Augusto de Prima Porta
Dos son las esfinges que sostienen la coraza del que brinda una nueva época a Roma, la Pax Augusta, lejos de esa débil y caduca República. Una mira al frente, lo que ha de venir, la otra lo hace atrás, hacia aquellos tiempos decadentes ya pasados. Despiadadas e inteligentes, como el que ahora gobierna y protege la ciudad; implacables, si fuese necesario, ante cualquier nueva adversidad. Por ello arenga a sus tropas, adelantando su brazo derecho mientras el izquierdo, retrasado, sostiene el paludamentum enrollado a su cintura.
Sobre nuestro pueblo Caelus, dios del cielo, que con su manto protector nos abriga del frío y las inclemencias; es el Augusto la salvaguarda.
Desde la mismísima bóveda celeste tres son los caballos que tiran enérgicamente de la cuadriga solar guiada por el amanecer, Helios, alumbrando con su antorcha los nuevos caminos a recorrer; es el antes Octavio la verdadera luz a seguir.
Y la Aurora quien, junto a la diosa Venus, vierte con su jarra ese rocío de nueva mañana para aquellos días que están por llegar.
A los pies de la nueva era la diosa tierra, Tellus, que con el cuerno de la abundancia riega a nuestra ciudad, Roma, otorgando la paz y la estabilidad que durante tanto tiempo fue anhelaba.
Porque es Augusto el nuevo dios de los cielos y de la tierra. Porque los años convulsos, de miedos y humillaciones, llegaron a su fin. Porque las columnas del templo de Marte el Vengador ya custodian las águilas arrebatadas por los partos tras la batalla de Carras. Nuestras enseñas están de regreso y es sólo Augusto con su madre Roma, victoriosa y pacificadora, quien impedirá que nuevamente le sean despojadas.
O porque Hispania, con sus orgullosos cántabros y astures, ha sido derrotada y todos sus pueblos sometidos. Y frente a ella la aguerrida Galia, vencida tiempo atrás por Julio César, pero ahora gobernada en cuatro provincias.
Como si del mismo dios Apolo se tratara, a lomos de un grifo es Augusto quien proyecta la luz sobre los romanos, el que ostenta el verdadero equilibrio y la rectitud que su pueblo y todo el Imperio necesita. O como la diosa Diana, cabalgando sobre un ciervo, fuerte y guía de las nuevas generaciones. La verdadera renovación de los nuevos tiempos que han llegado.
Autor: Javier Nero
Datos de interés:
La estatua de Augusto descubierta en 1863 en la Villa de Livia, situada ésta en la zona suburbana de Prima Porta a tan sólo 12 kilómetros de la ciudad, muestra en su coraza, así como en el resto de elementos que la componen, todo un extenso y completo programa iconográfico en alusión a la vida política y militar del primer emperador romano. Se trata, pues, de toda una manifestación propagandística de la Nueva Era procurada por la pax romana, cuya imagen se convertiría en la imagen oficial y a quién se asimilaría con la misma Roma.
Esta escultura en mármol (posterior al año 14 d.C.) probablemente fuese una réplica de otra anterior (año 20 a.C.) realizada en bronce o puede que en oro. A diferencia de su original, la imagen de Augusto de la Prima Porta arengando a las tropas fue concebida para ser apoyada sobre la pared (no fue labrada en su parte posterior) y no para ser expuesta en un espacio central.
Son muchas sus copias contemporáneas las que se pueden contemplar en algunas de las ciudades que en la antigüedad crearon cierto vínculo con la imagen del emperador Augusto. En el territorio peninsular la podemos encontrar, por ejemplo, en Mérida (Augusta Emerita), Zaragoza (Caesaraugusta), Gijón (Gegionem) o Tarragona (Tarraco). También la podéis disfrutar presidiendo una plaza en Braga (Bracara Augusta), imitando el mismo colorido que el utilizado en la recreación de los Museos del Vaticano. Pero si existe una réplica perseguida y fotografiada continuamente por los turistas esa es, sin lugar a dudas, la ubicada en la Vía de los Foros Imperiales (Roma), justo delante del Foro de Augusto.
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