comienza, también tiene su final. A partir del siglo VI d.C. el templo será transformado en basílica paleocristiana; un baptisterio en el interior y una necrópolis a sus alrededores han dejado buena prueba de ello. En periodo visigodo, la villa entrará en una decadencia irremediable, aunque las producciones agrícolas siguen funcionando a niveles de autoconsumo como en su origen. La zona residencial se subdividirá en diferentes espacios residenciales, orientados todos hacia el edificio de culto cristiano. Se aprecia una notable degradación de todo el complejo.
Con la llegada de los musulmanes al poder, una familia de muladíes, cristianos convertidos al islam, se establecerá en la villa para seguir explotándola. Al frente un tal Hammu, quien desconoce que está haciendo uso de las recomendaciones de Marco Porcio Catón puestos en práctica por los anteriores propietarios hispanorromanos. La ocupación se interrumpirá al inicio del siglo X, cuando un fuerte terremoto obligue a abandonar las viejas instalaciones de aceite y vino.
«Para este fin, el propietario proporcionará la madera de construcción, los materiales necesarios y facilitará para el trabajo una sierra, un cordel para fijar una línea de corte, donde el adjudicatario de la obra se limitará a cortar por debajo los troncos de árboles, a labrarlos, serrarlos y dar forma; piedras, cal, arena, agua, paja y tierra pa fabricar la argamasa. Si cayera un rayo sobre la casa de la granja, acúese sobre este asunto deacuerdo con el arbitraje de un hombre de bien y no acudir a los adivinos o arúspices. Para este trabajo, el precio que ha de pagar un buen propietario, dispuesto a proporcionar correctamente lo necesario y a pagar de buena fe, la suma de dinero es de dos sestercios por teja.» (Marco Porcio Catón. De agri cultura, XVII.3).
Se ha realizado un cálculo estimado de lo que pudo ocupar la villa en su época más floreciente. Para la funcionalidad de la almazara con las cinco presas sería necesario un olivar de, al menos, 60ha. A ello habría que sumarle 25ha para el cultivo vinícola necesario para las producciones de excedentes y exportación de su lagar. Aparte, el doble o, incluso, el triple de terrenos dedicados a bosques, dehesa y prado. En definitiva, hablaríamos de 300 o 400ha cúbicas, por lo que, como mucho, la superficie total del complejo sólo dejaría espacio para otra villa agraria entre Milreu y Ossonoba.
Javier Nero.
Bibliografía:
- La producción de aceite y vino en la villa romana Milreu (Estói): El éxito del modelo catoniano en la Lusitania (Felix Teichner)
- El territorium de Ossonoba (Lusitania): economía agrícola y economía «marítima» (Felix Teichner)
- A arquitectura e os mosaicos do «edifício de culto» ou «aula» da villa romana de Milreu (Theodor Hauschild)
- La pars urbana tardorromana de la villa de Milreu (Estói, Portugal): nuevos descubrimientos y antiguos documentos (Felix Teichner)
- Marco Porcio Catón. Estudio preliminar, traducción y notas (Amelia Castresana)
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