Restos de la puerta monumental en la Alcazaba de Mérida y a la que se accedía a la antigua ciudad romana tras cruzar el puente. Mérida
Son cuatro las puertas principales con las que cuenta la ciudad de Augusta Emerita, situadas cada una de ellas en los extremos de sus dos arterias principales: decumanus y cardus maximus. En concreto, esta puerta se encuentra ubicada justo al final de la travesía del puente, sobre una gran explanada, dando inicio a la vía del decumanus maximus (calzada que recorre la ciudad de Oeste a Este atravesando la zona pública de la colonia). La puerta del puente es, sin lugar a dudas, el área de acceso a la urbe donde se concentra un mayor tránsito de personas y vehículos cargados con mercancías, debido a su privilegiada ubicación próxima a los cruces viarios de algunas de las calzadas comerciales más importantes del territorio hispano.
Reverso de dupondio con Augusto divinizado donde queda representada la Puerta del Puente. MNAR, Méricda.
Se trata también de una construcción monumental, orgullo de la ciudad y de sus habitantes. La obra dispone de dos amplios vanos, de unos doce pies y medio de ancho cada uno, separados entre sí por un lienzo de muralla en su parte central. A través de estas enormes arcadas circulan, cómodamente, los transportes que no cesan de entrar y salir de la civita. Los ciudadanos que marchan a pie, lo hacen sobre un acerado acondicionado en el interior, elevado éste con respecto al nivel de altura de la propia calzada.
Según dicen, esta entrada fue levantada por los primeros colonos imitando en su diseño a otra puerta construida, con anterioridad, en sus tierras de origen. La llamaban porta Gemina o puertas gemelas.
Resto de la puerta del punte junto con su calzada de acceso a la antigua ciudad romana de Colonia Agusta Emerita. Mérida.
Tal y como se establece en el ordenamiento urbanístico de la colonia, para entrar al interior del recinto murado es obligatorio tomar el vano de la Porta Principalis Dextra. En cambio, los que desean salir de la urbe deben hacerlo siempre por la Porta Principalis Sinistra.
Como en cualquier ciudad bien fortificada y amurallada, esta majestuosa puerta aun conserva aquellas medidas de carácter defensivo por las que se construyó en un principio. Los dos vanos referidos abren sus portones hacia el interior, siendo esto un detalle más en el esquema de defensa básico de la urbs. O por ejemplo, y lo que es más evidente, cada una de las arcadas queda flanqueada en su extremo por una prominente torre de vigilancia desde donde la guarnición militar controla el trasiego de gentes y carros que por esta zona pasan. Aunque también es cierto que desde tiempo atrás no existe amenaza alguna que pueda poder en peligro a los habitantes de Augusta Emerita.
Detalle de la puerta del puente junto con su calzada de acceso. Mérida.
Lo que no deja de ser una realidad innegable es el carácter cosmopolita que se vivía en la ciudad en los momentos de mi llegada, algo muy distinto a lo percibido en otras civitas por los que he pasado. Desde el primer momento, y conforme fui adentrándome hacia su interior, pude comprobar como los rasgos de la gente con la que me cruzaba eran muy distintos; característica que se suele dar cuando la población procede de lugares dispares. Muchos de ellos tendrían descendencia primitiva, propia de los primeros indígenas y colonos que se asentaron en el lugar. Otros, como fui observando a lo largo mi estancia, habían viajado desde tierras lejanas buscando mejores oportunidades de vida en la ciudad. También estaban aquellos que, como yo, llegaban con la única idea de realizar algún tipo de transacción fructífera con las mercaderías transportadas desde puntos muy diversos del Imperio.
Detalle de la puerta del puente situada en la alcazaba de Mérida.
En mi caso, había viajado hasta la capital de la Lusitania para encontrarme con mi viejo amigo Caecilius Avitas. Una reunión que habíamos organizado fechas atrás cuando, aprovechando su última estancia en Colonia Patricia Corduba, nos asociamos con la idea de intentar introducir un nuevo tipo de cerámica que se estaba elaborando en tierras de la Mauretania Tingitana, en la otra orilla de las columnas de Hércules. Se trataba de un tipo de vajilla común mucho más clara que la clásica terra sigillata rojiza elaborada en Hispania y por las cuales ya habían empezado a interesarse las élites y demás notables de otras ciudades y municipios.
Pero el negocio no acababa aquí. Mi socio y yo habíamos pensado también que, con los beneficios reportados, adquiriríamos piezas de vidrio de alta calidad fabricadas en estas tierras. Dicha artesanía seguía siendo muy codiciada en mercados como los de Carmo e Itálica, destino habitual de las mismas, aunque intentaríamos introducirlas en la propia capital de la Baetica.
Confieso que se trataba de un proyecto bastante ambicioso, pero a fin de cuentas me encontraba en Augusta Emerita, epicentro de todo el comercio practicado en el territorio hispano. El acuerdo al que habíamos llegado era que yo me encargaría de conseguir la mercancía y transportarla hasta la ciudad y mi socio, por el contrario, de buscar los contactos necesarios para comprar y vender tales producciones. Sobre las cuestiones financieras y beneficios iríamos a partes iguales.
Atravesado el vano derecho de la puerta monumental del puente, ya estaba dentro de la ciudad.
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