Cabra. Córdoba
Rozamos el final del mundo íbero en el sur peninsular. Desde Corduba, el poder romano se extiende a lo largo y ancho del territorio; una región donde la cultura indígena no supone más que un leve residuo de independencia y va dejando paso a los nuevos conquistadores. Son las reminiscencias de un pasado ya lejano, testigo de la caída de uno de los últimos señores de la guerra.
Durante largo tiempo, muchos creímos entusiasmados que los restos localizados en el Cerro de la Merced corresponderían a una de aquellas Turres Hannibalis que, partiendo desde las minas de Castulo hasta llegar a las costas malacitanas, jalonaron la ruta de los metales de los cartagineses; nada más lejos de la realidad. Nuevos estudios han revelado que las ruinas de este recinto fortificado son realmente los vestigios de un complejo aristocrático o palacial propiedad del que podría ser uno de los últimos príncipes íberos de esta comarca antes de la definitiva expansión romana.
Desde el Neolítico Final queda atestiguada su ocupación humana, con una continuidad durante la Edad de Bronce. Ciertamente se desconoce el devenir de aquella primera población, pero, dadas las características del altozano, se puede suponer que el asentamiento prehistórico tuviera como objeto real la vigilancia del entorno. En este sentido, se produce un vacío temporal que alcanza los últimos años del siglo V e inicios del IV a.C., en pleno proceso ibérico, fechas estas en las que la superficie de su cima se terraplanea y alisa para levantar un primer monumento de tipo conmemorativo.
Geográficamente, este pequeño cerro se situaba sobre un paso natural relativamente estrecho dentro del área fronteriza que ponía en contacto la Turdetania al oeste con la región montañosa de la Bastetania ibérica al este. Nos referimos a la vía natural que comunicaba la actual Campiña Cordobesa (donde se situaba la cercana Igabrum, actual Cabra, los distintos oppida del municipio de Lucena y demás poblados ibéricos orientados al comercio del Guadalquivir) con la depresión de la Subbética en la que se localizaban Ipolcobulcula (actual Carcabuey, Córdoba) y el oppidum del Cerro de la Cruz (Almedinilla, Córdoba), por citar algunos ejemplos.
Dominado por un denso bosque de encinas, hoy olivares, y un pequeño arroyo que lo cruzaba, el entorno de este montículo de aspecto cónico destacaba como auténtico centro visual de referencia. Pero no porque dominara desde su altura un vasto territorio, sino porque su ocupación permitía llevar a cabo el control efectivo de la vía natural donde se encontraba inmerso.
El centro monumental al que hacemos referencia estuvo orientado dirección sur, decorado con cornisas de gola (moldura con perfil en forma de ‘s’) tipo orientalizante y relieves vegetales elaboradas con piedra calcarenita local e interpretadas según el gusto íbero de aquel momento. Sus sillares bien pudieron estar policromados, al menos en tonalidades rojas y blancas como así atestiguan sus estudios.
Se ha propuesto que dicha construcción, muy vinculada a monumentos de tipo funerario y conmemorativos íberos, hubiese estado acompañado de un edificio, quizás un santuario o un almacén. De superficie cuadrada, su entrada, al este y bien iluminada cada mañana con la salida del sol, daría paso a un amplio patio y tres estancias donde podrían realizarse ofrendas y libaciones. ¿Pudo estar vinculado este complejo monumental al cercano oppidum de Igabrum? Actualmente no existe vinculación alguna, aunque por proximidad se cree que sí.
Sí, en cambio, se sabe que este complejo monumental sufrió una demolición “no violenta” hacia finales del siglo III a.C., quizás en el contexto de la Segunda Guerra Púnica y los enfrentamientos entre Publio Cornelio Escipión y las tropas aliadas del general Aníbal (si te interesa este capítulo de la historia, te recomiendo leer el artículo Antes morir que vivir arrodillado). Entre finales del siglo II y principios del I a.C., un noble íbero ordenará levantar sobre sus restos una fortificación o complejo palacial aristocrático, tal vez dependiente de Igabrum, el cual cohabitará con los oppida de los alrededores. La ocupación de dicho espacio legitimaba a este aristócrata íbero dado que se trataba de un lugar cuyas expresiones de poder venían arrastradas desde siglos anteriores.
También se sabe que el nuevo edificio dispuso de planta cuadrada y, al menos, dos alturas levantadas con muros ciclópeos, en piedra caliza, de hasta cuatro metros de espesor. En el momento de su construcción, formando parte del relleno de estos enormes muros se guardó un gran escudo (calculados unos 68 cm de diámetro y 0.6 cm de grosor en su borde) que representaba aquellos años memorables del pueblo íbero y su resistencia ante las adversidades. El objetivo era que ejerciera como símbolo de protección al igual que los sillares decorados y reutilizados del monumento anterior.
En su planta baja, sobre un suelo enlosado con grandes lajas de piedra y delimitados por muros de adobe (fabricados con arcilla, arena y paja mojada), se habilitaron unos espacios para el depósito de ánforas donde almacenar alimentos como cereales, aceitunas y legumbres, además de líquidos. Cabe recordar que el Cerro de la Merced se situaba en el paso natural que conectaba la Turdetania, de gran influencia orientalizante, con los pueblos montañosos de la Bastetania íbera. Por ello no es de extrañar que, el noble íbero que habitó en este complejo palacial, se aprovisionara con las mercancías que se descargaban en el puerto de Gadir y surcaban la vía fluvial del Baetis para el intercambio comercial con los pueblos del interior. Hablamos de importaciones de aceite, vino y productos de lujo procedentes de lugares tan distantes como Italia, Sicilia o la Magna Grecia, además de las mercancías elaboradas en la propia colonia fenicio-púnica.
En relación a las estancias nobles de la planta superior, hoy desaparecidas, queda atestiguada la presencia de enlucido en sus paredes, decoradas éstas con pinturas en color rojo vino cuyos restos fueron hallados en las excavaciones. Esta sería otra prueba más del carácter aristocrático del edificio, pues el uso de estos enlucidos no era común en la arquitectura íbera.
Independientemente al status social del personaje, la vida en el interior de su torre palacial transcurría de la misma forma que en cualquier otro oppidum íbero. En él se molía el cereal recogido, se almacenaba agua desde el arroyo para su consumo, se cazaban conejos, ciervos y jabalís en los bosques adyacentes, se criaba ganado o, en el caso de la población femenina, se dedicaban a sus actividades de telar. Por este mismo motivo, además de los almacenes, en la planta baja también se prepararon áreas destinadas a la molienda. Resulta evidente pensar que el acceso a estas estancias interiores poco o nada iluminadas se realizara con ayuda de lucernas.
Una gran terraza rodeaba el edificio principal, quedando delimitado su espacio por otro gran muro que lo rodeaba. En ella se preparó una escalinata con losas de piedra que servía para conectar esta terraza con el acceso a la fortificación.
Hacia finales del siglo I a.C., quizás sin estar acabadas sus obras de engrandecimiento (actualmente, no se tiene claro que su fachada oriental estuviese concluida), este edificio aristocrático con poder comarcal será sistemáticamente demolido, arrasado, derrumbadas con palanca las cuatro esquinas de su muralla, siendo abandonado definitivamente y no volviéndose a ocupar. ¿Qué pudo provocar este hecho?
Como decíamos, la torre palaciega se erigió en un periodo en el que los colonizadores romanos extendieron su control sobre este territorio e impusieron su poder; un momento de nuestra historia en la que su imagen deslumbraba en el horizonte junto a otros asentamientos íberos del lugar, sometidos o no. Alrededor del año 140 a.C. el cercano oppidum del Cerro de la Cruz (Almedinilla) será arrasado, tal vez por un exceso de confianza en su capacidad de resistencia: apenas cincuenta años después caerá Cerro de la Merced. Asistimos, pues, al declive del mundo íbero y a la progresiva e imparable transformación romana. La cultura íbera sigue existiendo, pero está a punto de desaparecer en el sur peninsular. La ciudad de Corduba es gobernada por un pretor, aunque en la provincia siguen existiendo miembros de la élite y la aristocracia íbera independientes.
Roma no está dispuesta a tolerar ningún atisbo de resistencia por parte de estos nobles. Por tanto, ¿se declararía en rebeldía nuestro aristócrata del Cerro de la Merced? ¿Se negaría a pagar los asfixiantes tributos al nuevo poder establecido? ¿Fue la propia construcción del edificio, con su expresión implícita de arrogancia, lo que irritó a los romanos? Sean cual fuesen las verdaderas causas, el hecho es que la decisión tomada por este miembro de la élite íbera provocó la destrucción del complejo y su abandono. Estamos ante uno de los últimos señores de la guerra enfrentándose al poder romano.
Irremediablemente, esta última conclusión nos lleva a una nueva cuestión: ¿existió resistencia efectiva de la población íbera ante el ataque romano? A diferencia del Cerro de la Cruz, no se han encontrado cadáveres o restos óseos que puedan abrir esta teoría. Únicamente se ha hayado la punta de una flecha de hierro con las aletas dobladas, quizás debido a un impacto, sobre la escalinata sur que antes hacíamos mención. Obviamente, dicho hallazgo no prueba un enfrentamiento armado entre el pueblo íbero y los romanos en el Cerro de la Merced.
Por último comentar que, casi mil años después de la destrucción de la fortificación íbera, entre los siglos IX-X d.C., sobre las ruinas del Cerro de la Merced se volvió a construir una nueva torre de vigilancia en el transcurso de las disputas mantenidas por el rebelde muladí Umar Ibn Hafsun contra el ejército árabe de los emires cordobeses.
Actualmente el yacimiento arqueológico del Cerro de la Merced permanece cerrado, reservado exclusivamente a visitas puntuales organizadas desde el Museo de Cabra. De forma inminente se abrirá al público tras su definitiva monumentalización y adaptación, formando parte de la ruta Viaje al Tiempo de los Iberos.
Autor: Javier Nero
Enlaces de interés:
- Exposición temporal «Entre Iberia e Hispania». Museo Íbero de Jaén
Bibliografía:
- Cartelería exposición temporal Entre Iberia e Hispania: el palacio ibérico del Cerro de la Merced celebrada en el Museo Ibero de Jaén.
- Cartelería Museo Arqueológico de Cabra.
- Entrevista Arqueoudima a Dr. Fernando Quesada Sanz, director de las excavaciones del Cerro de la Merced.
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