En esta ocasión marchamos hacia la Colina Capitolina, zona de impresionantes museos. Lo hacemos recorriendo las faldas del monte Palatino flanqueado aún por los terrenos donde, en la Antigua Roma, se asentaba el Circo Massimo. Hemos alcanzado las proximidades del río Tíber, lo que sería parte del Campus Martius. Pero… ¿por qué tanta prisa? ¿Qué tal si hacemos una pequeña parada en este lugar y nos deleitamos un poco con el Teatro Marcelo?
Viajamos a Roma. Muchos completaremos un gran sueño arrastrado desde hace años, puede que décadas. Otros, los afortunados, repetirán experiencia por segunda, tercera e, incluso, cuarta vez sino más. Los habrá que sólo pernocten un par de noches; los más pudientes o previsores permanecerán en la ciudad más de una semana. Pero a todos nos unirá la misma idea, las mismas intenciones: disfrutar en todo lo posible del patrimonio que atesora la ‘Ciudad Eterna’ en cada uno de sus rincones. Por este motivo, a nuestro regreso a casa, siempre nos quedará la misma sensación: ¡nos ha faltado tiempo!
Como zombi errante deambularemos, de un lado a otro, hacia el siguiente destino marcado en rojo en nuestro mapa. “Este no me lo puedo saltar” – pensaremos. Cada uno de nosotros, casi a la carrera, intentará completar su itinerario personal dejándose atrás, por desconocimiento o prioridades, retales del pasado vivo de la Antigua Roma. Tal vez algunos curiosos o visionarios se detengan a echar un par de fotos sobre algo que le ha llamado la atención para, a continuación, continuar con su recorrido propuesto. Pero ahora presta atención, puede que esta información te interese.
Si os agenciasteis una guía antes de viajar, cuando se menciona el Teatro de Marcelo, tal vez encontréis alguna referencia del tipo: “El teatro de Marcelo está situado sobre la vía que lleva su nombre. Su construcción se debe a Julio César, pero fue acabado en tiempos de Augusto…”. Este parece ser un buen punto de partida para comenzar.
Como bien indica esta mención, la idea de construir un teatro en las proximidades del templo de Apolo, en honor al cual se celebraban los espectáculos teatrales, fue impulsada por Julio César hacia el año 46 a.C. Parece que esta decisión fue tomada por el dictador con objeto de rivalizar con el Theatrum Pompeii, el construido por Pompeyo en la misma ciudad de Roma unos diez años antes (erigido en mármol, fue uno de los primeros edificios permanentes de la ciudad que se mantendrá en uso hasta el siglo V d.C.) Esta teoría carecería de sentido si, como bien piensan algunos autores, el teatro ordenado construir por César hubiese sido del tipo provisional, es decir, levantado en madera como hasta esa fecha se había procedido.
Cuando se decide construir el Teatro Marcelo, se destruye parte del lado curvo del Circo Flaminio, erigido sobre el año 221 a.C., y el Tempio della Pietà (Templo de la Piedad), lo que ocasionó a César no pocas críticas. Según las últimas investigaciones al respecto, el templo de la Piedad se localizaba en la zona situada entre el Circo Flaminio y el Forum Holitorium (plaza o mercado comercial de Roma donde se vendían verduras, hierbas y aceites). Tras ser destruido por las obras del teatro en el año 44 a.C., y entendiendo las críticas suscitadas, durante época imperial este santuario se reconstruirá nuevamente en las cercanías.
Aunque ya todos lo habréis imaginado, Julio César no verá completado su proyecto. Muerto el Dictador, el edificio para espectáculos de artes escénicas (Ludis Scaenici) fue concluido por el emperador Augusto sobre el año 13 a.C. y formalmente inaugurado al año siguiente. Con este pequeño dato podemos sacar una primera conclusión: el Teatro Marcelo fue construido 63 años antes que ese otro impresionante edificio con el que todos hemos soñado visitar. El Coliseo. Estamos, pues, ante un edificio anterior al anfiteatro.
Quiso Augusto dedicar el edificio a su querido sobrino Marco Claudio Marcelo, quien, desde los primeros instantes de postular su linaje, había pensado en él como digno sucesor. Hijo de su hermana Octavia, el prínceps le había entregado la mano de su propia hija, por lo que dicho matrimonio cerraba los lazos familiares acogiéndolo además como yerno. La sucesión al trono, a su forma de entender el destino de la capital del Imperio, parecía quedar garantizada.
Pero Marcelo murió en el año 23 a.C., diez años antes de concluir la obra, cuando sólo contaba con 19 años de edad. Se sospecha que tras su muerte estuviera la mano de Livia Drusila, tercera esposa del emperador, quien ambicionaba la sucesión de su marido. A raíz de esta trágica muerte, todos los planes se truncaron para Augusto; lo que ocurriría en años venideros no sería otra cosa que recorrer un largo camino hasta encontrar un heredero con garantías que le pudiera suceder tras su muerte o, por lo menos, esa fue su intención.
Como este artículo trata de un teatro y, por ende, de representaciones teatrales, no podíamos desaprovechar la ocasión para hacer referencia a la Eneida, cuando el viejo Anquises presenta a su hijo Eneas en los infiernos como aquel joven efímero, portador de tantas esperanzas frustradas:
“[…] ¡Ay, triste niño. Si el cerco rompes de tus negros hados, tú Marcelo serás…”.
No quiero parecer cruel con la cita, pero se cuenta que al oír estos versos que cantaban a su hijo muerto, la desdichada Octavia acababa perdiendo el conocimiento. La buena y respetuosa hermana de Augusto, madre de Marcelo, ordenará construir en el año 27 a.C. un pórtico, cuyos restos aún pueden contemplarse junto al teatro.
Al igual que el Senado concediera a Julio César una sella de oro (silla curul) en el año 44 a.C., destinada a suplir su ausencia en el teatro, por orden del Princeps fue colocada otra en honor a su sobrino y yerno fallecido. Con esta solemnidad, alrededor del año 17 a.C., cuando las obras aún no habían concluido, el emperador quiso celebrar en este edificio los famosos ludi Saecularis, lo juegos seculares que tenían lugar cada 100 años y que servían para establecer el comienzo de una nueva era. En esta ocasión fueron cantados por el poeta Horacio en su célebre Carmen saeculare (Himno secular):
“Vivificante sol, que en tu espléndido carro nos brindas el día y nos lo guardas, que naces diferente siendo el mismo, ojalá nunca puedas mirar nada mayor que la ciudad de Roma […]”. Horacio. Carmen Saeculare, vv 1-12.
Casualmente, Gaius Sosius, antiguo senador y comandante en la Guerra de Judea del año 34 a.C., siendo uno de los “XV viri sacris faciundis” de los Juegos Seculares, reconstruyó el antiguo templo dedicado a Apolo Médico (siglo V a.C.), cuyos restos tuvieron que ser desplazados de su ubicación original para hacer sitio al Teatro Marcelo. Aunque la decisión para la reconstrucción tuviera lugar en el año 34 a.C. a instancias de Octavio, se cree que las nuevas obras en el Templo Apollinis Sosiani, que también podemos admirar en las inmediaciones del teatro, comenzaran en el mismo año 17 a.C., momento en el cual se celebraron los Ludi Saecularis y se adelantó el estreno del edificio teatral.
Además, este templo conocido como Apollinis Sosiani también estuvo dedicado a Diana, cuyo edificio cultual fue demolido para la construcción del Teatro Marcelo.
Ese día quedaría enmarcado para la posteridad con una anécdota acontecida al emperador Augusto. En el transcurso de la obra, de repente, la silla de oro donde se sentaba el emperador se rompió, precipitándolo al suelo de manera irremediable. Entonces se produjo un enorme silencio en el interior de las instalaciones, paralizando incluso a los actores en escena. Ante la preocupante situación, consciente de la consternación del pueblo romano, con suma naturalidad Augusto se reincorporó sonriendo y realizando un simple gesto con su mano, solicitó que la obra continuara. Ante cualquier despropósito, el espectáculo debía continuar.
El Teatro Marcelo acabará formando parte del conjunto monumental y propagandístico llevado a cabo por Augusto, al igual que sucediera con su zona sacra en el Campus Martius (Ara Pacis, mausoleo y Holorogium Augusti). Estos terrenos quedaron limitados al sur por el Capitolio, al este por el monte Pincio y el resto de la superficie rodeada por el río Tíber que definía en su recorrido un extenso meandro.
El Campo de Marte había servido como lugar de descanso o distracción militar cuando el ejército, al regreso de cualquier campaña, aguardaba extramuros a que sus generales pudieran celebrar el triunfo. Pero, gracias al interés suscitado por Augusto sobre estas tierras al otro lado de las antiguas murallas, los terrenos se revalorizarán, adquiriendo un mayor peso en el urbanismo de Roma. A partir de entonces, el Campus Martius fue propicio para las grandes obras monumentales. Por ejemplo, tenemos el caso de Titus Statilius Taurus, uno de los generales más cercanos al prínceps, quien tras regresar de las guerras cántabras en el año 29 a.C., patrocinó la construcción del anfiteatro Estatilio Tauro en el Campo de Marte. O el panteón originario ordenado construir en el año 27 a.C. por el general Marco Vipsanio Agripa, íntimo amigo de Octaviano. E, incluso, las termas patrocinadas por este mismo (termas de Agripa), cuyo canal cruzaba el Campo de Marte para desaguar en el río Tíber.
Con respecto al edificio teatral, este se convertirá en el lugar idóneo desde donde el emperador tome contacto directo con el pueblo y, por su parte, la ciudadanía cuestione o apruebe la gestión llevada a cabo por el prínceps. Como decíamos, todo un verdadero sentido propagandístico.
El destino del teatro resultará bastante fatídico en los años que sucedieron a la muerte de Augusto. En el 64 d.C. sería pasto de las llamas durante el gran incendio ocurrido bajo el reinado de Nerón. Sólo cinco años después quedará gravemente dañado cuando acontecieron las luchas entre Vespasiano y Vitelo. Por último, ya en el gobierno de Tito, sobre el año 80 d.C. volverá a resultar dañado por el incendio, se cree que fortuito, que asoló a la capital del Imperio durante tres días. Toda esa majestuosidad de la que hizo alarde el edificio teatral de Augusto se desvanecerá en un plazo no superior a cien años.
Aun así, resistiendo estoicamente el paso del tiempo, a principios del siglo IV d.C. será abandonado finalmente. Sus bloques pétreos servirán de cantera para la restauración que se realizó sobre el puente Cestio, restos que todavía podemos contemplar. En el siglo V d.C. apenas quedaba recuerdo alguno de sus bellas columnas, sus mármoles, esculturas, mosaicos o sus pinturas estucadas.
Tal vez nuestra guía, aquella que compramos antes de partir, termine la referencia al Teatro Marcelo con alguna descripción del tipo: “… Como tantos edificios antiguos, el teatro sirvió como fortaleza durante la Edad Media, gracias a lo cual se libró de los constantes saqueos que padeció esta ciudad. En el siglo XV, la familia Savelli encargará a Peruzzi construir un palacio que ocupase la parte alta de la cavea, donde hoy podemos contemplar sus doce ventanales. Por su parte, la familia Orsini, propietaria actual del teatro, lo restauró en el siglo XVIII…”.
Ciertamente, el edificio que hoy podemos admirar puede que no sea más que el resultado de una evolución necesaria y adaptación requerida, tal vez motivada por su inmejorable localización, durante los hechos desarrollados a partir de la Edad Media, sucesos que, por fortuna, permitieron su pervivencia. Pero, todo ello forma parte de otra historia. Nosotros, por la nuestra, continuamos nuestro camino hacia los Museos Capitolinos.
Autor: Javier Nero.
Enlaces externos de interés:
- Si os apetece profundizar un poco más sobre el mundo del teatro cásico, os recomiendo este artículo de mi amiga Gladiatrix titulado Máscara Romana de Teatro.
Bibliografía:
- Roma. Intercity Guides. Anaya Touring (María Prior Venegas)
- Historia de la Roma Antigua (Lucien Jephagnon)
- El teatro de de Marcelo: Una ·»empressione di belleza» en la tipología del campo de Marte (Antonio Monterroso Checa)
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