Villanueva de las Torres, Granada

El astro rey, divinidad celestial de los antiguos pobladores, empezaba a esconderse tras las montañas que sumergen estas tierras cuando la columna expedicionaria se internó en la espesura de los bosques que protegían al posible nuevo asentamiento.

Era este un lugar desconocido, a la vez que peligroso. Siempre había sido considerado por la comunidad como un territorio prohibido, hostil, al que debían de evitar de todas las maneras.

Se enclavaba entre varios valles, justo a las inmediaciones de dos amplios ríos, permaneciendo cubierto el nuevo asentamiento por una abundante vegetación. Pero lo más sorprendente de estos inhóspitos parajes era que la naturaleza parecía crecer sobre un entorno agreste y árido. Era como si la nueva vida mantuviese una lucha continua contra la tierra muerta de la que nacía.

Ahora bien, conforme se adentraban en el oscuro bosque, lo que realmente amedrentaba a este grupo humano era comprobar cómo de las aguas de sus manantiales emanaban calor y vapores mientras que de las montañas sobresalían aguijones helados de las paredes. Debía ser, por tanto, un lugar maldito; un territorio dominado por algún ente maligno que habitaba en sus profundidades.

Desgraciadamente, a estas tierras aisladas de toda presencia humana se habían visto obligados a regresar después del último enfrentamiento. Lo hacían exhaustos del duro viaje y la larga marcha, aterrorizados por el suelo que pisaban. La columna intentaba mantenerse lo más unida posible, avanzando los guerreros por delante y en alerta de cualquier amenaza que pudiera surgir de entre la cerrada vegetación.

El resto de integrantes, los menos acostumbrados a los duros desplazamientos, marchaba a regazo como su cuerpo les permitía. A excepción del joven pastor, estos miembros de la partida habían viajado padeciendo los dolores provocados por las heridas y golpes de la anterior disputa. Las rústicas lanzas que les fueron entregadas en un principio por los cazadores hacían, en su caso, las funciones de bastón de apoyo y no de armas arrojadizas.

Por otro lado, el frío de la tarde se hacia insoportable, bien distinto a la calidez del valle donde se asentaba su poblado. Pero debían de estar cerca o, al menos, así lo percibieron los guerreros cuando toparon con un enorme manantial cubierto por la densa niebla que se levantaba.

No os detengáis – ordenó uno de los cazadores más experimentados al resto de guerreros. – Debemos encontrarnos justo por encima de la morada del Maligno que protege este lugar. Observad las lenguas de humo que por aquí emanan. Tampoco hagáis ruido. Pero lo más importante, por mucha sed que padezcáis, no bebáis de sus aguas.

El joven pastor, que se encontraba casi al final de la columna, asintió a los consejos y órdenes del veterano guerrero. Entonces, echó la vista atrás para comprobar si el resto de acompañantes también habían escuchado sus advertencias cuando se percató que uno de ellos, el que menos había resistido la dureza del viaje, se desplomaba y caía sin sentido a las aguas del manantial.

Bajo un grito de horror, su primera reacción fue la de romper a correr en auxilio del desfallecido, pero unos brazos robustos consiguieron impedírselo. – No podemos hacer nada por él. -, añadió el guerrero. – Su espíritu ya pertenece al que habita en este lugar. Debemos continuar la marcha.

Todos los pastores quedaron atónitos contemplando el lugar donde había desaparecido su compañero, esfumándose su cuerpo al instante. Resignados al destino que les deparaba en estas tierras, continuaron su camino tras los guerreros. Sólo el joven pastor, quieto e impasible, se negaba a aceptar esta realidad. Siempre había pensado que el final de sus días no llegaría de una forma tan espantosa. Todo lo contrario, mantenía la esperanza que su espíritu viajaría junto a sus dioses y no a la oscuridad de un abismo.

Se alejaba la columna de hombres por la orilla cuando una serie de burbujas empezaron a brotar de las aguas del manantial. Este hecho hizo sacar al joven de sus pensamientos que, temeroso por lo que estaba presenciando, empezó a dar pequeños pasos atrás hasta tropezar y caer al suelo.

Y de repente, como si alguien hubiese sido desterrado de algún lugar desconocido, el pastor, que instantes previos había caído a las aguas, asomaba la cabeza dando una gran bocanada de aire; buscaba, de forma desesperada, el elemento vital para continuar viviendo.

El enorme ruido rompió el silecio de la tarde, deteniendo, de inmediato, al resto del grupo.

Con una niebla tan espesa apenas se podía distinguir lo que allí estaba sucediendo, sólo se intuía que una nueva amenaza emergía de esas aguas malditas y que, por lo tanto, debían de enfrentarse a ella antes de proseguir. Los guerreros rápidamente cargaron con sus armas y corriendo para proteger al joven pastor.

Pero al llegar justo donde éste había permanecido en todo momento, comprobaron como los dos pastores se abrazaban, riéndose a carcajadas. Y lo que aún era más sorprendente, aquel que hacía unos instantes habían considerado como muerto, parecía no presentar ningún signo de dolencia ni malestar. ¿Sería obra del chamán?, pensaron algunos. ¿Estaría manteniendo una dura pugna con los seres malignos y los estaba protegiendo desde la distancia? Todo apuntaba a que los dioses, nuevamente, volvían a serles favorables.

Repuestos del susto, el grupo decidió continuar manteniendo la formación bien cerrada; desconocían que otros peligros les depararía el bosque.

No habían hecho más que avanzar una corta distancia cuando los cazadores que iban por delante informaron al resto de la presencia de una obra junto a las aguas. No parecía que hubiese sido realizada por ningún tipo de dios; su talla directa sobre la roca hacía creer que fuera construida por hombres. Se trataba de una especie de canalización que permitía recoger agua directamente del manantial y alejarla hacia el interior, aunque aún no estaba claro a dónde.

Se decidió entonces que, antes de continuar el camino, alguien debía seguir las huellas de esta construcción para comprobar su destino; mientras, el resto permanecería a la espera. Lo único que tenían claro era que se alejaba del manantial donde ellos se encontraban.

Tres fueron los guerreros que se prestaron como voluntarios para este cometido, además del joven pastor quien pidió acompañarlos. Armados con lanzas y hachas, se adentraron nuevamente por la maleza tomando como única referencia este canal labrado en la piedra.

Pronto se percataron que conforme más se alejaban del grupo, mayor era el ruido que parecía proceder al otro lado de la masa forestal. Sigilosamente continuaron avanzando.

Por fin alcanzaron los límites de la vegetación, un espacio donde el ruido que se generaba al otro lado era bien audible. Con determinación y mucha cautela, los cuatro miembros de la comunidad decidieron asomar sus cabezas entre la arbolada para conocer qué era lo que allí estaba sucediendo.

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