Museo del Mosaico Romano de Casariche, Sevilla
Esta historia comienza cuando Hécuba, reina y esposa del rey Príamo de Troya, sueña con aquel que, naciendo de su vientre, acabará incendiando y destruyendo su ciudad. Sin saberlo, los oráculos habían vaticinado que el niño que llevaba en su seno, traería consigo la tragedia al reino.
Temerosos por tan nefasta predicción, tras el alumbramiento de Paris sus progenitores decidieron abandonarlo en el monte Ida para que entre sus bosques y escarpes pereciera. Afortunadamente, la criatura fue encontrada por unos pastores que lo pusieron bajo su protección como si fuera su propio hijo. Fue de esta forma como el que llegará a convertirse en el príncipe Paris de Troya vivirá su juventud siendo un humilde pastor en las montañas cercanas a la ciudad que le vio nacer.
Transcurridos los años, el padre de todos los dioses y hombres, el gran Zeus, había preparado un gran banquete para festejar las nupcias entre la nereida Tetis, ninfa e hija del viejo dios de los mares Nereo, con un mortal llamado Peleo, rey de Ftía y discípulo del centauro Quirón. Al gran evento fueron invitados, y así lo confirmaron con su asistencia, gran número de divinidades y mortales.
Bueno, en realidad no todos los dioses habían sido invitados. Para evitar que con su presencia perturbara la alegría de esta celebración se dispuso no hacer entrega de invitación alguna a Eris, también nombrada Éride, la divinidad de la Discordia.
Aun así, bien ofendida, la diosa Eris decidió asistir al festejo y hacerlo sólo para dejar un presente sobre la mesa donde se sentaban el resto de deidades. Una vez cumplidas sus intenciones, sin mediar palabra, se dio la vuelta y marchó. Podríamos señalar, como así hacen otras fuentes, que el regalo fue arrojado sobre la mesa con gran despecho. Pero Eris, además de ser amante de los conflictos y las desavenencias, era una diosa orgullosa y vengativa, fría y calculadora, pero para nada temperamental. En definitiva, allí quedaba un obsequio a modo de manzana de oro donde se podía leer la leyenda: “para la más bella”.
Tres diosas presentes en esos momentos, Hera, Atenea y Afrodita, fueron las que reclamaron para sí la manzana ofrecida, generándose en esos instantes una gran disputa y confusión entre los allí reunidos. Con gran ira, las tres defendían ser merecedoras exclusivas de tal honorífico título.
Al final, Zeus se vio obligado a mediar en la discordia, a quien las tres divinidades terminaron por reclamar su sabia opinión. Sin atreverse a pronunciar un juicio definitivo y sabedor que con él agravaría aún más a las dos diosas que no resultaran complacidas, el gran Zeus consideró que lo más acertado en este caso sería delegar tan delicado pronunciamiento a un mortal que estuviese alejado de tales pasiones, siempre superfluas y mundanas. Con este veredicto, el gobernador del Olimpo se mantendría imparcial y al margen del asunto.
Pidió entonces a su hijo Hermes, el mensajero de los dioses, que acompañara a las tres divinidades hasta el monte de Ida en el reino de Troya. Allí debía localizar a un joven pastor llamado Paris. El sería el encargado de arbitrar en este improvisado desacuerdo, el cual había conseguido romper la armonía de la celebración.
Un día el joven Paris, encontrándose al cuidado de sus rebaños como hacía cada jornada, se vio sorprendido por el dios Hermes precediendo a tres hermosas deidades. Hablando en nombre de su padre Zeus el heraldo de los dioses le explicó que había sido designado como el hombre imparcial para dirimir la siguiente cuestión: cuál de las tres diosas que tenía frente a él era considerada como la más bella del Olimpo. Pero antes de que tomara una decisión era preciso que las tres encantadoras divas se prepararan para exponerle cada una de ellas cuáles eran sus gracias y virtudes, externas e innatas, que les hacían merecedoras de tan distinguido honor.
Bañadas en los manantiales de Ida, Hera, Afrodita y Atenea se acercaron completamente desnudas ante Paris exhibiendo su enorme belleza. Hermes le hizo entrega de la manzana de oro al desconcertado pastor y pidió a las tres diosas que, por orden, alegaran los motivos por los cuales el juez designado por Zeus debía elegirla.
Más que un alegato meritorio para procurar convencer a Paris las exposiciones que realizaron cada una de ellas se centraron exclusivamente en intentar sobornar su juicio e influir con ello sobre la decisión final. Así, Hera, la más grande de todas las diosas y hermana y esposa del mismo Zeus, le propuso la soberanía de toda Asia si ella era la elegida; por su parte, Atenea, diosa de la Sabiduría, le prometió hacerle invencible en cualquier guerra a la que quisiera enfrentarse; finalmente, Afrodita, la diosa del Amor, se comprometió a otorgarle el amor de la mujer más hermosa y que él más deseara de toda la tierra conocida.
El joven pastor, impregnado de sus encantos y dulzura, se atrevió a emitir un dictamen a tan extraordinaria e inusual causa. La manzana de oro, que aún sostenía entre sus manos, fue entregada a la diosa Afrodita. Era ella, a juicio de Paris, la diosa más bella.
Lo que desconocía Paris en los momentos de sopesar este dilema eran las graves consecuencias que traería a su pueblo con esta decisión. Afrodita cumplió con su promesa y le brindó el amor de Helena, esposa del rey de Esparta Menelao. Hera y Atenea, ofendidas y colmadas de ira por el resultado de la elección, confabularon juntas para vengarse. Sin saberlo, en el monte de Ida, el joven Paris había sellado el destino de Troya con su juicio.
Notas sobre el mosaico
El mosaico titulado El Juicio de Paris fue hallado en la localidad sevillana de Casariche en el año 1985, más concretamente en una finca llamada El Alcaparral. Formaba parte de la decoración pavimental de una de las principales estancias de una villa rústica correspondiente al período tardorromano (entre los siglos IV y V d.C.) Junto a él aparecieron otras habitaciones con el suelo pavimentado mediante bellos motivos, aunque en peor estado de conservación.
Actualmente forma parte de la exposición permanente que se puede disfrutar en el Museo Arqueológico de Sevilla, siendo uno de los símbolos o reclamos más importantes de esta entidad provincial (afortunadamente, no el único)
En el año 2014 se inauguró el centro de interpretación conocido como Museo del Mosaico Romano de Casariche (Calle Avda de la Liberta, s/n) después de una enorme inversión. Un edificio completamente nuevo donde se exponen algunos de los mosaicos encontrados en los distintos yacimientos de este municipio sevillano: el citado Yacimiento Arqueológico de El Alcaparral y Cortijo Parejo en yacimiento arqueológico El Rigüelo.
Se da la circunstancia que una de sus salas principales, la más amplia y central, está dedicada por completo al mosaico El Juicio de Paris y su leyenda, girando parte del contenido explicativo del Museo en torno a esta pieza musivaria en cuestión. En cambio, y desgraciadamente para localidad, lo único que pudieron obtener por parte de los organismos competentes fue una réplica para su exposición y comentario a los visitantes que a dicho centro se acercan. Peor aún, este centro de interpretación está perfectamente preparado para albergar la pieza original, símbolo de su pasado histórico y cultural.
No quiero dar a entender con mis palabras que el mosaico El Juicio de Paris deba permanecer expuesto en un museo municipal y no en otro provincial, nada más lejos de mis intenciones. Pero sí que se podrían realizar ciertas gestiones para que la población de Casariche pudiera disfrutar de esta pieza arqueológica tan importante encontrada bajo sus tierras, tal y como en otros museos se lleva a cabo. Por ejemplo, una alternativa sería permitir a esta localidad realizar exposiciones temporales en su centro con la pieza original, aunque después regresara al museo provincial. Se trataría, pues, de unos acuerdos en los que todo el mundo gana y nadie pierde, dejando a un lado la exclusividad para su custodia y exposición.
Independientemente al objeto expositivo de las piezas, me gustaría señalar también como en los talleres de este precioso centro cultural se elaboran piezas de mosaicos dignas de admiración, fruto todo ello de la más precisa investigación y el desarrollo en la aplicación de técnicas antiguas en el arte musivario. Sin lugar a dudas, una verdadera maravilla.
Por último, quisiera dar mi más sincero agradecimiento al personal responsable del Centro que esa mañana de jueves, tan gustosamente, quiso acompañarme en todo el recorrido, dándome a conocer la filosofía del Museo y las iniciativas o actividades que actualmente se están llevando a cabo. Gracias por tu tiempo, María José.
Un saludo.
Notas:
En el momento de publicarse el presente artículo, el Museo del Mosaico Romano de Casariche seguía recogiendo firmas para que el mosaico El Juicio de Paris regresara definitivamente a la localidad. El pasado 04 de abril de 2017 saltaba la siguiente noticia (pulsa aquí para leerla) Felicidades, Casariche.
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