Gorafe, Granada
El pequeño corrió ladera arriba por la senda que llegaba hasta las proximidades del bosque donde se levantaban las viviendas. Lo hizo sin perder un instante, llegando exhausto al poblado. Para su sorpresa, no advirtió a ningún miembro de la comunidad en las inmediaciones cuando lo más normal era encontrarse con algunos de ellos afanados en sus tareas cotidianas.
Parecía muy extraño. No había mujeres ni niños preparando los hogares; ni tan siquiera se veía a la gente entrar y salir de sus cabañas. Despacio fue acercándose a su vivienda para comprobar si, por lo menos, alguno de sus familiares se encontraba en el interior. Pero tampoco había nadie.
¿Dónde se habrían metido todos los miembros de la comunidad? – Se preguntaba el niño mientras recorría el conjunto de cabañas desorganizadas que constituían el asentamiento. Cuando se marchó de la zona baja del valle no le había parecido ver a muchos de ellos alrededor del tumulto que se había organizado con la discusión entre los cazadores. Recordó las intenciones que tenían estos hombres de comparecer ante los ancianos, por lo que decidió, entonces, dirigirse rápidamente hacia el espacio del poblado donde se erigían sus viviendas para comprobar si, al menos, allí habían llegado estos miembros de la tribu.
No había hecho más que acceder al espacio público del poblado, su patio distribuidor, cuando observó desde la distancia que toda la gente a la que había estado buscando se agolpaba en torno a la puerta de la cabaña rectangular de uno de estos patriarcas. Posiblemente ya hayan llegado los cazadores, pensó el pequeño. Aunque, por otro lado, era una situación bastante improbable pues él había sido el primero en abandonar el lugar y lo hizo de forma apresurada.
A espaldas de esta enorme multitud era imposible conocer qué cuestiones tan importantes se estaban tratando dentro de la cabaña, algo que había conseguido reunir a gran parte de la comunidad. Aprovechando su menuda corpulencia, el joven miembro fue colándose a través del intenso bosque de piernas y cuerpos que formaban esta aglomeración de personas hasta llegar al mismo acceso de la vivienda. Pudo, por fin, asomar su cabeza entre las robustas piernas de los de la primera final e intentar escuchar lo que en el interior se estaba hablando.
Lo primero que notó fue el intenso calor que desprendía el hogar que calentaba el interior de la choza. Lo segundo, la escasa claridad debido a la ausencia de ventanas, lo cual dificultaba distinguir la silueta de los dos individuos que se encontraban de pie, a espaldas suyas, hablando con el grupo de ancianos que en esos momentos se sentaban sobre una gran alfombra de esparto frente a ellos.
Fue un ligero golpe en la cabeza, propiciado por el hombre que se encontraba a su derecha, lo que le hizo perder la concentración. Al levantar su mirada comprobó que este individuo señalaba a uno de los miembros del interior, concretamente al que se mantenía en silencio junto a los silos para el almacenamiento de víveres. Acto seguido lo señaló a él para, a continuación, volver a señalar al hombre que se encontraba en el interior.
No podía dar crédito a lo que este miembro de la comunidad intentaba indicarle. Una de las personas que se encontraba dentro de la cabaña de los ancianos era su propio padre. Pero, ¿qué estaba tratando su progenitor con los sabios patriarcas de la tribu?
Con la mirada perpleja buscó la complicidad de este hombre con objeto de encontrar una explicación. Pero lo que halló, en cambio, fue que ahora este individuo señalaba a la otra persona reunida, aquella que se situaba de pie junto al poste de madera que aguantaba la techumbre de ramajes y barro con la que se cubría la cabaña.
Era completamente imposible. Pero, ¿qué estaba haciendo su hermano mayor allí? ¿Qué habría sucedido para que los ancianos le estuvieran escuchando con tanta atención? Por lo que el pequeño sabía, aún no había finalizado la temporada de pastoreo que se realizaba en la parte alta de la montaña. Entonces, ¿qué le habría obligado a bajar al poblado antes de tiempo? No podía esperar más tiempo para enterarse, en esos momentos su curiosidad podía más que él. Se agachó de rodillas y gateando, siempre pegado a uno de los laterales de la vivienda, se aproximó todo lo que pudo evitando advertir su presencia.
Hacía unas cuantas jornadas, – proseguía con su narración el joven pastor, – habíamos decidido llevar a los animales hasta la pequeña meseta que queda bajo la montaña e intentar cubrir el último tramo antes de regresar al poblado. Todo transcurrió con normalidad hasta que, una mañana y de forma repentina, aparecieron estos cazadores de clanes completamente desconocidos.
En un principio desconocíamos sus intenciones, pero nos mantuvimos alerta acercando a todos los animales hacia el mismo espacio. Quisimos evitar que alguno de ellos se alejara demasiado de las inmediaciones.
Tanto los ancianos, como el resto de la comunidad allí reunida escuchaba en silencio y expectante la narración de este joven pastor.
Pero pronto sus intenciones quedaron manifiestas – continuó con el relato el pastor. – Habían llegado a esa parte de la montaña con la única idea de robarnos todo el ganado posible. Rápidamente se dividieron en dos grupos, rompiendo a correr gritando uno de ellos hacia los animales mientras el otro, desde la lejanía, empezaba a lanzarnos una lluvia de dardos para que no pudiéramos acercarnos.
Las flechas se clavaban en el suelo como punzones afilados. En un primer instante dudamos, pero entendí que no podíamos permanecer amedrentados en esa posición. Decidí, por tanto, salir a correr hacia el grupo de cazadores que ya empezaban a espantar al ganado con sus armas en la mano. Creo que el resto de pastores entendió mi respuesta, por lo que también echaron a correr detrás de mí.
No cesaban de lanzarnos flechas y lanzas. Alguno de los nuestros cayó en ese instante, unos simplemente heridos y otros muertos. Pero conseguimos llegar hasta el primero de los dos grupos y enfrentarnos a ellos en una terrible lucha.
Uno de ellos, un guerrero fuerte y corpulento, se cruzó en mi carrera. Creo que, en esa mañana, los dioses me fueron afortunados porque rápidamente pude zafarme de él y clavarle mi hacha en su pecho. El cazador cayó desplomado al suelo, lo que aproveché para volver a insertar el arma en el cuello.
Portaba una enorme hacha que dejó caer sobre la tierra. Al quedarme con ella fue cuando me sorprendió su fábrica. Estaba elaborada con un tipo de piedra que nunca había visto hasta ahora. Nada más tocar su filo con la punta de mis dedos, la sangre empezó a brotar entre ellos. ¿Cómo habían fabricado este tipo de arma?
El joven pastor se llevó la mano a su cintura y extrajo con sumo cuidado el arma robada para hacerla entrega a los ancianos. Uno de los patriarcas alzó su brazo e intentó tomarla y sopesarla, sin percatarse que una de las puntas rozaba su arrugada piel. Rápidamente, la sangre empezó a emanar, cayendo las gotitas rojas sobre la superficie de la alfombra.
El enfrentamiento fue duro en esa jornada – prosiguió el hermano del pequeño. Viendo estos cazadores que no les iba a ser tan fácil robar nuestros animales como inicialmente habían pensado, se retiraron a la espera de medir sus posibilidades. Algunos de los nuestros habían perecido en el enfrentamiento, bien a causa de las flechas, otros tras combatir contra ellos. Vuelto a reunir el ganado y enterrados a nuestros difuntos, decidimos que yo mismo bajaría apresuradamente hasta el poblado para contar lo sucedido y haceros entrega de esta arma.
Los ancianos miraban atónitos la piedra con la que había sido elaborada el arma. No estaba fabricada con un tipo de material al que ellos estuvieran acostumbrados. Parecía mucho más fría y brillante que las que disponían. Pero lo que más incredulidad les daba era su facilidad para cortar. El anciano que había recogido el arma, al que aún le brotaba la sangre en la palma de la mano, alzó la mirada y se dirigió hacia el hombre que permanecía en silencio al lado de los silos. Necesitamos que traigas hasta aquí al chamán y a nuestro fabricante de armas. Es muy urgente, corre. – Le ordenó.
Asintiendo con la cabeza, el padre del pequeño echó a correr dirección a la parte baja del valle en busca de estos dos hombres, sin percatarse que su hijo se encontraba detrás de unos cestos. El grupo congregado en la puerta se separó, dejando un largo pasillo para que el hombre pudiera salir sin dificultad. A lo lejos, por la senda que llegaba desde la zona baja del asentamiento, se aproximaba el grupo de cazadores que había estado discutiendo en esa misma mañana. Y fue cuando el joven pastor, al llevar su mirada hacia estos hombres, sí se dio cuenta de la presencia de su hermano pequeño. Era consciente que había estado escuchando toda la historia, por lo que intentó tranquilizarlo con una sonrisa cálida.
Al niño le fue imposible borrar el miedo de su cara. Aunque la que realmente mostraba un semblante serio era una mujer, situada entre los primeros de la multitud. Se trataba de la misma que en la noche anterior había tenido que dar sepultura a su joven hijo muerto en un enfrentamiento parecido.
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