Tronaron tambores y sonaron trompetas para la batalla. Su ruido supo interpretarlo Tetis cuando Helena fue llevada a Troya. Debía poner al muchacho a salvo sin perder tiempo alguno.
Hasta entonces el joven Aquiles, hijo de la diosa del mar Tetis y del mortal Peleo, siempre había estado protegido por su madre. Cuando aún era pequeño, los dos hicieron un largo viaje hacia la frontera que marcaba los límites entre el mundo de los vivos y de los muertos. Allí, en el río Estigia, bañó a su hijo en sus frías aguas mientras lo agarraba del talón. Tetis ambicionaba la inmortalidad del pequeño, pero, temerosa de que este se ahogara, acabó sujetándolo de la parte posterior del pie condicionando, sin saberlo, su vulnerabilidad para el resto de sus días.
Transcurrido el tiempo, y sin contar con su marido, quiso llevarlo al monte Pelión, la morada de los centauros. En la espesura de sus bosques lo confió a Quirón, maestro centauro quien sería el encargado de cuidarlo y educarlo como a tantos otros héroes había criado.
Durante su formación, Quirón lo introdujo en las artes de la equitación, la caza, la flauta y la curación. Llegó a alcanzar el don de correr tan rápido que era capaz de cazar ciervos en galopadas sin la ayuda alguna de monturas. Así fue como Aquiles acabó convirtiéndose en ese joven fuerte y hermoso. El propio centauro se jactaba sobre el hecho de que este muchacho era el más noble y valiente de cuantos pupilos había instruido.
Pero, como decíamos, un día llegaron noticias sobre el rapto de la reina de Esparta por el joven príncipe Paris de Troya. La diosa de los mares sabía que su hijo no volvería vivo de esa guerra que se avecinaba si partía y acababa uniéndose a la expedición. El oráculo lo había vaticinado: Aquiles estaba destinado a alcanzar la gloria en Troya, pero también su muerte. Temerosa por que se cumpliera esta profecía, Tetis decidió ocultarlo en la isla de Skyros. En su nuevo destino, ya bajo la protección del rey Lycomedes, lo disfrazaría como a una joven mujer y lo haría llamar con el falso nombre de Cercisera.
Mientras tanto, Agamenón, rey de Micenas, concentraba sus tropas y la de toda Grecia en las costas de Beocia (aquí os dejo artículo sobre la ciudad micénica de Orchomenos en Beocia, para los interesados). En la ciudad de Áulide preparaba la guerra contra Troya por la enorme ofensa a su hermano Menelao. Una tras otra iban llegando las grandes embarcaciones provistas de hombres, armas y víveres hasta que por fin se dispuso marchar a la batalla. Desde el puerto de Áulide partirían las naves rumbo a las playas de Troya.
Durante el transcurso de la travesía, un mañana amaneció bajo una enorme tempestad. Las naves de Agamenón fueron azotadas por el fuerte viento y las grandes olas del mar, provocando que muchas acabaran dispersas por las infinitas aguas y otras, simplemente, destruidas y hundidas. Obligado a ello, el rey de Micenas tuvo que ordenar el regreso a la ciudad de partida. Entonces recordó la profecía del adivino Calca, aquella otra que aseguraba que Troya no caería si Aquiles no contaba entre los griegos.
Nada más regresar al puerto seguro de Áulide, Agamenón hizo llamar a Ulises. El sería el encargado de localizar al joven héroe, pues llegaban rumores que se encontraba oculto en la isla de Skyros y que podría estar viviendo en el palacio del rey Lycomenes haciéndose pasar por una de sus hijas.
Ulises, hombre ingenioso y de gran astucia, se hizo pasar por mercader y, acompañado de Diomenes, marcharon a Skyros cargados de presentes con el objeto de agasajar a su rey.
A su llegada quiso el monarca hospedar a los dos viajeros gustosamente. Entonces, los falsos mercaderes depositaron sobre una gran mesa del gineceo palaciego todos aquellos regalos que portaban: copas de oro, deslumbrantes collares, broches y anillos, así como una gran variedad de vestidos rematados delicadamente para las hijas del rey; podrían tomar todo cuanto gustasen. Discretamente bajo una capa, los dos hombres también habían dejado un escudo y una espada (según algunos autores, una lanza), cuya empuñadura asomaba al exterior.
Todas las hijas del rey quedaron impresionadas por la calidad de estos objetos que ambos mercaderes traían hasta palacio. No dudaron en correr a cogerlos y probárselos. Sólo una de ellas no parecía tener gran interés ni por los vestidos, ni por las joyas. Permanecía inmóvil, al margen en el interior de la habitación donde residían las mujeres, sin perder de vista la empuñadura de la espada que asomaba bajo el manto carmesí.
Ulises se percató de este detalle; era la señal que estaba esperando. No dudó en dirigirse hacia la ventana y pedir a sus hombres que hicieran sonar las armas y las trompetas de guerra.
Tal y como imaginaba, el joven de cabellos dorados, en un impulso incontenido, acabó delatándose, tomando la espada por su empuñadura y el escudo entre los regalos. El plan del héroe enviado por Agamenón había dado sus frutos. – “¡Aquiles!” – exclamó – “Soy Ulises, hijo de Laertes, y este es Diomedes, de Argos y Tirinto. Nos envía el rey Agamenón de Micenas para que tomes parte en la guerra más grande de todos los tiempos. Ven a Troya con nosotros y hónrate a ti mismo honrando a Grecia.”.
Aquiles, desnudándose hasta la cintura, estrechó la mano de los dos guerreros y contestó: “Voy con vosotros. ¡Estoy listo para marchar!”.
Sorprendida por lo que estaba sucediendo, Deidamia, hija del rey y amante del muchacho – quien había quedado embarazada de este – se tiró a sus pies junto al resto de hermanas implorándole que no se fuera.
Precisamente esta es la escena que se puede contemplar en la parte central, a modo de “emblema”, del mosaico hallado en el oecus o majestuoso salón de la villa romana La Olmeda. Un espacio donde el dominus recibiría a clientes y familiares, además de ser el lugar donde gustaba administrar sus propiedades y tierras.
Notas: El mosaico figurativo del oecus de la villa romana La Olmeda es uno de los más impresionante que podamos admirar en la Península. Consta de distintas partes bien diferenciadas. Sus motivos principales ocupan su parte central: el episodio hoy narrado, es decir, el mito de Aquiles en la isla de Skyros y una escena cinegética o de caza. Alrededor de la escena mitológica en el pavimento representada, un friso con rostros humanos simulados en el interior de medallones. Estos últimos corresponderían al conjunto de retratos de la familia propietaria de la villa.
Bibliografía:
- Los mitos griegos (Robert Graves, Alianza Editorial)
- Monstruos, dioses y hombres de la mitología griega (Michael Gibson, Editorial Anaya)
- Villa romana La Olmeda: Guía Arqueológica.
Todos los derechos reservados. Aviso Legal. RGPD 2018.