Ruta Hoyas del Conquín Alto. Gorafe, Granada

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Transcurrió poco tiempo para que el pequeño notara como su cuerpo había entrado en calor, o por lo menos no sintiera la tiritera con la que se vio obligado a sentarse junto al fuego. Decidió, por tanto, que ya era el momento de regresar a su cabaña y afrontar, de una vez por todas, el fatal desenlace de la cerámica quebrada en la orilla del río. No sabía cómo, pero en esos instantes se encontraba con las fuerzas suficientes. ¿Sería el amuleto, entregado a modo de presente, que empezaba a surtir efecto?, pensó.

En esta ocasión no hubo intercambios de palabras, ni gesto alguno, que indicara cierta comunicación entre los dos individuos. Por un lado, el niño, sencillamente, se levantó y se marchó corriendo. Por otro, el fabricante de herramientas continuó concentrado en su trabajo rutinario de pulimentado sin prestar mayor atención. Eso sí, en la cara del adulto se podía intuir cierta leve sonrisa.

El joven se encaminó ladera arriba, hacia el lugar donde quedaba establecido su asentamiento. En el corto tramo de camino recorrido observó cómo algunos miembros de la comunidad se dirigían, a pasos acelerados, hacia una de las mesetas de este valle escarpado. En un principio no le había dado demasiada importancia, pero, poco a poco, se iban congregando cada vez más habitantes en ese lugar. Al final la curiosidad pudo con él e hizo que el pequeño también tomara la misma senda y se acercara al improvisado punto de reunión.

Intentando no ser advertido, se aproximó todo lo que pudo al grupo de habitantes que discutían de forma airada. Era consciente que cuando se trataban cuestiones referentes a los cazadores, al resto de individuos no se le permitía su presencia. Pero esta no era una reunión normal. Con mucha precaución y sigilo, fue cruzando a través de las oquedades rocosas hasta acercarse a una distancia prudencial, suficiente para escuchar lo que allí se decía.

La reunión que tenía lugar en esta parte del valle había surgido de manera improvisada. En ella se estaba discutiendo la necesidad de mejorar, de algún modo, la defensa del poblado. Sin lugar a dudas, el enfrentamiento entre estos hombres tendría mucho que ver con las incursiones sufridas en las últimas fechas que parecían ser reiteradas.

Una de las cuestiones que planteaban algunos de estos asistentes era la imperiosa obligación de agrupar las cabañas del poblado en el mismo espacio. Afirmaban que, ante todo, debían de evitar su diseminado a lo largo del valle, tal y como ahora se encontraban. De seguir así, sería imposible auxiliar a los habitantes esparcidos por distintos lugares del bosque en caso de un ataque.

El niño escuchaba entre los huecos de las rocas sin perder atención. Pensaba que, aún teniendo sentido lo que afirmaba este cazador, la idea rompía por completo la costumbre de la comunidad por establecer su cabaña en el espacio en el que sus habitantes considerasen el más ideo. Según sus palabras, ahora todas ellas quedarían ubicadas en la misma zona. Pero entonces, ¿cómo pretendían distribuirlas en un único lugar? Eso era completamente imposible, no habría terreno suficiente para todos los miembros de la comunidad. Además, tampoco podrían moverse cómodamente entre las viviendas o acceder a su interior.

Pero lo que realmente mantenía encendida la discusión, y parece ser el motivo por el que se habían reunido en este lugar, era la urgente necesidad de levantar unas defensas en esta zona donde los mismos dioses no lo habían previsto. Aún sin saber cómo, afirmaban que era imprescindible construir unas paredes montañosas que permitieran proteger a los habitantes dentro del recinto.

La gente se exaltaba cada vez más, se las veía enojada realizando aspavientos con sus brazos en gesto de desaprobación. Increpaban, bajo gritos y abucheos, la imposibilidad de esta obra y la intención de guarecerlos a todos como si de meros rebaños de animales se tratara. Allí se estaba planteando la pérdida de libertad absoluta a la hora de establecer su vivienda en las mismas tierras en la que habían habitado sus antepasados.

Además, reprochaban a estos hombres el quererse comparar a los dioses y contravenir, con sus absurdas ideas, la voluntad de los eternos. Uno de los asistentes que más parecía estar en contra de estas iniciativas comentó que solo el hecho de tratar estas posibilidades causaría gran malestar y perjuicio a las divinidades, por lo que acabarían tomando represalias sobre el poblado entero por culpa de ellos.

La tensión aumentaba por momentos en un intercambio constate de gritos, puños en altos y señales de amenazas entre unos y otros. Los hombres que estaban a favor de levantar tales muros y proteger a la población insistían en su idea y en la necesidad de llevarla a cabo. Continuaban alegando que desde esta misma zona del valle conseguirían controlar sin problemas las posibles entradas de otras tribus y las murallas servirían, por tanto, para defender a la población en el caso de una agresión.

Aunque sus propuestas no quedaban ahí. También habían previsto construir alguna especie de reducto al otro lado del rio desde donde algunos hombres podrían vigilar y controlar toda la zona del valle que no fuera visible desde el pretendido asentamiento amurallado.

Estaba claro y así lo intuyó rápidamente el pequeño que permanecía escondido y expectante a todo lo que allí debatían. Este grupo de hombres había estado reunido la noche anterior, justo después de dar sepultura al joven guerrero y rendir su ceremonia, para tratar la manera de mejorar las defensas del poblado. Habían decidido que a la mañana siguiente intentarían convencer al resto de guerreros, aquellos con sentimientos más tradicionales, antes de acudir con sus propuestas a los ancianos. Pero al final la conversación se había tornado en una exaltada discusión con evidentes tintes de enfrentamiento entre los dos grupos y el resto de habitantes que se habían acercado al lugar.

Miembros del grupo de cazadores que estaban en contra de estas ideas pidieron acudir a los patriarcas para que ellos tuviesen conocimiento de lo que allí se estaba planteando. Lo harían no sólo en busca de consejo, sino para pedir el castigo oportuno a estos hombres por sus actitudes deshonestas hacia toda la comunidad indígena.

Viendo el niño que la intención de estos hombres era la de trasladar la discusión a la zona de las cabañas donde residían los ancianos, con el mismo sigilo que había utilizado al llegar, se marchó. Y lo hizo corriendo ladera arriba por el camino que conducía hacia su vivienda y por el que se llegaba a las viviendas de los patriarcas.

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