Domus romana. Hotel Hospes Palacio del Bailío, Córdoba

Era sábado y tenía preparada una ruta para algunos de los puntos de interés de Córdoba ciudad. Siendo este el día de la semana elegido, también era perfecto conocedor que muchos de sus lugares se encontrarían cerrados al público.

En la agenda tenía bien marcado, digamos que en mayúsculas, uno de ellos en concreto. Pero dudaba de las posibilidades de poderlo visitar en tal día. Eso sí, nada perdía por probar. Así, después de recorrer el centro histórico y con mochila al hombro, me dispuse a marchar hacia el Hotel Hospes Palacio del Bailío. Había leído que tras su construcción aparecieron los restos de una domus romana y los clientes que en él se hospedan, tienen la posibilidad de contemplarlos.

Cuando llegué a sus puertas, rondarían las doce de la mañana, percibí bastante ajetreo por parte de sus trabajadores. Parece como si estuviesen preparando los salones para alguna celebración, aunque clientes no se veían aún. Tal vez fuese demasiado temprano.

Con mucha educación, me dirigí a la recepción para preguntar por las posibilidades de ver el yacimiento. Hasta esos momentos no me había percatado de las pintas que llevaba que, aun siendo cómodas para patear la ciudad, no eran para nada las más apropiadas. Os lo describo: botas de campo, pantalón militar, camiseta corta color negro y mi inconfundible mochila al hombro. Lo aseguro, en esos momentos pensé que menuda cagada el ir hasta el hotel con esas guisas.

El personal de recepción me atendió con mucha amabilidad (estaría pensando mientras me hablaban que menudo tipo se ha colado en sus instalaciones) Después de hacerle la consulta, me contestó, como era lógico, que los restos de la casa romana sólo eran visitables para los clientes en pases, creo recordar, de martes. Por mi lado, debía de intentarlo.

Fui a darle las gracias (pensaba en el ridículo que estaba haciendo) cuando al despedirme, y esto es verdad, le comenté que era una verdadera pena no poderlo contemplar. La próxima vez vendría desde Málaga nuevamente, pero para hospedarme como uno de sus clientes.

Y entonces ella me preguntó si era verdad que había venido desde Málaga sólo para ver las ruinas de su hotel.

Hombre, lo cierto es que había ido a Córdoba para ver algunas cosillas en su conjunto, pero sí que era verdad que una de las más interesantes para mí era su domus. Así se lo trasladé.

A la mujer le cambió de repente la cara y en un acto de… no sabría describirlo, me confesó que aún era demasiado temprano y que no podrían desprenderse de ningún trabajador para que me lo enseñara personalmente. Si me esperaba sobre las trece horas, a ver lo que podían hacer.

Se había abierto, por tanto, una esperanza. Se lo agradecí enormemente y me fui a hacer tiempo, no sin antes aclararle que no era periodista, ni escritor, ni nada por el estilo. Vaya a ser que se hicieran una idea errónea de mí. Para ello, aproveché la cercanía que me brindaba el lugar y me fui a fotografiar las Columnas Romanas que se encuentran en la Plaza de las Doblas. Después me iría a tomar un par de cañas y a esperar.

Tomado el objetivo de las Columnas, busqué una cafetería cerca. No vi nada o por lo menos no encontré nada. El único sitio donde sabía que me pondrían una cerveza bien fría era en el Hotel. Al fin y al cabo, si no era cliente suyo, por lo menos consumiría y haría gasto. De esta forma y con las mismas pintas, volvía a acceder a él.

A mi llegada, parece ser que la noticia había corrido entre los empleados. Imagino que estaban pensando todos en lo loco que estaba. El camarero, cuando me servía la cerveza, me identificó rápidamente y sin formularle pregunta alguna, me empezó a hablar de los restos romanos y de lo orgullosos que estaban allí.

Tal y como me habían dicho, sobre las trece horas me acercaría a ver las posibilidades reales de poder realizar mi visita. Estuve sentado en uno de los sillones del Hall esperando durante, al menos, veinte minutos. Os lo aseguro, de allí no me moví. Mientras, empezaba a llegar gente, todos bien trajeados para alguna ocasión especial: mujeres con imponente vestidos, hombres muy bien presentados, niños que parecían pequeños novios, etc. ¿Dónde me había metido?

A un paso ligero, una joven se me acercó y me preguntó si yo era el de Málaga que estaba interesado en ver las ruinas de la domus, a lo que le contesté que sí. Y entonces ella me pidió que la siguiera. De esta forma tan sencilla me hizo pasar por una serie de pasillos, dentro del hotel, para evitar cruzar por algunos de sus patios o jardines donde se encontraba la comitiva que iba llegando. Quise preguntarle, al respecto, a qué se debía tal reunión y ella me contestó que se trataban de los invitados a un bautizo. Por eso mismo, estábamos evitándolos.

Una vez cruzado el pasillo donde se haya la sauna, allí estaba, en todo su esplendor. Y lo mejor de todo, la empleada empezó a contarme la historia del hallazgo y de la importancia de estos restos. Sólo para mí, sin nadie más y sin ser cliente. Por supuesto que podía echar todas las fotos que quisiera y que no me preocupara por el tiempo, que yo fuera tranquilo. No me lo podía creer, de verdad. Estas cosas no suelen pasar, pensaba.

Pero tampoco quise abusar de su amabilidad, así que fui todo lo rápido que pude y le agradecí enormemente la amabilidad prestada por todo el equipo del Hotel. A lo que ella me contestó que es lo menos que podían hacer por alguien que se interesaba por sus instalaciones y había venido desde otra provincia para visitarlas. Que ojalá pudieran hacer esto más a menudo, pero por falta de tiempo no podían.

Cuando salimos de la habitación donde se encuentran los restos de la domus, comprobé que el recorrido tomado era distinto al de la ida. Tal vez ella ni se acordara, pero de buenas a primeras me vi inmerso entre todos los invitados del bautizo bien trajeados. Yo seguía con las mismas pintas, pero con una sonrisa de oreja a oreja que no se me borraba de la cara. Lo único que se me ocurría decir era “Buenas tardes” a todo aquel con el que me cruzaba.

A la puerta me paró el trabajador encargado de recibir a los clientes en sus vehículos y llevarles las maletas al interior. Me preguntó que si me habían gustado, a lo que no pude decirle otra cosa que la verdad. Me habían encantado, pero volvería otra vez como cliente, bien vestido, para agradecerles tanta amabilidad.

Así que, desde entonces, tengo una deuda pendiente con este Hotel y sus trabajadores. Volveré a ir, eso que no quepa duda, pero como cliente. Y a disfrutar de sus bellas instalaciones que, por lo visto, son impresionantes, una maravilla.

Muchísimas gracias desde Málaga a Hotel Hospes Palacio del Bailío y a todos los empleados que trabajan en él. Tengo una deuda contraída con vosotros y la voy a cumplir.

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