Tierra, sudor y sangre

El desastre de al-Araq (IV)

Los yelmos de los castellanos ya se reconocían a la distancia. Abu Yahya, el jeque almohade, a voz en cuello gritó su primera orden. Entonces los estandartes califales se agitaron, señal que fue interpretada, rápidamente, por los jefes de las diferentes cábilas que pasaron a transmitirla a sus hombres. En una impecable maniobra sincronizada, al unísono las líneas de lanceros más avanzados hincaron rodilla en tierra y, pertrechados tras sus escudos, asomaron picas hacia el exterior, clavando el otro extremo de las astas en el suelo.

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Qal’at Rabah: Calatrava La Vieja (continuación)

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Resulta que en tales circunstancias, a finales de 1157, habían llegado a Toledo don Raimundo, abad del monasterio de Santa María de Fítero, y fray Diego Velázquez, ambos religiosos del Císter. El abad se había hecho acompañar del hermano Diego para disponer de una mayor facilidad a la hora de acceder al rey, al cual pretendía solicitar confirmación de los privilegios concedidos por Alfonso VII en su abadía. Tiempo atrás, Diego Velázquez fue amado del anterior monarca y amigo en la infancia del Deseado.

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Qal’at Rabah: Calatrava La Vieja

El origen de una Orden

“Todos los nobles callaron ante tal propuesta. Y lo sucedido a continuación causó tan extraordinaria sorpresa que provocó algunas burlas entre los nobles de la corte. Sin embargo, fue un hecho trascendental para el futuro de la plaza y de su entorno: el propósito fue aceptado por el abad Raimundo, aconsejado a ello por Diego Velázquez.”

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